El pasado sábado 24 de enero, el
Arzobispo de Granada presidió una Eucaristía en la parroquia de San
José, para celebrar comienzo al Año Jubilar dedicado al esposo de la
Virgen María y custodio del Niño Jesús. Acompañado del párroco y el
vicario territorial, Mons. Martínez habló sobre la figura de este santo,
enfatizando la llamada a la paternidad de todo varón.
El templo parroquial del Albaicín tuvo el honor de albergar esta
Santa Misa con la que se quiso celebrar el inicio del Año Jubilar
convocado por la Santa Sede. Un Año Jubilar que convocó el Papa
Francisco mediante la publicación de su encíclica “Patris Corde” y que
durará hasta el 8 de diciembre de 2021.
En esta Eucaristía, el Arzobispo quiso realzar de modo especial la
figura de este santo, que cumple 150 años como patrono de la Iglesia
universal, como gran intercesor y como modelo de la vocación de todo
varón.
Comenzó D. Javier poner en verdad la imagen de San José repudiando a
su mujer porque “pensaba mal de la Virgen cuando descubrió que estaba
embarazada, y no sabía qué hacer”. Al contrario, “consciente del
misterio que está sucediendo en la Virgen, dice: ‘esto no es para mí, yo
me retiro’ , pero no quería que eso sirviese de ocasión de difamación
para la Virgen”, explicó. La vocación de San José es la llamada del
ángel a implicarse, a estar al lado un misterio de manera esencial, pero
sin ser el titular en primera persona. “El trabajo de San José fue
necesario para que el Hijo de Dios creciera, comiera. San José fue
agraciado para poder cuidar ese misterio en el que él tenía una parte,
pero ese misterio no era suyo, no era el dueño”.
LA VOCACIÓN ESPONSAL DEL VARÓN
Todos, hombres y
mujeres, participamos de una vocación esponsal, que se materializa
después en una forma de paternidad. “Cuando la mujer va a tener un niño,
ella lo cuida. El niño crece en su seno durante los nueve meses, y el
esposo es ahí un testigo. No cuida del bebé, él no alimenta con su
propia carne y con su propia sangre al bebé. Pero él tiene la misión de
custodiar ese misterio, de cuidarlo, de servirlo”, explicó Mons.
Martínez.
El varón tiene una misión que, como San José, tiene un carácter
único. “Una misión dificilísima porque además, para hacerla bien, tiene
normalmente que enfrentarse a su mujer, y para un hombre que quiera a su
mujer, enfrentarse con ella, es lo más difícil de este mundo”, dijo D.
Javier. “El padre necesita enfrentarse a la madre y la madre vive con
una conciencia de que los hijos son suyos, porque es verdad, son carne
de su carne de una manera distinta a como son carne de la carne del
padre, distinta”.
Es la figura paterna y la vocación del varón la que permite que los
niños crezcan. “Solo el padre, (o una figura paterna, si es que el padre
no está), corta el cordón umbilical que une a los niños a su madre. Si
no, los niños no crecen, y pueden tener ya treinta años. Vosotros mismos
lo acusáis muchas veces”, afirmó.
CRISIS DE PATERNIDAD
El Arzobispo recordó que
parte del sentido de este Año Jubilar, que llega “en un momento donde la
ausencia del padre es uno de los dramas más grandes de la familia en
nuestro tiempo”, afirmó. “Todos colaboramos a ello de alguna manera,
para todos es más cómodo, es más sencillo. Pero es verdad que en los
niños que crecen, aunque el padre esté; la familia esté unida, sin el
padre no crece bien”.
Una vez más, D. Javier expuso su idea de que es en la Eucaristía
donde se aprende a ser padre y esposo. “El padre sí que tiene que
aprender a ser esposo y es Jesucristo el esposo con mayúsculas, el que
nos enseña. Nos acostumbramos tanto a decir: ‘Tomad, comed, este es mi
cuerpo’, que lo decimos como una palabra, como una rutina, una fórmula
mágica, como un mantra, y no, no es un mantra”, sentenció.
Junto al vicario territorial, D. Francisco José Tejerizo, y al
párroco, D. Francisco Novo, la diócesis daba comienzo con la Eucaristía a
este Año Jubilar, en el que la Iglesia podrá beneficiarse de
indulgencias especiales ligadas a la figura del santo esposo de la
Virgen María. Unas indulgencias especiales que la Santa Sede ha
decretado que se obtienen meditando sobre la figura de San José y
realizando una obra de misericordia corporal o espiritual, siguiendo su
ejemplo como "depositario del misterio de Dios que nos impulsa a
redescubrir el valor del silencio, la prudencia y la lealtad en el
cumplimiento de nuestros deberes".