Desde mediados del siglo XX las diócesis vascas vienen celebrando cada 8
de diciembre su Jornada Vocacional, o más concretamente Día del
Seminario. Una celebración que se ha mantenido en las maduras y en las
duras, cuando el edificio proyectado por el beato Pedro de Asua estaba a
reventar de seminaristas, y cuando el número de seminaristas ha sido
“cero patatero”.
Monseñor Elizalde, consciente del ambiente diocesano
donde es muy escasa la juventud que participa en la vida de fe de las
comunidades cristianas, califica de “milagro” las vocaciones al
sacerdocio que hoy se forman en Vitoria, unos vinculados al Camino
Neocatecumenal, y otros al Seminario Diocesano.
Sin
duda, una de las causas que pueden explicar la falta de vocaciones en
Vitoria está en la secularización de la sociedad con la consiguiente
banalización de todos aquellos valores cristianos que han forjado a
hombres y mujeres entregados a los demás, pero cuya labor han pretendido
que quede eclipsada por la corrupción que se ha hecho presente en
muchos miembros relevantes de la Institución Eclesial a nivel mundial,
que no diocesano.
Pero si lo dejásemos ahí, no estaríamos siendo justos, sería como echar balones fuera.
Además
de la razón descrita, la ausencia de vocaciones hay que buscarla en la
falta de efectividad en el trabajo a pie de calle: Los sacerdotes han
ido desapareciendo de la vida de la juventud; una política pastoral de
mínimos ha convertido los grupos de Tiempo Libre, o Scout en colectivos
laicos y aconfesionales, donde los encargados de “dar” no han podido dar
lo que no tenían.
Por otro lado, los referentes sacerdotales nacidos en
esta tierra, y que fueron modelo a imitar en todo el orbe, se han ido
replegando en sí mismos sin poder pasar el testigo a otros. Así, los
misioneros se siguen reuniendo en Urkiola, pero siempre los mismos, y
cada día alguno menos; los curas del Prado, de cuya hermandad la
diócesis tiene un grupo significado, siguen reuniéndose y apoyándose
entre ellos, pero sin savia nueva; la Coordinadora de sacerdotes de
Euskal Herria, pues otro tanto de lo mismo, los que eran son hasta que
dejen de ser; y luego, lo que algunos dieron en llamar el colectivo de
sacerdotes “franco tiradores”, o que van “por libre”. Ningún colectivo
sacerdotal ha “creado escuela”, cada cuál ha sido y seguido su modelo
sacerdotal, pero ninguno ha parecido dejar estela que seguir.
Esto ayuda a entender también que el futuro clero responda a perfiles “importados” y no autóctonos.
El
último relevo episcopal en Vitoria marcó el fin de una era y el
comienzo de otra. Yo diría que ni mejor, ni peor, sino simplemente otra,
con sus cosas buenas y sus cosas malas. Ni todo lo del pasado fueron
errores ni todo el presente es “la pera”.
Pero estos
son los obreros de la mies, y con ellos tenemos que seguir siendo esa
“Iglesia peregrina y pecadora” que describió monseñor Elizalde en su
primera homilía, el día de su ordenación episcopal.
La
perspectiva de la vida cambia mucho si uno se la plantea más desde las
oportunidades que desde los errores. Y la jornada del Día del Seminario
de 2020 la podemos celebrar desde la cruda realidad de la escasa
presencia de la juventud en la vida diocesana y su consecuencia en una
falta de vocaciones locales, o desde “el milagro” de que, aun estando
las cosas como están, Dios sigue llamando, y tenemos vocaciones en la
diócesis. Aunque sean “esquejes trasplantados”, lo importante es que
echen raíces en esta tierra y se nutran del humus que aún sigue
quedando. Ya no quedan aquellos grandes fuegos, tan solo brasas, que si
sabemos cuidar, un día volverán a prender.