Carta a San Gabriel arcángel, pregonero de la Encarnación del Verbo.
Muy estimado arcángel Gabriel:
San Lucas narra en su Evangelio el encargo salvador que Dios te confió, visitar a una adolescente de Nazaret, llamada María, para anunciarle que sería madre del Hijo de Dios, del Verbo encarnado al que habría que llamar Jesús, que significa Salvador. Dice así:
En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María.Y entró donde ella estaba y le dijo: «Dios te salve, llena de gracia, el Señores contigo». Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué podía significar este saludo.
Y el ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin» (Lc 1, 26-33).
Recibiste, Santo Arcángel, la misión de anunciar la Encarnación del Hijo de Dios. Éste, siendo Dios, se dignó compartir nuestra limitada naturaleza humana.
Dijiste a la Virgen que el nombre que habían de ponerle había de ser Jesús. Cuando Dios pone un nombre lo hace para indicar una misión; la misión y el significado de Jesús es salvador, pues viene a la tierra para salvar a los hombres del poder del infierno. A María le dijiste palabras de alabanza: llena de gracia, el Señor es contigo y te alegraste al oír que no conocía varón. Estas últimas palabras de Nuestra Señora fueron una invitación a aclarar más el misterio, por ello añadiste que en la concepción del Niño participaban las tres personas divinas: el Espíritu Santo que desciende sobre María, el Padre que la cubre con su sombra, y el Hijo que va a descansar en sus entrañas.
Al terminar el ángel, le dijo la Virgen: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra; entonces el Verbo de Dios se encarnó en sus purísimas entrañas. Encontramos ideas semejantes, aunque expresadas de modo más conciso, en el Evangelio de San Mateo. Dice así: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo(Mt 1,16). Se dice de Jacob que engendró a José (aunque no he citado los versículos anteriores, en ellos se enumeran los antepasados del Señor usando siempre para referirse a la paternidad el mismo término, «engendró»), pero de José no se dice que engendró a Jesús, sino que era esposo de María de la cual nació Jesús. Este texto da a entender una peculiar generación en la que María tiene el protagonismo y San José queda en un segundo plano. El mismo San Mateo aclara a continuación este acontecimiento:
La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. José su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Consideraba él estas cosas, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta: «Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros». Al despertarse, José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa. Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús (Mt 1, 18-25).
Vemos que también en el Evangelio según San Mateo, María sigue siendo el personaje central y su concepción virginal el acontecimiento que se narra. La perplejidad de José, que ya tiene las maletas hechas, no se apacigua hasta que un ángel le dice que su esposa es justa y que ha concebido por obra del Espíritu Santo. También le dice que el niño concebido será llamado Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros, afirmándose de este modo su origen divino, para terminar diciendo que le han de poner como nombre Jesús.
Muy bien conoces, poderoso Arcángel que, desde y por el pecado original, el hombre se había convertido en esclavo del demonio, del pecado y de la muerte. Pero el hombre que pudo venderse como esclavo no podía rescatarse. Entonces Dios, lleno de misericordia vino en su auxilio. El Padre, ¡tan era su amor por los hombres!, tomó la decisión de salvarnos mediante la Encarnación y Redención de su Hijo, del Amado. Éste, siempre pronto a obedecer al Padre, se entregó sin condiciones y bajó la tierra para nuestra redención. Si nosotros vivimos pendientes de la voluntad del Padre
también dirá de nosotros: «Tú eres mi hijo amado». Lástima que nosotros, con no poca frecuencia, olvidamos el ejemplo de Cristo para seguir el de Adán, optando de esta manera por dar la espalda a Dios desobedeciendo sus amorosos y sabios preceptos. Los ángeles al conocer este designio divino de amor a los hombres quedaron pasmados ante la bondad del Padre y la humildad del Hijo. La Epístola a los Hebreos recoge esta actitud de docilidad de Mesías respecto a su Padre.
Por eso, al entrar en el mundo, dice: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo; los holocaustos y sacrificios por el pecado no te han agradado». Entonces dije: «He aquí que vengo, como está escrito de mí al comienzo del libro, para hacer, oh Dios, tu voluntad». Después de haber dicho antes: «No quisiste ni te agradaron sacrificios y ofrendas ni holocaustos y víctimas expiatorias por el pecado — cosas que se ofrecen según la Ley» —, añade luego: «Aquí que vengo para hacer tu voluntad». Deroga lo primero para instaurar lo segundo. Y por esa voluntad somos santificados de una vez para siempre, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo (Hb 10,5-10).
San Juan en el Prólogo de su evangelio dice: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. A partir del momento de la «concepción» todos los actos del Señor tienen un valor salvífico y magisterial. Ya en Belén el pesebre será un trono desde el que ejercerá su magisterio. Su infancia y la vida oculta están llenas de lecciones para nosotros, no en vano dijo de sí: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Para vosotros soy camino, porque soy la verdad que habéis de encarnar haciéndola vida.
El impresionante pasaje del bautismo del Señor, que realza su figura hasta el orden de lo divino, no es ajeno a cada cristiano, pues al recibir el sacramento del bautismo de algún modo se repite aquella escena inefable. Del bautizado