La fe y la razón de por sí no se
oponen porque tienen ambas como origen a Dios. Tal es la perspectiva cristiana.
Desde ahí cabe perfilar la relación entre fe y cultura, y el papel de la
interdisciplinariedad en la educación de la fe.
1. Por fe entendemos no una mera teoría intelectual o un mero conjunto de
creencias, ritos y reglas morales, sino ante todo una vida que, en el
cristianismo, procede del encuentro y la relación con Cristo.
Por razón entendemos, como lo hace el lenguaje común, la facultad
humana de discurrir, propia de la inteligencia. Cabe advertir que la razón
humana, para poder ser considerada como tal, debe estar abierta a toda la
realidad que nos constituye y nos rodea, y ser capaz de valorarla en relación con
la totalidad de la persona: no solo su inteligencia, sino también sus afectos,
su dimensión social y su apertura a la transcendencia.
En consecuencia, para una adecuada
relación entre la fe y la razón, se requiere una “fe vivida”. No serviría una fe “fideísta” (incapaz de argumentar
con la razón); como tampoco serviría una fe de tipo racionalista, ni voluntarista,
ni puramente sentimental o totalmente dependiente de otros, siendo así que la
fe ilumina la inteligencia a la vez que fortalece la voluntad e integra los
sentimientos y las relaciones entre las personas.
Por su parte la razón humana –como ha señalado Joseph Ratzinger— hoy necesita
ser ampliada, por la tendencia reductiva a quedarse en su dimensión empírica,
es decir, en la relación con lo que se ve, se mide y se pesa: la realidad material,
que no agota la realidad del hombre y del cosmos. Esta dimensión empírica de la
razón constituye el núcleo del método científico y de sus importantes logros,
pero es incapaz de responder a las cuestiones profundas que se plantea el ser
humano sobre su origen y dignidad, y sobre el sentido de la historia,
concretamente de su vida o su destino. Para dialogar con la fe no sirve, pues,
una razón meramente empírica o
instrumental.
Tampoco serviría, como observa
Pieper, una razón no realista sino
cercana al idealismo; ni una razón estrechamente racionalista (cerrada en sí misma respecto al corazón humano, a las
relaciones con los demás y con la transcendencia); ni una razón de tipo ilustrada (cerrada particularmente a
todo horizonte espiritual e incapaz de reconocer, por ejemplo, las raíces del
mal en el mundo); ni, finalmente, una razón de tipo espiritualista (que rechazara el valor de la materia, del cuerpo
humano o de las realidades que llamamos temporales: el trabajo, la familia, el
desarrollo tecnológico, la vida ordinaria, etc.). Ha de ser una razón humana en el más amplio y pleno
sentido de la expresión. La razón humana de por si tiene capacidad para
alcanzar la verdad, aunque necesita ayuda para hacerlo. La razón puede ayudar a
la fe a explicarse, y puede advertir cuándo el creyente no es coherente, en su
inteligencia o en su vida, con su fe.
Por su parte, la fe puede ayudar a la razón para que se amplíe en una triple
dirección: en dirección a la sabiduría,
en dirección a la ética y en
dirección a la fe misma, sin
prescindir de los contenidos metafísicos y morales de las religiones del mundo.
Por ejemplo, un cierto conocimiento de lo cristiano es importante para poder
entender la literatura y el arte. Esto requiere una atención a los desarrollos
teológicos contemporáneos, aunque no requiere necesariamente una teología
sofisticada o erudita; pues incluso un no creyente o un creyente poco cultivado
pueden beneficiarse de las principales “razones” de la fe.
Una buena lectura en este
horizonte es la de Newman, para el que la teología
contribuye a dar un sentido unitario a los saberes, a la vez que aporta
respuesta a las “cuestiones últimas” que las ciencias no pueden resolver.
También la teología es capaz de enriquecer las narrativas científicas para que
estas no degeneren en tecnocracias, o sea, en el imparable poder de la técnica
que arrolla la libertad del hombre y lo hace incapaz de defender su ser y su
sentido. Al mismo tiempo, la teología recuerda a todos que lo real en sentido
total es inabarcable por el hombre. Nada de esto supone una visión negativa del
conocimiento o un inmiscuirse en la identidad y método de las ciencias humanas;
sino que las abre a la relación con un ámbito más amplio del ser, relación que
puede impulsar la investigación desde dentro de las ciencias.
2. La relación entre la fe y la
razón se traduce en el diálogo entre fe y
ciencia y, más ampliamente, entre fe
y cultura. En una universidad o en una escuela de inspiración cristiana, un
buen departamento de Religión (como el que impulsa el proyecto DIR: “Departamento
interdisciplinar de Religión”) trata de iluminar la tarea educativa que se
realiza en complementariedad con las otras ciencias, de las que se ocupan las
distintas asignaturas: puede ayudarlas a descubrir las raíces, muchas veces
cristianas, que las sustentan, el modo de servir realmente al hombre sin
deshumanizarlo, así como el sentido de la vida y los valores que subyacen en
los diversos planteamientos.
A su vez la ética y las ciencias
humanas pueden ayudar a la Religión en su tarea de promover el verdadero bien
de las personas, que se sitúa en conexión con la verdad, el amor y la auténtica
belleza. No se trata, por tanto, de ocultar los errores, infidelidades y malas
actuaciones de los cristianos, sino de reconocerlos, sin dejar de situarlos en
sus contextos sociales e históricos.
De esta manera la educación que se
imparte puede aspirar con mayor coherencia a la maduración intelectual y humana
de los alumnos. Todo ello se realiza respetando la autonomía, identidad y
método de las distintas materias de estudio, sean Ciencias, Humanidades, etc. La
Religión ofrece a las demás asignaturas su propia perspectiva, que es la del
humanismo cristiano. El diálogo entre las asignaturas, que la Religión procura
fomentar e iluminar, puede traducirse en temas o proyectos interdisciplinares concretos,
como medio para ir elaborando la síntesis entre fe y cultura, que ayude a los
alumnos y pueda también aprovechar de diversos modos a sus familias.
3. De esta forma se lleva a cabo
un trabajo de tipo interdisciplinar, tanto
en la justicia a la realidad, como en la investigación y también en la dinámica
misma de la tarea educativa. Se busca así una educación integral abierta a la transcendencia.
Sin embargo, esto no quiere decir que la identidad y el
método de la educación de la fe hagan
de la enseñanza de la Religión propiamente una “ciencia interdisciplinar”. Lo
interdisciplinar, por su naturaleza, es lo que resulta del diálogo entre las
asignaturas, y concretamente entre los profesores, que se ven animados a
profundizar sus propios intereses y mejorar su cualificación profesional y su formación
personal. Y a partir de ahí, mejorar las programaciones y los recursos didácticos,
el uso de las tecnologías, etc. De esa tarea interdisciplinar resulta un bien
para todas las materias de estudio, que pueden verse impulsadas, desde dentro,
a ampliar sus horizontes en su servicio a las personas.
Por su parte, la asignatura de Religión se ve enriquecida con esa mirada
interdisciplinar y se apoya en ella para intentar explicar, a la luz de la
razón y también a la luz de la Revelación, las verdades reveladas y la relación
del hombre con Dios. Y eso es teología. La enseñanza de la Religión es una
tarea propiamente teológica. Su
finalidad es la información reflexiva y el anuncio de la fe cristiana, buena
noticia (“Evangelio”) para todos. Se distingue de la catequesis, otra modalidad
de educación de la fe, que tiene como finalidad la maduración de la vida
cristiana, y que no pertenece al curriculum
académico, aunque puede estar presente de modo complementario, para aquellas
personas que la deseen, en las instituciones de inspiración católica.
Dentro de los contenidos de la fe y
la tradición cristiana, en el aula de Religión se enseñan no solo los aspectos
doctrinales y los referentes al culto litúrgico, sino también otros valores nucleares
del cristianismo como la caridad –centro de la vida cristiana– y la
misericordia, que es manifestación principal del espíritu de las
Bienaventuranzas, espíritu que implica la búsqueda de la paz y de la justicia
para todos.
En definitiva, la enseñanza escolar de
la Religión presta un servicio a los alumnos y a sus familias en el contexto de
la formación cultural e interdisciplinar que se recibe concretamente en las
instituciones educativas de inspiración cristiana. El fundamento de todo ello,
como hemos dicho, es una comprensión de las relaciones entre fe y razón, y
entre fe y cultura, basada en una visión cristiana del hombre; es decir, en el
humanismo cristiano o en la antropología
cristiana.
En estas instituciones,
conviene tener en cuenta que el primer “lugar” para el diálogo entre la fe y la
interdisciplinariedad de los saberes debería ser la mente y la vida de los
profesores. Ese es también el mejor cauce para alcanzar lo que los alumnos
buscan y las familias desean: una
educación integral en la perspectiva cristiana de la fe (no existen perspectivas
“neutras”) y de su relación con la cultura.