Teniendo en cuenta los “rasgos y límites de la cultura de hoy”, el
capítulo cuarto de Gaudete et exsultate destaca
“algunas notas de la santidad en el mundo actual”.
Cabe recordar que la mayor parte de los cristianos están llamados a la santidad
a través de su vida ordinaria, es decir del trabajo y de la familia, de sus
relaciones de amistad y de sus actividades sociales y culturales, de su tiempo
de ocio y descanso, de sus alegrías y de sus penas.
De hecho, ya en el capítulo primero, Francisco señala: “¿Eres un trabajador?
Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los
hermanos”. “¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o
de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia”. “¿Eres padre, abuela o
abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús” (n. 14)
Y se refiere a una “espiritualidad del trabajo” y a “una
espiritualidad de la vida familiar” (n. 28), como formas de la común
espiritualidad cristiana. “El Señor nos habla –escribe en el último capítulo–
de modos muy variados, en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y
en todo momento” (n. 171).
Por tanto estas “notas de la santidad” si bien son para todos
(fieles laicos, ministros sagrados, miembros de la vida religiosa, etc.) deben
verse ante todo en el marco de la vida ordinaria, campo de santificación de
la mayoría de los cristianos.
Hace una llamada el Papa a la necesidad urgente que tiene nuestra cultura
marcada por “la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y nos debilita;
la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista y egoísta; el
individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios
que reinan en el mercado religioso actual” (n. 111), de que los cristianos
presenten a esta cultura “grandes manifestaciones del amor a Dios y al
prójimo” (Ibid.). Él escoge las que siguen.
Aguante,
paciencia y mansedumbre
1. El primer grupo de estas “notas” de la santidad nos ayuda, a cada uno, a “estar
centrado, firme en torno a Dios que ama y sostiene” (n. 112). Es el
trinomio formado por el aguante, la paciencia y la mansedumbre. Desde la
firmeza o la solidez interior -como frutos de la gracia de Dios– se puede
llegar al “testimonio de santidad” y la fidelidad del amor. Así se pueden
evitar las difamaciones –concretamente se nombran las “redes de violencia
verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio
digital”– y las lamentaciones, los juicios apresurados y el orgullo. La
humildad no se logra sin aceptar las humillaciones, como hizo Jesús. La
mayor parte son “humillaciones cotidianas” que nos han de llevar unas veces a
callar y no intervenir, y otras veces lo contrario, todo ello por razones de
prudencia, justicia y caridad.
Por ello avisa el Papa: “No nos hace bien mirar desde arriba, colocarnos en el
lugar de jueces sin piedad, considerar a los otros como indignos y pretender
dar lecciones permanentemente” (n. 117). Francisco no critica los éxitos
profesionales legítimos, el placer o los bienes temporales en sí mismos, o el
prestigio social que tantas veces ayuda para sacar adelante la familia y el
trabajo. El problema es “buscar la seguridad interior” ahí y no en Dios
(cf. n. 121).
Alegría
y buen humor
2. A continuación Francisco subraya la alegría y el buen humor como
características necesarias de la santidad que se nos pide especialmente hoy a
los cristianos. También estas virtudes se logran solo “dejando que el Señor nos
saque de nuestro caparazón y nos cambie la vida” (n. 122). A pesar de la
dureza que con frecuencia trae la vida para muchas personas, la alegría
cristiana se fundamenta en el saberse amados por Dios y se manifiesta como
“seguridad interior” y “serenidad esperanzada” (n. 125). La predicación de los
profetas, el testimonio de los santos –sobre todo de María– nos enseña que no
se trata de la alegría consumista e individualista que se vive en ciertas
experiencias actuales; sino del talante positivo y agradecido, que lleva
a compartir y alegrarse con el bien de los otros.
Audacia
y fervor
3. En tercer lugar, se refiere el Papa a la audacia y el fervor:
“Audacia, entusiasmo, hablar con libertad, fervor apostólico, todo eso se
incluye en el vocablo parresía, palabra con la que la Biblia expresa
también la libertad de una existencia que está abierta, porque se encuentra
disponible para Dios y para los demás” (n. 129).
Esto es contrario, por tanto, a dejarse paralizar por las dificultades: la
comodidad y la inercia, la timidez o la vergüenza, el miedo y el cálculo, el
pesimismo y el refugiarse en la búsqueda de la seguridad. El Dios de la ternura
quiere que el nuestro sea un caminar constante y renovado. Tanta gente
nos necesita, porque “por debajo de la apariencia de la superficialidad y el
conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la
vida” (n. 135)
“Dios no tiene miedo”, va siempre más allá de nuestros esquemas y se
nos adelanta, haciéndose presente en el corazón de tantos que llevan una
existencia herida, oprimida y oscurecida. No solo llama a esas puertas sino
ante todo a la nuestra, para sacudirnos de la modorra que nos
impide salir de nosotros mismos. Los santos –con diversos modos y estilos–, han
sido “misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la
verdadera vida” (n. 138). Para luchar contra una “mediocridad tranquila y
anestesiante”, hemos de renunciar a hacer de la vida cristiana un “museo de
recuerdos”. Necesitamos mirar la historia “en la clave de Jesús resucitado”
(Ibid.).
Dimensión
comunitaria (familiar) de la santidad
4. La santidad es algo muy personal y a la vez solo puede vivirse en comunidad.
Esto quiere decir que no hay santos “por libre”, sino que todos lo son en
referencia a la vida de la Iglesia. Ella es santa y a la vez compuesta de
pecadores (cf. n. 15). En efecto, la Iglesia es familia de Dios, familia de
familias. Ante todo, en las familias cristianas. Con el modelo y la fuerza
interior de la familia de Nazaret (Jesús, María y José), ellas son verdaderas
escuelas de santidad, virtudes y servicio a los demás. También han de serlo las
parroquias, las comunidades religiosas y los demás grupos, movimientos e
instituciones eclesiales. La dimensión comunitaria de la santidad pide
manifestarse en pequeños detalles de atención a las personas, de servicio de
unos a otros. Así podemos ir a contracorriente de ese “individualismo consumista
que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás”
(n. 146).
Oración
constante
5. Finalmente, la santidad necesita de oración, vive de oración constante. “El
santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios.
Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y
en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de si en la
alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la
santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos
o de sentimientos intensos” (n. 147).
El santo, insiste Francisco, busca la comunicación y el diálogo continuo con
Dios en medio de la vida cotidiana. Así es. Por eso, cuando la
tradición cristiana habla de buscar la “presencia de Dios” y andar en
“contemplación”, no se limita a proponer lo que puede hacerse dentro de un
templo o de un monasterio. Es un programa también para los “cristianos
corrientes”. Lo de la “oración constante” requiere reservar algún tiempo cada
día en exclusiva al diálogo con Dios: adorarle, mirarle y escucharle sin
prisas, aprender de Él, dejarse enamorar por Jesús y encender por el fuego del
Espíritu Santo.
Es importante la enseñanza de Francisco: la oración no lleva a evadirse
del mundo y de la historia. Al contrario: nos lleva a verlos con más
profundidad, realismo y agradecimiento a Dios. De ahí el consejo: “Mira tu
historia cuando ores y en ella encontrarás tanta misericordia. (…) Por
consiguiente, tiene sentido pedirle que ilumine aun los pequeños detalles de tu
existencia, que a él no se le escapan” (n. 153). Y también –añade el Papa–
pedirle mucho a Dios por los demás. Una gran cosa, porque, como explicó
Benedicto XVI en sus catequesis, la oración la hacemos siempre en unión con
Jesús y su entrega por todos. Por eso, rezar es el acto más solidario del
mundo. Nos podemos ayudar con la “lectura orante” de la Sagrada Escritura,
especialmente de los Evangelios. Y así nos preparamos mejor para la comunión
con Jesús en la Eucaristía, que es lo que más nos santifica.
En definitiva, la santidad se manifiesta hoy especialmente en algunas virtudes
que el Papa señala, como valores que los cristianos hemos incorporado en
nuestra vida. Esto es posible si nuestra búsqueda personal de Dios se enmarca
en la familia de Dios. Como predica Francisco, en la perspectiva cristiana no
hay Dios sin Cristo, Cristo sin Iglesia, Iglesia sin pueblo.
El mundo de hoy necesita de la santidad del cristiano, vivida en la Iglesia,
que le une a Cristo, camino único y certero que le lleva al Padre. Y para andar
ese recorrido el cristiano necesita absolutamente de la oración.