El sábado 5 de
mayo, una muchedumbre de cerca de 150.000 personas se dio cita en
Tor Vergata, en los alrededores de Roma, en torno al papa
Francisco, para dar gracias a Dios en el cincuentaaniversario
de la llegada a Roma del Camino Neocatecumenal. Los
peregrinos provenían de España y de toda Europa, de todas las
naciones de América y hasta de Mongolia, Australia y la
Isla de Guam.
Conocí
a Kiko Argüello en la noche de un sábado de finales de mayo de
1967 en el Seminario de Sigüenza. Estudiaba el último curso
de Teología. El Orfeón Donceli, con el coro del Seminario,
grabamos los dos primeros discos de Kiko para el sello Pax de PPC.
Cada vez que oigo las canciones Hacia ti morada santa, Amén Amén, Amén o Resucitó,
recuerdo con nostalgia aquella larga noche, en plenos
exámenes, en la que cantamos hasta el amanecer. A partir de
entonces seguí con interés y con asombro el prodigioso
desarrollo del Camino, que hoy está presente en 134 naciones de
los cinco continentes, con 20.000 comunidades en más de 6.000
parroquias y cerca de 2.000 familias en misión en ciudades de
todo el mundo necesitadas de un nuevo anuncio del Evangelio. En
los últimos veinte años el Camino Neocatecumenal ha abierto
120 seminarios Redemptoris Mater, de los que ya han salido 2.400 sacerdotes mientras 2.300 seminaristas se preparan para la ordenación.
Personalmente
tengo una gran estima por el Camino, un verdadero don de Dios
para la Iglesia de nuestro tiempo, camino providencial de
conversión y de vida cristiana para centenares de miles de
hombres y mujeres de todo el mundo. No dudo de que su origen es el
Espíritu Santo, que se ha servido de Kiko Argüello y de Carmen
Hernández, para suscitar en la Iglesia un carisma
fundamentalmente laical, que busca la vuelta al Evangelio
químicamente puro, como lo vivían las primeras comunidades
cristianas, como nos aseguran los Hechos de los Apóstoles.
Buscan además anunciar a Jesucristo a nuestro mundo con
entusiasmo, con desenvoltura, sin vergüenza y sin complejos,
conscientes de que éste es el mejor servicio que pueden prestar a
nuestro mundo, pues Jesucristo es la única fuente de
esperanza que nunca defrauda.
Conozco a muchos
matrimonios del Camino generosísimos en la transmisión de la
vida, que han formado familias cristianas ejemplares, algunas
de las cuales, padres e hijos, han marchado a la misión, dejando
sus trabajos y sus casas, confiando en la providencia de Dios,
que cuida de los pájaros del cielo y de los lirios del campo.
Muchas de ellas vienen a que el arzobispo les dé la bendición
antes de marchar. Me admira su fe, su confianza en Dios y su
ardor apostólico. Soy consciente de que el Camino ha sido blanco
de críticas e incomprensiones, fruto de prejuicios fáciles
que se disuelven cuando uno se acerca a sus miembros sin
apriorismos y con sencillez de corazón.
Felicito al Camino Neocatecumenal en este aniversario y me uno al Te Deum que
sus miembros cantaron con el Papa Francisco el pasado 5 de mayo.
En él reconocieron que su nacimiento, su prodigioso
desarrollo y todo el bien que ha hecho en este medio siglo es obra
de la gracia de Dios, pues como dice san Pablo, ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el incremento (1
Cor 3,7). Agradezco de corazón el bien que el Camino está
haciendo a la Iglesia y el mucho bien que ha hecho y sigue
haciendo en nuestra archidiócesis.
Quiero deciros que el Señor cuenta con vosotros para
seguir anunciando su nombre por doquier. Cuenta también con
vosotros la Iglesia diocesana de Sevilla. Desde el afecto que
os profeso y que en estos años os he manifestado muchas veces,
permitidme que os encarezca que viváis la inserción real en la
Diócesis. Huid de la tentación del ensimismamiento. Sed
fermento y levadura en vuestros barrios y en vuestros lugares
de trabajo para transformar la masa de la sociedad según los
criterios del Evangelio.
Insertaos con sencillez en
vuestras parroquias, colaborando con todos los grupos y
viviendo la auténtica comunión. Sed apóstoles y miembros
activos y dinámicos de vuestras comunidades parroquiales.
Sed luz y sal. Mostrad a Jesucristo a los hombres y mujeres de
hoy. Mostradles cómo el Señor ha transformado vuestras vidas,
iniciando en vosotros una preciosa historia de salvación. Sed
heraldos de la Nueva Evangelización, con la palabra y con el
buen olor de Cristo, es decir, con el testimonio luminoso,
convencido y convincente de vuestras obras. Amad y obedeced
siempre a la Iglesia, en cuyo seno habéis renacido a la fe. Que la
Santísima Virgen os proteja, os defienda y os aliente con
su amor maternal.
Para vosotros, para vuestras familias y
para todos los fieles de la Archidiócesis, mi saludo fraterno
y mi bendición.