Empiezo la exposición del argumento diciendo que no podemos tomar como punto de partida «la idea de Dios», ya que la esencia divina no nos es dada a conocer de modo intuitivo — « a Dios nadie le ha visto nunca » —, si tal visión se diese habría que dar la razón a los ontologistas quienes afirman que a Dios lo alcanzamos por visión intuitiva.
No procedió así S. Anselmo porque lo que en realidad analizó no fue la idea de Dios, sino la idea de «el ser mayor que el cual nada se puede pensar», para concluir que a tal ser no le puede faltar la existencia necesaria, pues en otro caso sería posible pensar en un ser mayor todavía, aquel que tuviera la existencia necesaria, y éste sería Dios.
No voy a intentar justificar el argumento anselmiano, ni tampoco las diversas variantes que a lo largo de los siglos se han hecho del mismo. Esta tarea es demasiado laboriosa y ajena a mis pretensiones. Mi objetivo es simplemente aportar un granito de arena a este tema, a saber, mi parecer personal sobre tan atractivo modo de argumentar.
Empezaré analizando un concepto que no será el de «el ser mayor que el cual nada se pueda pensar», sino simplemente el de «ser». Antes de entrar a fondo en materia quiero recordar a Parménides, quien hace unas consideraciones rigurosamente lógicas en torno al «ser» atribuyéndole unas propiedades que, como se percataron sus discípulos, en absoluto se pueden a aplicar al Cosmos en que vivimos. En sus palabras se encuentra la esencia de este argumento.
Dice el filósofo de Elea: Es necesario decir y pensar que lo que es, es, ya que el ser es y el no