Johnny Chávez ayuda a numerosos jóvenes de Brooklyn para que
no entren en pandillas ni apuesten por la vía “sencilla” de la
delincuencia. Y lo hace desde su propia experiencia, donde desde
adolescente traficaba con heroína y llegó a pasar varias noches en el
calabozo por robar. Ahora está felizmente casado, es padre de 8 hijos y
es catequista del Camino Neocatecumenal en Nueva York.
“El arresto cambió todo para mí. Me hizo enderezarme y salir de las calles”, recuerda en una entrevista con The Tablet. Es un criminal callejero reformado que encontró a Jesús. “Hay una solución para tu vida y Cristo es esa solución”, explica.
De este modo, a los numerosos jóvenes a los que puede dirigirse les
insiste en una idea: “Lo primero que digo es que naciste para ser libre.
Y cuando te unes a una pandilla, o cuando vendes drogas, te conviertes en esclavo. Si entras en una pandilla, nunca serás feliz".
Llegó a Estados Unidos proveniente de Ecuador cuanto tenía tan sólo 5
años. Pero sus padres se divorciaron cuando él empezaba la
adolescencia. Según relata, “fue una experiencia traumática para mí. Sentí que nadie me amaba”.
Vagaba sin rumbo por la vida y encontró lo que él creía que era
consuelo en las calles y en las pandillas que había en su barrio de
Brooklyn, donde realizó numerosas actividades ilegales. Entre otras
cosas, participó en robos en tiendas del barrio y a vender heroína. Pero
un día cuando tenía 17 años fue arrestado en un robo y como había una arma de fuego involucrada fueron acusados de un delito grave por posesión de armas.
Recuerda perfectamente la sensación al ser fichado. “Estaba muerto de
miedo”, admitió. Pasó cuatro días en la cárcel esperando su cita en la
corte. “La detención me ayudó porque me asustó” Lo que le salvó, dijo,
fue el hecho de que era su primera vez. Su familia contrató a un abogado
que pudo mantenerlo fuera de prisión. Un año después, cuando cumplió 18
años, su caso quedó cerrado. “Fue un punto de inflexión para mí y lo tomé como una lección que Dios me estaba dando”, recalca.
Chávez fue a la Universidad de Long Island, donde jugó al fútbol y
obtuvo una licenciatura en Educación. Consiguió un trabajo enseñando en
su antigua escuela secundaria. Pero Dios no había terminado de cambiar
su vida. Cuando tenía poco más de 20 años, estaba saliendo con la mujer
que ahora es su esposa, a la que conocía desde que eran adolescentes.
“Había conocido a Keila pero yo era un desastre. Todavía tenía rencor contra mis padres por su divorcio y me sentía vacío por dentro”, dijo.
Eduardo Mendoza, un tío cercano a él, le hizo una pregunta sencilla. “Él dijo: '¿Qué quieres de esa chica?'.
Y cuando él me hizo esa pregunta, yo me hice esa pregunta”, dijo
Chávez. Mendoza, quien es el padrino de Chávez, le pidió que lo
acompañara a una celebración del Camino Neocatecumenal en la parroquia
de Pedro y Pablo-Epifanía. Fue una experiencia reveladora.
“Lo que me llamó la atención fue que la gente estaba sentada en
círculo, una frente a la otra. Estaba acostumbrado a sentarme en un
banco mirando hacia el frente”, recuerda. Después de las lecturas, los participantes se turnaron para hablar de sus vidas. La charla fue sincera.
“La gente hablaba libremente sobre problemas reales con pura
honestidad, diciendo cosas como: 'Volví a consumir drogas'. Y nadie los
juzgaba. Sentí: 'Aquí es donde pertenezco'. Desde entonces soy parte del
Camino Neocatecumenal”.
Con su fe renovada, Chávez invitó a su novia a unirse al Camino
Neocatecumenal, invitación que ella aceptó. La pareja se casó en 2008 y
son orgullosos padres de ocho hijos y ahora también catequistas de esta
potente realidad eclesial, lo que le permite anunciar a Jesucristo en el
barrio en el que creció y donde todavía hoy hay tantos problemas.
Al recordar su vida hasta el momento, se siente afortunado. “Jesús vino a mi vida cuando más lo necesitaba. Y ahora tengo una buena vida gracias a Él”, dijo.