Es la catedral más joven de España, pero «en ella desemboca el ancho y
largo río de la vida de una vieja comunidad cristiana muy fecunda en
frutos de santidad». Así comienza Juan Antonio Martínez Camino, obispo
auxiliar de Madrid, su libro
La Almudena, catedral viva,
un recorrido por la historia de la Iglesia en Madrid a través de su
principal templo. Editado por el Cabildo Catedral de Madrid en
colaboración con el Museo Catedral de la Almudena, el volumen se
aproxima de forma ágil y amena a esa historia de fe milenaria en la
ciudad. Lo hace a través de los santos que presiden las diferentes
capillas del templo, todos ellos madrileños o que iniciaron sus
fundaciones en Madrid.
Adentrarse en la catedral con el libro en la mano es la propuesta que Cristina Tarrero, directora del museo,
hace para esta Cuaresma y Semana Santa. La pandemia propicia que sea un
tiempo único para visitarlo, «sin el turismo loco al que estamos
acostumbrados, con tranquilidad, redescubriendo una catedral que puede
que no conozcamos o de la que tengamos hechos juicios rápidos». Nada que
ver la de Madrid, moderna, con las otras «maravillas históricas» del
resto de España. «La nuestra es la del corazón», indica Tarrero, la que
«tiene vivencia de la fe actual». En ella están contenidas las
referencias espirituales de los cristianos de hoy porque cuántos de los
que visitan la catedral, constata, caminan en la fe en alguna de las
realidades de Iglesia actuales representadas en las capillas.
Cuántas resonancias también en esta pandemia a la caridad con
enfermos, vulnerables y descartados que pusieron en el centro tantos
iniciadores de congregaciones presentes en el templo y que, a día de
hoy, continúan su labor. Cuántos apóstoles, evangelizadores y mártires, y
cuántas almas de oración y Eucaristía también en esas capillas que
redirigen en última instancia a la que sobresale entre todas ellas: la
del Santísimo, diseñada por Rupnik.
Y junto a ella, el retablo de Santa María la Real de la Almudena, que
desde su posición entrega al visitante al Jesús niño y acompaña con la
mirada al adulto, en el presbiterio, clavado en una cruz de cedro del
Líbano. Un Jesucristo de Juan de Mesa –el mismo que talló el Jesús del
Gran Poder de Sevilla–, ante el que la directora anima a sentarse a
rezar en estos días, «algo que en condiciones normales es imposible».
En silencio y soledad
Nada como aprovechar este tiempo, añade Tarrero, para, «en soledad,
recorrer y rezar la catedral». Y hacerlo por esos espacios en torno a la
cruz que, como «sarmientos unidos a la vid» en expresión del obispo
auxiliar en su libro, son muestra de «cómo la salvación se ha hecho y se
hace presente en la Iglesia de Madrid a través de diversos santos,
carismas y realidades eclesiales». Y esto precisamente es lo que hace de
la catedral un espacio ecléctico en estilos que responde a esa
diversidad de espiritualidades que representa.
«Es el momento de encontrarte con tu catedral» porque, además,
recuerda Tarrero, «no se cobra entrada, aunque el euro de donativo viene
fenomenal». Se ayudará así a sostener un templo que en realidad es de
piedras vivas, «que son todos los fieles de esta archidiócesis». Lo dijo
Juan Pablo II –del que se expone una ampolla con su sangre– cuando
dedicó la catedral al culto divino en 1993 y animó a no relegar la fe a lo privado: «¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría!»