En el verano de 2006, coincidiendo con el Encuentro de Familias
convocado a raíz de la visita del Papa Benedicto XVI a España, la vida
de Francisco y Clara cambió radicalmente. La convocatoria realizada por
el Camino Neocatecumenal –al que este joven matrimonio pertenece- les
llevó a aceptar la llamada de Dios para ofrecerse como Familia en Misión
para anunciar el mensaje del Evangelio en países en los que la fe
cristiana es meramente residual o sus practicantes son perseguidos por
este motivo.
Cerca de diez años después de recibir esta llamada, la familia
misionera ha vivido quizá su experiencia más difícil por causa de la
pandemia del coronavirus, cuyo obligado confinamiento les ha cogido en
España, ya que habían regresado de su país de misión días antes del
cierre de las fronteras con motivo del inminente nacimiento del que es
ya su décimo hijo.
“Pertenecemos a una comunidad neocatecumenal de Madrid, y cuando
regresamos a España, uno de nuestros hermanos nos cedió una casa que su
familia tiene en Valverde del Majano para que estuviéramos allí durante
el tiempo de espera del parto –explicó Francisco- y así es como hemos
venido a parar a Segovia, donde hemos pasado todo el confinamiento”.
Las especiales circunstancias en las que llevan a cabo su labor como
misioneros aconsejan no desvelar el país en el que viven desde hace una
década, pero señalan que una vez que la situación sanitaria vuelva a
permitir los viajes, regresarán sin lugar a dudas a su tarea de misión,
que desarrollan con “mucha paciencia” y fundamentada en su propia
vida.
“No solamente predicamos el Evangelio con la palabra –explica
Francisco-, sino con nuestra vida, haciendo presente el amor de Dios a
través del perdón, tal y como decía San Pablo: ‘si ven el amor que os
tenéis se acercarán a vosotros’”.
El momento decisivo de su periodo de confinamiento fue, sin duda, el
nacimiento de su décimo hijo, una preciosa niña que llegó al mundo en
el Hospital General de Segovia en medio de la complicada situación
derivada del covid-19, donde la mayor parte de la atención asistencial
era acaparada por los enfermos de coronavirus.
“Es cierto que fuimos al hospital con un poco de repelús –reconoce el
feliz padre- pero todo se desarrolló muy bien gracias a Dios e incluso
pude asistir al parto tras pasar las pruebas serológicas de la
enfermedad, lo cual fue una gracia añadida; y como nota anecdótica, las
enfermeras que atendieron a mi mujer se sorprendían de que fuera nuestro
décimo hijo”.
A lo largo del confinamiento, la familia ha respetado al máximo todas
las medidas sanitarias aconsejadas, implantando incluso su propio
protocolo con mediciones de temperatura diarias durante varios momentos
del día para testear cualquier posible síntoma. El único susto, una leve
amigdalitis de una de sus hijas hizo saltar las alarmas en forma de
fiebre, pero sin mayores consecuencias.
Para esta familia misionera, el coronavirus “no es una plaga ni un
castigo, sino es la prueba de que Dios nos ama y nos corrige, pero somos
cabezones y no entendemos este mensaje, que es una gran oportunidad
para recuperar y poner en valor a la familia”.