En la misa
crismal, el Jueves santo 29 de marzo, el papa Francisco ha descrito la
salvación obrada por Dios con el término cercanía. Una persona cercana
es alguien próximo, no tanto en el sentido físico sino más bien en el
sentido afectivo -mente y corazón, unidos-: alguien que acompaña y
comprende, que ayuda y se compromete, que se sacrifica por el otro.
Nos viene bien esta reflexión cuando muchos, ante el mal y el sufrimiento que
abundan en el mundo, se preguntan: ¿dónde está Dios? Y, lógicamente, se
resisten a admitir la existencia de un dios imaginado como lejano o insensible
al dolor humano. Pero esto nada tiene que ver con Dios según la revelación
bíblica y sobre todo en la perspectiva cristiana.
Un Dios cercano
Observa Francisco cómo ya el libro del Deuteronomio dice: “Porque ¿qué nación
grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está el Señor nuestro
Dios en todo cuanto le pedimos?” (4,7). Dios se ha manifestado cada vez más
cercano a los hombres.
En el salmo 88 (21-22-25 y 27) Dios se declara como acompañante y protector de
David desde su juventud hasta su ancianidad. Y la cercanía de Dios mantenida en
el tiempo se llama fidelidad.
El profeta Isaías (61,1-3a. 6a. 8b-9) contempla al enviado de Dios como “ungido
y enviado” en medio de su pueblo, cercano a los pobres, enfermos y
prisioneros. Y al Espíritu que “esta sobre Él”, que le empuja y acompaña en
el camino.
La cercanía de Dios se hace patente en Jesús. En la sinagoga de Nazaret, hace
suyas las palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido; me ha enviado…” (Lc 61,1). Y concluye estableciendo la cercanía
tan provocadora de aquellas palabras: “Hoy se ha cumplido esta Escritura
que acabáis de oír” (Lc 4,21).
Señala el Papa que Jesús habría podido ser un escriba o un doctor de la ley
pero quiso ser un evangelizador “de la calle”, un “mensajero de buenas
noticias” –así han sido los santos– cuyos pies hermosos traen la cercanía de
Dios (cf. Is 52, 7).
Pedagogía de la Encarnación
“Esa es –apunta Francisco– la gran elección de Dios: el Señor ha decidido ser uno
que está cerca de su pueblo. ¡Treinta años de vida escondida! Solo después
empezará a predicar”. Y añade que así es y ha de ser “la pedagogía de la
encarnación, de la inculturación”, también hoy: no solo en relación con las
culturas lejanas, también en la propia parroquia, en la nueva cultura de los
jóvenes…
Subrayando este talante, este modo de actuar de Jesús, apunta que la cercanía,
más que una virtud concreta, es una actitud que implica a toda la persona: crea
vínculos, permite que estemos, a la vez, en lo nuestro y atentos a lo de los
otros. Pone el ejemplo del diácono Felipe, que iba de un sitio para otro
sembrando la alegría del Evangelio y bautizando incluso en medio de la
carretera (cfr. Hch 8,5; 36-40).
Y añade que la actitud de la cercanía –como signo claro de la Encarnación del
Hijo de Dios– es la clave del evangelizador. Es la clave de
la misericordia que acorta distancias (como se ve en el encuentro de
Jesús con la samaritana). Pero también es la clave de la verdad en
la relación con las personas. La verdad que Cristo revela y es, no es la verdad
que simplemente se mantiene a distancia de las personas –sin dejar que le
toquen el corazón–, por medio de conceptos y razonamientos lógicos; o que se
apresura imprudentemente a clasificarlas, juzgando sobre sus virtudes y
defectos. Es la Verdad que las llama por su nombre y que les es fiel. Ante todo
son personas, y eso quiere decir hijos de Dios. Y Jesús se acerca a ellas –a
cada uno de nosotros– con la cercanía salvadora de su Palabra de sus
Sacramentos. Y así él nos levanta, me levanta.
Modelo eximio de cercanía es María, a quien Francisco invoca bellamente
como “Virgen de la Cercanía”. María, con su disposición de servicio e incluso
con su modo de decir, se da cuenta en las bodas de Caná de lo que pasa, porque
“sabe estar donde se cocinan las cosas importantes: esas que cuentan
para todo corazón, toda familia, toda cultura”.
Concluye el Papa sugiriendo a los sacerdotes tres ámbitos de
cercanía: el acompañamiento espiritual, la confesión y la predicación. En
el ámbito de la verdad-fiel es siempre posible vivir la cercanía con
delicadeza.
Cabría añadir que la cercanía la hemos de vivir todos los cristianos entre
nosotros y con los demás: podemos preguntarnos, reflexionar y dialogar sobre
qué significa cercanía en la amistad, en las obras de misericordia, en la ayuda
que podemos prestar para formar a otros.
Se fija Francisco cómo el libro del Apocalipsis (1, 5-8) nos habla del Señor
que “viene” siempre. Y, resucitado, nos sale al encuentro, mostrándonos sus
llagas. Le verán también los que le traspasaron. Nos recuerda que la condición
para reconocerle es “hacernos prójimos” a la carne de todos los que
sufren, especialmente de los niños.
La cercanía –sin duda un don que hemos de pedir al Espíritu Santo– es cualidad
esencial del mensaje cristiano, un mensaje que solo se transmite cuando se
vive.