La Carta a los Hebreos dice: “Como los hijos comparten la sangre y la carne, así también Cristo las compartió, para reducir a la impotencia mediante su muerte al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, el diablo, y liberar a los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a la esclavitud” (Hb 2, 14-15).
¿Creemos verdaderamente que los hombres, por miedo a la muerte, están sometidos de por vida a la esclavitud del demonio? Si lo creemos, este Sínodo debe decir con San Pablo: “Caritas Christi urget nos. El amor de Cristo nos apremia a pensar que si Él murió por todos, todos murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2Co 5,14).
Dice San Pablo que Dios quiso salvar el mundo mediante la necedad del kerigma, que es el anuncio de esta noticia.
La fe viene de la escucha y hoy vivimos en una sociedad secularizada que tiene los oídos cerrados.
Si queremos evangelizar, es preciso dar signos que abran los oídos al hombre contemporáneo. Pero ¿cómo puede llegar una comunidad cristiana a este nivel de fe del amor, en la dimensión de la cruz y de la unidad perfecta? De aquí la necesidad del catecumenado postbautismal que haga crecer la fe.