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En este tiempo, todo este continuo chatear, videollamar, circular
artículos, homilías, novenas, rosarios (casi como no queriendo rendirnos
a la evidencia de que nada es ya como antes) ha empezado a turbarme y
distraerme.
Estas semanas he descubierto la dimensión del silencio:
tomarse tiempo para pensar, reflexionar, tratar de entender lo que me
pasa, descubrir cosas nuevas de mí mismo, rezar de manera distinta y
desea entender qué quiere el Señor.
Y luego mirar la realidad tal como es ahora,
lo que para mí significa jugar con mi nieta, mirar los árboles, el
vuelo de los pájaros, las campanas que toca el párroco cuando celebra la
misa solo, trabajar en el jardín, charlar con los vecinos, obviamente a
distancia, de los que algunos ni siquiera sabía su nombre, llamar a los
amigos. Releyendo
la carta de Carrón a la Fraternidad
me daba cuenta, como nunca antes, de que esas palabras describen lo que
estoy viviendo. «Decir “sí” a cada instante sin ver nada, simplemente
obedeciendo a la presión de las circunstancias».
Estas semanas he
tomado conciencia de las grandes dificultades que algunos amigos –a los
que no veo hace ya tiempo– estaban atravesando. Mientras que en otras
situaciones habría dicho: «se ocuparán los que tenga más cerca»,
esta vez he decidido agarrar el teléfono y llamarles.
Conversaciones que parten de un simple: «hola, ¿cómo estás?», pero
luego rompen toda formalidad para adoptar un tono inmediatamente
familiar y sobre todo lleno de verdad y profundidad con el
descubrimiento, que nunca se puede dar por descontado, de que la unidad
en una pertenencia común es mucho más que la participación en gestos o
iniciativas.
«Es una posición que da vértigo» mantenerse en tensión «a cada instante sin ver nada».
Pero cuando sucede por Gracia, la vida se vuelve realmente interesante.
Brota una gratitud por todas las cosas. Me despierto por las mañanas y
digo: «Gracias, Señor, por darme la vida». Las relaciones y el uso del
tiempo, la curiosidad por las cosas, asumen una forma nueva. Tengo una
especie de “lista de personas”, que se enriquece continuamente, con las
que he empezado a tener un contacto bastante sistemático.
LEE TAMBIÉN – Brasil. La paradoja del coronavirusEn la misma carta, Carrón afirma que «en este momento en el que se expande la nada,
el
reconocimiento de Cristo y nuestro “sí” a Él, incluso en el aislamiento
en el que cada uno de nosotros podría verse obligado a estar,
constituye ya hoy la contribución para la salvación de cada hombre,
antes de cualquier intento legítimo de hacerse compañía, cosa que hay
que buscar dentro de los límites de lo permitido. Nada es más urgente
que esta autoconciencia». De este modo, me doy cuenta de que el trabajo
de la Escuela de comunidad, la lectura de
Huellas, los testimonios que se publican a diario en la web de CL y el libro del mes marcan
un camino que me ayuda a darme cuenta de que hay Alguien que vence el miedo.
Me vuelve a la mente una frase que dijo Benedicto XVI a unos amigos que
estaban afrontando complejas dificultades: «cada uno hace lo que puede,
pero luego… está Jesús». Esta compañía de Jesús se hace cada vez más
evidente en la vida cotidiana, como compañía tierna de la Iglesia, en la
liturgia, en gestos sencillos pero llenos de afecto y atención por cada
uno de nosotros, como los que están teniendo Carrón o el Papa.