La teología es fruto
de la “fe que busca entender” (fides quaerens intellectum). Esa fe que sostiene la teología es
la fe viva: por eso,
la teología es también e inseparablemente esperanza
y caridad “que buscan entender”
(cf. Comisión Teológica Internacional, Teología hoy: perspectivas,
principios y criterios, 2011). Esto es lo que tendríamos que hacer posible
para nuestros alumnos: que la fe ilumine su inteligencia, e ilumine igualmente
su sentir y actuar, esperanzado y con amor.
Proponemos primero algunas consideraciones en relación
con las distintas vertientes de la
teología (científica, eclesial y social) y a continuación algunas orientaciones para la enseñanza de la
teología y de la religión. Finalmente se señala en qué consiste la sabiduría
práctica del cristiano.
La teología como ciencia y sabiduría
1.
La teología es ciencia (conocimiento cierto por sus causas) y también
sabiduría. Ciertamente, la teología avanza por reflexión intelectual y no
directamente por el amor a Dios como sucede en la vida espiritual. Pero esto no
quiere decir que la teología pueda concebirse ni hacerse al margen de la vida,
pues en ese caso sería un tipo más de gnosticismo utópico. La teología vive de la vida cristiana como
participación en la vida de Dios. Por tanto el amor entra en la teología como impulso
interior al rigor intelectual, pues el amor (a Dios y al prójimo) moviliza al teólogo para alcanzar un
conocimiento que la razón de por sí sola no puede alcanzar y, por tanto solo así, podrá movilizar
también al estudiante a tratar de alcanzarlo.
La teología está al servicio de la sabiduría
cristiana. Una sabiduría que permite conocer y amar
a Dios y sus obras; y, por
tanto, lleva a vivir ayudando a los
demás, colaborando en el bien común, mediante
el diálogo amable y el trabajo por transformar este mundo en un camino que
recorremos con otros hacia la casa del Padre (cf. Francisco, Mensaje a las Academias pontificias, 28-I-2014).
Al
teólogo, y derivadamente a todo aquél que enseña teología o religión cristiana,
le corresponde abrir las inteligencias de sus alumnos a la unidad viva y orgánica de la fe. Esto requiere en el educador de la fe una apertura grande a cuanto le rodea y dejarse
interpelar y dar respuestas nuevas
ante cuestiones nuevas, sobre la base del mismo “depósito de la fe” cristiana.
Es de interés tener en cuenta que hoy el
“camino educativo de la belleza”, valor en alza por su capacidad de impacto, pide,
en lo que respecta a la fe, más capacidad de atracción que de demostración. Se
trata de proveer a los alumnos de las herramientas adecuadas que, desde el
resplandor de la belleza, les faciliten adentrarse en la búsqueda de la Verdad
y del Bien que están en el origen y raíz vivos de la Belleza. Así, poco a poco
y con la confianza de los hijos de Dios, podrán recorrer los caminos de la razonabilidad del mundo creado
y los anhelos del corazón humano, sin
satisfacerse con explicaciones fáciles o con actitudes cómodas ante la vida.
Como señalaba ya el Concilio Vaticano II, nos es preciso “escuchar atentamente,
discernir e interpretar los distintos lenguajes de nuestro tiempo, y saberlos
juzgar a la luz de la Palabra de Dios, para que la verdad revelada sea
entendida cada vez más a fondo, sea mejor comprendida y pueda ser presentada de
forma más adecuada” (Gaudium e spes,
44).
Al servicio de la
misión de la Iglesia y de la vida cristiana
2.
Como ciencia profunda sobre Dios y sabiduría sobre el hombre y el mundo, la
teología está al servicio de la misión
de la Iglesia y de la vida de los creyentes.
Con el Concilio Vaticano II comenzó
una nueva etapa de la evangelización por los caminos de la “reforma o
renovación en la continuidad” (cf. Benedicto XVI, Discurso, 22-XII-2005). Esto implica la distinción entre el inmutable depósito
de la fe (lo que en un sentido amplio abarca los fundamentos y la
sustancia de la liturgia y de la moral cristiana) y las expresiones variables de ese depósito en todos sus niveles. Comporta
así mismo la fidelidad creativa también en la teología, tarea sostenida por
la comunidad teológica y por la familia de la Iglesia, desde la fe vivida –se
ha dicho ya– y la oración.
El docente de la teología debe ser
capaz de transmitir con claridad el depósito de la fe de la Iglesia, con las
expresiones adecuadas a las circunstancias (tiempo y lugar) de sus alumnos. Ya
el tono de las explicaciones ha de ser adecuado al de la calidad de lo que se
transmite. Tendrá muy presente que la teología está al servicio de la fe y la oración
de los cristianos, y especialmente de la devoción de los sencillos. Es
este un buen indicador de calidad teológica junto con el dejarse ayudar por el
Magisterio del Papa y de los obispos. Otro indicador es si la tarea teológica o
pedagógica de la fe se puede configurar como un camino de santidad ante todo para el profesor. Como ha señalado
Francisco, en ese camino no faltan algunas tentaciones
para el docente, concretamente la aridez de corazón, el orgullo y la ambición.
En relación con nuestra
tarea, cabe hacer algunas observaciones relativas al lenguaje teológico, especialmente
cuando se usa fuera del ámbito profesional o académico. El lenguaje excesivamente técnico
–sobre todo si no utiliza términos asumidos por la tradición evangelizadora de
la Iglesia– debería ser evitado en el anuncio de la fe, cuando no se pueda
suponer en los interlocutores una suficiente formación teológica. En segundo
lugar, hay algunos términos y esquemas teológicos que, habiendo servido quizá
durante siglos para explicar la fe, ya no sirven para eso e incluso podrían
causar más desconcierto que luz, por haber adquirido significados culturales
nuevos (un ejemplo puede ser el término “satisfacción” como justificación de la
muerte de Cristo).
Al mismo tiempo
hay que ser conscientes del significado más común de las palabras para
mostrar el sentido con que la teología las usa, y, por tanto, el alcance de la analogía. Así, términos como santidad,
prudencia, virtuoso, ejemplo, dogma, doctrina, meditación o alianza necesitan
ser explicados, en sus similitudes y diferencias con el uso corriente que van
adquiriendo, para comprender el sentido que tienen en la tradición cristiana.
En otros casos es posible el itinerario inverso, es decir, que un término
admitido en el uso ordinario en determinados campos (como por ejemplo, en
informática, como sucede con las palabras actualización, icono, reiniciar,
etc.), puede ser útil para profundizar en la realidad o en la experiencia
propiamente cristianas.
Función
social de la teología
3. En tercer
lugar, la teología tiene también una función social, por lo que no puede
conformarse con ser una “teología de escritorio” (exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 133). Por su
carácter de ciencia la teología puede y debe entrar en diálogo con las diversas culturas
y con las ciencias empíricas, humanas y sociales, en el marco de un trabajo
interdisciplinar que hoy se pide por todas partes en la educación. Sobre
el trasfondo del humanismo cristiano
y con el testimonio de coherencia de
los cristianos –hoy el testigo tiene también un gran impacto, vinculado a la
belleza que resplandece en su conducta–, la teología puede fomentar un espíritu
constructivo ante las crisis morales y
sociales.
De esta manera,
la teología está llamada a acompañar los procesos culturales y sociales, y a
confrontar los conflictos que surgen tanto en la Iglesia como en la sociedad. “También
los buenos teólogos –ha señalado el papa Francisco–, como los buenos pastores,
huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, derraman ungüento y vino en las
heridas de los hombres”. La teología debe ser además expresión de una Iglesia que
es “hospital de campaña” y por tanto puede y debe reflejar la centralidad de la
misericordia (cf. Carta a la Pontificia
Universidad Católica de Argentina, en el centenario de su Facultad de
Teología).
Finalmente, un
teólogo no debería ser, en los gráficos términos del papa argentino, un
“teólogo de museo”, que acumula datos e información sobre la Revelación, sin
saber qué hacer con ellos; ni tampoco un “balconero de la historia”, alguien
que observa desde arriba los acontecimientos sin implicarse en ellos; sino “una
persona capaz de construir en torno a sí la humanidad, de transmitir la divina
verdad cristiana en una dimensión verdaderamente humana, y no un intelectual
sin talento, un eticista sin bondad o un burócrata de lo sagrado” (Ibid.).
4. A partir de
los aspectos considerados en los párrafos anteriores acerca del carácter
científico, eclesial y social de la teología, se pueden proponer algunas orientaciones, conectadas entre sí, para la docencia de la teología
o de la religión como tarea evangelizadora.
1) Continuidad
entre la vida cristiana como vida teologal y la tarea teológica sistemática o
profesional. Por ejemplo, al plantearse una cuestión como la santidad,
el profesor debe preguntarse qué tiene que ver con el hombre (con su
inteligencia, su corazón y su trabajo), tanto en su propia vida como en la de
los demás. Y planteárselo no solo como cuestión en sí misma, sino en relación
con los posibles prejuicios que se deriven de lo que saben previamente “esos”
alumnos, en el contexto de su educación y su cultura; a partir de ahí se pueden
prever algunas dificultades y reacciones y adelantarse en algunos casos, para
protegerles de esos posibles prejuicios sin privarles de madurar con “motor
propio”.
2) Unidad
de la teología o de las disciplinas teológicas (entre las materias
teológicas más especulativas como las que estudian las verdades de la fe, y las
más prácticas que se ocupan de la vida y de la misión de los cristianos, así
como aquellas que exponen los conocimientos procedentes de los estudios bíblicos
e históricos). Así, conviene plantearse qué aporta a nuestros alumnos lo que
estamos enseñando al sentido de su vida y cómo puede mostrarse de un modo
atractivo según la cultura actual (que lleva a contar historias, utilizar
imágenes, emplear la tecnología audiovisual, etc.). La dimensión histórica
responde a la pregunta de dónde viene una cuestión determinada y cómo se
plantea ahora, sin necesidad para ello de estancarse en un sinfín de prolegómenos
y explicaciones eruditas.
3) La orientación de la teología a
la vida cristiana, a la comunión eclesial y a la evangelización. Ante cualquier cuestión es bueno preguntarse
qué relación tiene con estos aspectos esenciales de la vida
cristiana, es decir, primero con mi vocación y en consecuencia con mi misión
como profesor y con la vocación y misión
de estos alumnos en conjunto (en lo que pueden tener en común) y en lo que
pueden tener de personal e intransferible.
4) La atención a las circunstancias
concretas de la sociedad y al diálogo con las Ciencias y las Humanidades: ¿Cómo se plantea
esto hoy en la calle? ¿Con qué lenguaje y presupuestos, prejuicios, sospechas y
horizontes? ¿Qué datos hay que tener en cuenta, por ejemplo, en relación con
los signos de los tiempos? ¿Y las aportaciones de las Ciencias?
5) En definitiva, como vemos, es
preciso realizar el discernimiento teológico-práctico del tema que se trate de enseñar, al servicio de la Iglesia y la
sociedad. Y para eso deben tenerse en cuenta, ante todo, nuestra propia identidad
de educadores cristianos conscientes de su propia misión. Y desde ahí el
conocimiento de la realidad. Es
decir, los datos con los que contamos, tanto desde el punto de vista humano y
racional como en la tradición cristiana y eclesial.
A la mirada y escucha de la realidad
le seguirá, en la preparación y desarrollo de las clases, una valoración
de las cuestiones de que se trate, alimentada por un tiempo suficiente de
oración, estudio y también diálogo con los colegas y con los alumnos.
La sabiduría práctica
del cristiano
De una manera central, en la
educación de la fe, conviene tener en cuenta todo lo relacionado con la mejora
personal de las actitudes básicas del cristiano, es decir, la unión con
Dios por medio de la oración y la vida sacramental, y, como consecuencia, el
servicio a los demás; y llevarlo a cabo con la “prudencia o sabiduría práctica
cristiana”, cultivada a partir de la formación de la conciencia. Todo esto es,
de un lado, tarea que el profesor tiene que realizar consigo mismo. Pero es
también su tarea transmitir a los alumnos ese modo de hacer y de actuar en la
vida, que consiste en adquirir y ejercitar la sabiduría práctica del cristiano que discierne los datos por medio
de la oración, del estudio y el trabajo, de las relaciones con los demás
(familia, amigos, conocidos) y de las demás actividades cotidianas; porque todo
eso tiene que ver con el “formarse Cristo en ellos”.
En tercer lugar, convendrá pensar
qué actuaciones
o proyectos concretos se podrán proponer para que los alumnos
contribuyan a edificar el misterio de la
Iglesia y colaboren en la misión evangelizadora. Convendrá pensar cómo
incidirán estas acciones en la fe, esperanza y caridad de los estudiantes y en
la vida de sus familias, en su aportación al bien común de la sociedad y al cuidado
de la Tierra; es decir, en la mejora
del mundo que hemos recibido y hemos de legar a los que nos seguirán.
Finalmente deberá preverse con realismo cómo podrán llevarse a cabo esas
acciones (personas, medios, tiempos) y cómo podrán y deberán ser evaluadas.