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Portada:: Razón y Fe:: Iglesia y nueva evangelización:: La enseñanza de la Teología como tarea evangelizadora

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La enseñanza de la Teología como tarea evangelizadora

Wed, 23 Jan 2019 19:48:00
 

La teología es fruto de la “fe que busca entender” (fides quaerens intellectum). Esa fe que sostiene la teología es la fe viva: por eso, la teología es también e inseparablemente esperanza y caridad “que buscan entender” (cf. Comisión Teológica Internacional, Teología hoy: perspectivas, principios y criterios, 2011). Esto es lo que tendríamos que hacer posible para nuestros alumnos: que la fe ilumine su inteligencia, e ilumine igualmente su sentir y actuar, esperanzado y con amor.

            Proponemos primero algunas consideraciones en relación con las distintas vertientes de la teología (científica, eclesial y social) y a continuación algunas orientaciones para la enseñanza de la teología y de la religión. Finalmente se señala en qué consiste la sabiduría práctica del cristiano.

 

La teología como ciencia y sabiduría

 

            1. La teología es ciencia (conocimiento cierto por sus causas) y también sabiduría. Ciertamente, la teología avanza por reflexión intelectual y no directamente por el amor a Dios como sucede en la vida espiritual. Pero esto no quiere decir que la teología pueda concebirse ni hacerse al margen de la vida, pues en ese caso sería un tipo más de gnosticismo utópico. La teología vive de la vida cristiana como participación en la vida de Dios. Por tanto el amor entra en la teología como impulso interior al rigor intelectual, pues el amor (a Dios y al prójimo) moviliza al teólogo para alcanzar un conocimiento que la razón de por sí sola no puede alcanzar y, por tanto solo así, podrá movilizar también al estudiante a tratar de alcanzarlo.

La teología está al servicio de la sabiduría cristiana. Una sabiduría que permite conocer y amar a Dios y sus obras; y, por tanto, lleva a vivir ayudando a los demás, colaborando en el bien común, mediante el diálogo amable y el trabajo por transformar este mundo en un camino que recorremos con otros hacia la casa del Padre (cf. Francisco, Mensaje a las Academias pontificias, 28-I-2014).

Al teólogo, y derivadamente a todo aquél que enseña teología o religión cristiana, le corresponde abrir las inteligencias de sus alumnos a la unidad viva y orgánica de la fe. Esto requiere en el educador de la fe una apertura grande a cuanto le rodea y dejarse interpelar y dar respuestas nuevas ante cuestiones nuevas, sobre la base del mismo “depósito de la fe” cristiana.

Es de interés tener en cuenta que hoy el “camino educativo de la belleza”, valor en alza por su capacidad de impacto, pide, en lo que respecta a la fe, más capacidad de atracción que de demostración. Se trata de proveer a los alumnos de las herramientas adecuadas que, desde el resplandor de la belleza, les faciliten adentrarse en la búsqueda de la Verdad y del Bien que están en el origen y raíz vivos de la Belleza. Así, poco a poco y con la confianza de los hijos de Dios, podrán recorrer los caminos de la razonabilidad del mundo creado y los anhelos del corazón humano, sin satisfacerse con explicaciones fáciles o con actitudes cómodas ante la vida.

Como señalaba ya el Concilio Vaticano II, nos es preciso “escuchar atentamente, discernir e interpretar los distintos lenguajes de nuestro tiempo, y saberlos juzgar a la luz de la Palabra de Dios, para que la verdad revelada sea entendida cada vez más a fondo, sea mejor comprendida y pueda ser presentada de forma más adecuada” (Gaudium e spes, 44).

           

 

Al servicio de la misión de la Iglesia y de la vida cristiana

 

2. Como ciencia profunda sobre Dios y sabiduría sobre el hombre y el mundo, la teología está al servicio de la misión de la Iglesia y de la vida de los creyentes.

            Con el Concilio Vaticano II comenzó una nueva etapa de la evangelización por los caminos de la “reforma o renovación en la continuidad” (cf. Benedicto XVI, Discurso, 22-XII-2005). Esto implica la distinción entre el inmutable depósito de la fe (lo que en un sentido amplio abarca los fundamentos y la sustancia de la liturgia y de la moral cristiana) y las expresiones variables de ese depósito en todos sus niveles. Comporta así mismo la fidelidad creativa también en la teología, tarea sostenida por la comunidad teológica y por la familia de la Iglesia, desde la fe vivida –se ha dicho ya– y la oración.

            El docente de la teología debe ser capaz de transmitir con claridad el depósito de la fe de la Iglesia, con las expresiones adecuadas a las circunstancias (tiempo y lugar) de sus alumnos. Ya el tono de las explicaciones ha de ser adecuado al de la calidad de lo que se transmite. Tendrá muy presente que la teología está al servicio de la fe y la oración de los cristianos, y especialmente de la devoción de los sencillos. Es este un buen indicador de calidad teológica junto con el dejarse ayudar por el Magisterio del Papa y de los obispos. Otro indicador es si la tarea teológica o pedagógica de la fe se puede configurar como un camino de santidad ante todo para el profesor. Como ha señalado Francisco, en ese camino no faltan algunas tentaciones para el docente, concretamente la aridez de corazón, el orgullo y la ambición.

            En relación con nuestra tarea, cabe hacer algunas observaciones relativas al lenguaje teológico, especialmente cuando se usa fuera del ámbito profesional o académico. El lenguaje excesivamente técnico –sobre todo si no utiliza términos asumidos por la tradición evangelizadora de la Iglesia– debería ser evitado en el anuncio de la fe, cuando no se pueda suponer en los interlocutores una suficiente formación teológica. En segundo lugar, hay algunos términos y esquemas teológicos que, habiendo servido quizá durante siglos para explicar la fe, ya no sirven para eso e incluso podrían causar más desconcierto que luz, por haber adquirido significados culturales nuevos (un ejemplo puede ser el término “satisfacción” como justificación de la muerte de Cristo).           

            Al mismo tiempo hay que ser conscientes del significado más común de las palabras para mostrar el sentido con que la teología las usa, y, por tanto, el alcance de la analogía. Así, términos como santidad, prudencia, virtuoso, ejemplo, dogma, doctrina, meditación o alianza necesitan ser explicados, en sus similitudes y diferencias con el uso corriente que van adquiriendo, para comprender el sentido que tienen en la tradición cristiana. En otros casos es posible el itinerario inverso, es decir, que un término admitido en el uso ordinario en determinados campos (como por ejemplo, en informática, como sucede con las palabras actualización, icono, reiniciar, etc.), puede ser útil para profundizar en la realidad o en la experiencia propiamente cristianas.

 

Función social de la teología

 

            3. En tercer lugar, la teología tiene también una función social, por lo que no puede conformarse con ser una “teología de escritorio” (exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 133). Por su carácter de ciencia la teología puede y debe entrar en diálogo con las diversas culturas y con las ciencias empíricas, humanas y sociales, en el marco de un trabajo interdisciplinar que hoy se pide por todas partes en la educación. Sobre el trasfondo del humanismo cristiano y con el testimonio de coherencia de los cristianos –hoy el testigo tiene también un gran impacto, vinculado a la belleza que resplandece en su conducta–, la teología puede fomentar un espíritu constructivo ante las crisis morales y sociales.

            De esta manera, la teología está llamada a acompañar los procesos culturales y sociales, y a confrontar los conflictos que surgen tanto en la Iglesia como en la sociedad. “También los buenos teólogos –ha señalado el papa Francisco–, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, derraman ungüento y vino en las heridas de los hombres”. La teología debe ser además expresión de una Iglesia que es “hospital de campaña” y por tanto puede y debe reflejar la centralidad de la misericordia (cf. Carta a la Pontificia Universidad Católica de Argentina, en el centenario de su Facultad de Teología).

            Finalmente, un teólogo no debería ser, en los gráficos términos del papa argentino, un “teólogo de museo”, que acumula datos e información sobre la Revelación, sin saber qué hacer con ellos; ni tampoco un “balconero de la historia”, alguien que observa desde arriba los acontecimientos sin implicarse en ellos; sino “una persona capaz de construir en torno a sí la humanidad, de transmitir la divina verdad cristiana en una dimensión verdaderamente humana, y no un intelectual sin talento, un eticista sin bondad o un burócrata de lo sagrado” (Ibid.).

            4. A partir de los aspectos considerados en los párrafos anteriores acerca del carácter científico, eclesial y social de la teología, se pueden proponer algunas orientaciones, conectadas entre sí, para la docencia de la teología o de la religión como tarea evangelizadora.

            1) Continuidad entre la vida cristiana como vida teologal y la tarea teológica sistemática o profesional. Por ejemplo, al plantearse una cuestión como la santidad, el profesor debe preguntarse qué tiene que ver con el hombre (con su inteligencia, su corazón y su trabajo), tanto en su propia vida como en la de los demás. Y planteárselo no solo como cuestión en sí misma, sino en relación con los posibles prejuicios que se deriven de lo que saben previamente “esos” alumnos, en el contexto de su educación y su cultura; a partir de ahí se pueden prever algunas dificultades y reacciones y adelantarse en algunos casos, para protegerles de esos posibles prejuicios sin privarles de madurar con “motor propio”.

            2) Unidad de la teología o de las disciplinas teológicas (entre las materias teológicas más especulativas como las que estudian las verdades de la fe, y las más prácticas que se ocupan de la vida y de la misión de los cristianos, así como aquellas que exponen los conocimientos procedentes de los estudios bíblicos e históricos). Así, conviene plantearse qué aporta a nuestros alumnos lo que estamos enseñando al sentido de su vida y cómo puede mostrarse de un modo atractivo según la cultura actual (que lleva a contar historias, utilizar imágenes, emplear la tecnología audiovisual, etc.). La dimensión histórica responde a la pregunta de dónde viene una cuestión determinada y cómo se plantea ahora, sin necesidad para ello de estancarse en un sinfín de prolegómenos y explicaciones eruditas.

            3) La orientación de la teología a la vida cristiana, a la comunión eclesial y a la evangelización. Ante cualquier cuestión es bueno preguntarse qué relación tiene con estos aspectos esenciales de la vida cristiana, es decir, primero con mi vocación y en consecuencia con mi misión como profesor y  con la vocación y misión de estos alumnos en conjunto (en lo que pueden tener en común) y en lo que pueden tener de personal e intransferible.

            4) La atención a las circunstancias concretas de la sociedad y al diálogo con las Ciencias y las Humanidades: ¿Cómo se plantea esto hoy en la calle? ¿Con qué lenguaje y presupuestos, prejuicios, sospechas y horizontes? ¿Qué datos hay que tener en cuenta, por ejemplo, en relación con los signos de los tiempos? ¿Y las aportaciones de las Ciencias?

            5) En definitiva, como vemos, es preciso realizar el discernimiento teológico-práctico del tema que se trate de enseñar, al servicio de la Iglesia y la sociedad. Y para eso deben tenerse en cuenta, ante todo, nuestra propia identidad de educadores cristianos conscientes de su propia misión. Y desde ahí el conocimiento de la realidad. Es decir, los datos con los que contamos, tanto desde el punto de vista humano y racional como en la tradición cristiana y eclesial.

            A la mirada y escucha de la realidad le seguirá, en la preparación y desarrollo de las clases, una valoración de las cuestiones de que se trate, alimentada por un tiempo suficiente de oración, estudio y también diálogo con los colegas y con los alumnos.

 

La sabiduría práctica del cristiano

 

            De una manera central, en la educación de la fe, conviene tener en cuenta todo lo relacionado con la mejora personal de las actitudes básicas del cristiano, es decir, la unión con Dios por medio de la oración y la vida sacramental, y, como consecuencia, el servicio a los demás; y llevarlo a cabo con la “prudencia o sabiduría práctica cristiana”, cultivada a partir de la formación de la conciencia. Todo esto es, de un lado, tarea que el profesor tiene que realizar consigo mismo. Pero es también su tarea transmitir a los alumnos ese modo de hacer y de actuar en la vida, que consiste en adquirir y ejercitar la sabiduría práctica del cristiano que discierne los datos por medio de la oración, del estudio y el trabajo, de las relaciones con los demás (familia, amigos, conocidos) y de las demás actividades cotidianas; porque todo eso tiene que ver con el “formarse Cristo en ellos”.

            En tercer lugar, convendrá pensar qué actuaciones o proyectos concretos se podrán proponer para que los alumnos contribuyan a edificar el misterio de la Iglesia y colaboren en la misión evangelizadora. Convendrá pensar cómo incidirán estas acciones en la fe, esperanza y caridad de los estudiantes y en la vida de sus familias, en su aportación al bien común de la sociedad y al cuidado de la Tierra; es decir, en la mejora del mundo que hemos recibido y hemos de legar a los que nos seguirán. Finalmente deberá preverse con realismo cómo podrán llevarse a cabo esas acciones (personas, medios, tiempos) y cómo podrán y deberán ser evaluadas.

 







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