Avicena afirma poder demostrar la existencia de Dios, como ser necesario, por dos vías. Una por las criaturas, que nos descubren al Ser del que han recibido el ser; y la otra por el análisis de lo que sea el Ser Necesario, aunque sólo la indique y no la desarrolle.
La primera de estas sendas es la que sigue Santo Tomás en su tercera vía, en la que parte del ser contingente para llegar al ser necesario.
La segunda enuncia aquel argumento que partiendo «de la idea de Dios» pretende llegar a su existencia y que desde Kant recibe el nombre de argumento ontológico. Que Avicena mencione este segundo itinerario tiene un particular interés por su sintonía con el argumento de S. Anselmo, interés tanto mayor cuando, por otra parte, parece que no hubo influencia entre ellos.
Es algo peculiar de este argumento tratar de demostrar que al concepto de Dios le corresponde «de iure» (de derecho)la existencia del ente al que representa. No se trata, pues, de demostrar que a Dios le corresponda la existencia «de facto» (de hecho), sino de algo más profundo, a saber, que pertenece a su esencia existir necesariamente: Dios no puede no existir.
Su existencia no solamente es necesaria para explicar la existencia de lo contingente (si algo es, el ser necesario es), sino que, aunque lo contingente no existiera, la existencia de Dios sería igualmente necesaria. Luego, Dios es necesario considerado en sí mismo y, por lo tanto, es inconcebible su no existencia.
Se trata, pues, de probar que «es necesario que Dios exista» y en consecuencia que «es inconcebible que no exista nada». Por eso, al exponer este argumento, al tiempo que voy a procurar demostrarla existencia de Dios abordaré el tema tan actual de «por qué algo existe en lugar de nada». La respuesta a esta cuestión es clara: Si algo existe es porque ha sido creado por «el ser necesario», y el ser necesario existe porque «no puede no existir».
En la siguiente entrega de la exposición de este argumento (argumento ontológico II) trataré de exponer mi modo personal de concebirlo, hoy me limitaré con citar su origen, es decir, voy a recoger la formulación que del mismo hizo San Anselmo. La singularidad de su modo de argumentar radica en que, mientras el camino normal procura demostrar la existencia de Dios «tomando como punto de partida las criaturas», él tomará como punto de partida la idea de Dios y de su análisis llegará a su existencia.
San Anselmo en su Proslogio afirma:
El insensato tiene que conceder que tiene en el entendimiento algo por encima de lo cual no se puede pensar nada mayor, porque cuando oye esto, lo entiende, y todo lo que entiende existe en el entendimiento; y ciertamente aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado, no puede existir sólo en el entendimiento. Pues si existe, aunque sólo sea en el entendimiento, puede pensarse que exista también en la realidad, lo que es mayor. Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse existiese sólo en el entendimiento, se podría pensar algo mayor que aquello que es tal que no se puede pensar nada mayor. Luego existe sin duda, en el entendimiento y en la realidad, algo mayor que lo cual nada puede ser pensado.
Este argumento ha ejercido una enorme influencia en todos los tiempos. Entre los medievales podemos destacar a San Alberto Magno, San Buenaventura, Alejandro de Hales, Enrique de Gante y Duns Escoto. Posteriormente fue muy bien acogido, hasta el punto de ser su argumento preferido, por los racionalistas, como Descartes, Leibnitz, Hegel. Sin embargo, no debemos pasar por alto que este argumento ha sido rechazado por otros muchos filósofos, entre los que cabe destacar Santo Tomás de Aquino y Kant.
¿A qué se debe la atracción y a qué el rechazo de este argumento? Entiendo que «la atracción» se puede deber a la intuición enormemente sugerente que encierra así como a la sencillez con que se expone; mientras que «el rechazo» puede tener como causa la falta de precisión del silogismo. San Anselmo inició el camino, pero ha sido la falta de precisión a que he hecho mención la que ha llevado a otros filósofos a buscar formulaciones más convincentes. En cualquier caso, quien investigue sobre las demostraciones racionales de la existencia de Dios no deberá pasar por alto el estudio de este argumento. Para ser consecuentes es necesario tomar posición ante él.
Creo que se puede decir que las razones que esgrimen los que rechazan el argumento ontológico se pueden resumir en la sencilla frase: «el paso del orden lógico (del conocimiento) al ontológico (del ser) es inadmisible». Y es tal el arraigo de esta sentencia que, para muchos, es tan segura y verdadera como que dos y dos son cuatro, por lo que con un prudente respeto no dejan de descalificar un argumento de tan larga tradición sin haberse detenido posiblemente a pensar en él.
Como acabo de decir la razón esgrimida —el paso del orden lógico al ontológico es inadmisible— es, para muchos, una especie de dogma filosófico sobre el que no vale la pena gastar ninguna neurona.
Sin embargo, según mi parecer el intento de dar este paso no solamente es atractivo y atrevido, sino también válido. Estoy de acuerdo con Santo Tomás y Kant cuando afirman que del análisis de las ideas no se puede pasar al orden real, pero con una salvedad que no es otra que la idea de «ser». Del concepto de perro no puedo pasar a su existencia porque es «un ser posible», pero el término de ser es diferente, pues no se refiere a un «posible» ser, pues siempre se predica de algo existente. A la idea de ser corresponde la idea de existente.
Con estas palabras pienso que queda planteado el argumento. Como he dicho en una segunda parte, que se publicará en breve, expondré mi modo peculiar de concebir este argumento sobre el que tantos ríos de tinta han corrido.