Este domingo se cumplirá la primera semana en que el padre Rubén Rueda de Cipolletti falleció. Un cura que supo por medio de la predicación y con su testimonio de vida
tener una parroquia llena, al punto de hacer dos turnos seguidos de
misa los sábados por la cantidad de gente, entre ellas la mitad jóvenes.
Una luz en tiempos en que la Iglesia Católica es muy cuestionada.
Testigo de cientos de matrimonios, bautismos, comuniones y con el
gran don de escuchar al otro, se puede decir que el padre Rueda será
siempre parte de la maravillosa historia de la comunidad de Cipolletti.
Rubén Oscar Rueda, nació el 5 de agosto de 1932 en Larregueira,
provincia de Buenos Aires. Era el menor de ocho hermanos. Solía recordar
que de niño su hermana mayor se encargaba de vestirlo; la habitación
tenía un cuadro, y un día le preguntó: “¿ese quién es? “. Ella le
respondió “Ese es Jesús”. En su familia era difícil que se hablara de religión porque su padre era comunista. Fue su primera maestra quién lo ayudó a conocer el evangelio. Recién a los 17 años fue bautizado y luego tomó la comunión.
“Tenía una estampita de la Virgen – recordaba - y la guardaba para
que no me la vieran. La dejé en un palo de alambrado, dentro de un
agujerito que había hecho. Iba a caballo y le rezaba. Le pedía poder
salir del campo para ir a comulgar todos los días”.
La maestra,
que lo ayudó a bautizarse estaba casada con un marinero. Su padre se
interesó en la carrera militar dentro de la Marina de guerra. Decidieron
llevarlo a La Plata e inscribirlo. Durante su formación en la Marina
realizó maniobras de combate en la fragata Hércules. Allí llevó a cabo
la labor de comunicación mediante el telégrafo. En ese periodo se
introdujo en los jóvenes de la Acción Católica.
Los viajes y las
maniobras con la marina lo llevaron a conocer en Ushuaia al padre Yori.
Fue con él que descubrió su vocación sacerdotal. Rubén le dijo “Padre
quiero ser cura” a lo que el padre le respondió “recién te das cuenta”.
“No
sé cómo hacer, tengo novia”. No era fácil dejar a su novia y a la
Marina. Sin embargo, a pesar de sentir “la voz del enemigo”, que le
decía: “¿qué vas a hacer? No servís para nada”, siempre sintió el
acompañamiento de la Virgen María. Ella lo guiaba en las decisiones
importantes de su vida.
Luego, en el seminario diocesano de Villa
Devoto, fue compañero, un año, de Jorge Mario Bergoglio. Lo acompañó
durante la muerte de su padre en 1959. Asimismo, en aquel año, Bergoglio
estuvo bastante enfermo y Rubén cuidó de él. Entre las anécdotas de
este periodo relataba: “Por la amistad que teníamos, me hice de San
Lorenzo”. Por otra parte, a Rubén le preocupaba no poder cursar las
materias de filosofía y teología en latín. A lo que Bergoglio le
respondía: “de última, te devolvemos con los marinos”.
Fue
ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1964, para la diócesis de
Viedma. Trabajó como representante legal en el “Ceferino” de Cinco
Salto. Luego fue trasladado a Cipolletti como párroco de Nuestra Señora
de Luján en el barrio del Trabajo.
De entre los feligreses, de sus primeras misas, traemos a la memoria: Manolo Español (+2019) y Elena Bascur (+2012).
Manolo
recordó, en una entrevista realizada en el 2017, que por aquellos años,
no había distribución del agua de red en las casas. Existían canillas
públicas. Una de estas canillas se encontraba en la parroquia. Según el
relato de Manolo, la canilla se había roto, el barreal era terrible. Fue
este motivo el que colmó el vaso. Entonces, Rubén, Manolo y unos
vecinos se acercaron a la Municipalidad para tramitar el agua de red en
las casas. Por su parte, Elena Bascur, solía recordar que Rubén apoyaba a
los obreros de los galpones de empaque y participaba de las ollas
populares para solventar la huelga de los embaladores.
Los primeros años en la parroquia, estuvo caracterizado por el trabajo social. Asimismo, la
política de los años 70 también marcó su vida. Rubén contaba que solía
dormir en posición fetal, por los temores y las persecuciones.
“Tenía – decía – una pistola bajo la almohada”. Esta experiencia lo
llevó a afirmar: ”Me llegó el turno de tocar el piso, no con los pies,
sino con la boca. Al suelo, enterrado en el barro”. Como dice el libro
de las Lamentaciones “el que busca al Señor (…) que ponga su boca en el
polvo, quizás haya esperanza” (Lm3, 29).
En esta situación,
recibe la invitación para escuchar las catequesis del Camino
Neocatecumenal. Definido como “un itinerario de formación católica,
válida para la sociedad y para los tiempos de hoy”, un camino de
“iniciación cristiana y de formación permanente en la fe”. El anuncio de
Cristo muerto y resucitado por amor a él hizo que los miedos y el sin
sentido de la vida fueran redimidos. Tal fue el sentido de liberación
que de dormir en forma fetal paso a dormir con los pies extendidos.
Las
comunidades del Camino Neocatecumenal desde 1977 han sido el modo
pastoral que Rubén Rueda adoptó para la parroquia. La predicación, la
liturgia y el itinerario de revivir el bautismo continua hoy siendo una
forma de evangelización que sostiene a cientos de personas en el
encuentro personal con Jesús. Familias en misión, vocaciones a la vida
religiosa, vocaciones al presbiterado y misioneros han surgido gracias a
la Iglesia, en la diócesis del Alto Valle.
Los años, los accidentes en auto, las operaciones al corazón, se
sumaron a su cuerpo tanto como el dolor de los hermanos que le confiaban
sus sufrimientos. Con 81 años aún continuaba dando misas, a veces
necesitaba que le recordaran el orden de la liturgia y hasta sonreía
cuando lo corregían.
Sus últimas horas de vida transcurrieron en
el hospital. Quienes lo acompañaron afirman que en él pudieron ver a
Cristo Resucitado, porque a pesar de los dolores físicos estaba
tranquilo y en paz.
Uno de sus últimos saludos que tanto el padre
Eurípides, como el padre Esteban Ramírez hicieron llegar a la comunidad
decía: “Un besote grande, un abrazo grande. ¡Ánimo! que, aun muriendo,
un cristiano sabe hacer llegar a los demás, la paz por medio de la
vida”.