En el misterio adorable de la
Navidad revivimos nuestra conciencia de que el Hijo de Dios ha venido a
nosotros; Dios con nosotros y para nosotros. Dios se ha hecho visible,
concreto, asequible. Y, así, recordamos y celebramos el modo en el que
históricamente ha querido venir: en pobreza y en la debilidad de un niño.
¿Cómo robustecer nuestra fe ante
este Niño? Tomando la decisión de “ir a Belén” también nosotros, como los
pastores de los que nos habla el Evangelio. Volviéndonos niños de corazón para
descubrir las raíces de nuestra fe; contemplando en ese Niño todo el mensaje de
verdad, de autenticidad, de amor que nos ofrece.
Para ayudar a ese “camino a Belén”,
papa Francisco nos anticipó un regalo navideño, ofreciéndonos una hermosa
Carta, firmada el 1 de diciembre, sobre el significado de “los belenes” que
iluminan tantos hogares cristianos y tantos lugares bien diversos; allí en la
Carta, recuerda esa decisión de los pastores de “ir a Belén” a ver “lo que
ha sucedido y lo que el Señor nos ha
comunicado” (Lc 2,15), y afirma de ellos que se convierten “en los primeros
testigos de lo esencial”: “A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño
Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro
de amor y de agradable asombro. Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias
a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su
singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre” (n.5).
El Papa en su escrito nos recuerda:
“<> (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume
el misterio de la Encarnación. El belén nos hace ver, nos hace tocar este
acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia,
y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y
después del nacimiento de Cristo.” (n. 8).
Por ello, entre otras muchas
consideraciones, destaca: “El belén forma parte del dulce y exigente proceso de
transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la
vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a
sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos
hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a
sentir que en esto está la felicidad”. (n. 10). Por esto concluye que “dejemos
que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha
querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos”.
Es un escrito entrañable esta
recentísima Carta Apostólica del papa, que os animo a leer y a rezar en estos
días navideños. Días únicos, especialmente significativos para nuestras
personas, familias y comunidades, y muy necesarios en unos tiempos sedientos de
la paz, la sabiduría divina y el amor que nos trae el acontecimiento de Belén,
el nacimiento de Jesus, nuestro Salvador.
Que celebrar el acontecimiento de
su venida nos recuerde que con su nacimiento, además, nos ha hecho también a
nosotros el don de ser hijos: “A cuantos la recibieron, les dio el poder para
ser hijos de Dios” (Jn 1,12). La Navidad de Jesús es también nuestra Navidad,
la de renacer en una vida nueva. En Él también nosotros hemos sido “destinados
a ser hijos adoptivos” del Padre celestial (Ef. 1,5; cf. 1Jn 3,1). Como
consecuencia, con claridad afirmó San Cirilo de Alejandría: “Se ha hecho lo que
somos, para hacernos participes de lo que Él es”.
No olvidemos, por lo demás, un
aspecto apuntado por el Papa en la comentada Carta Apostólica: “Desde el Belén,
Jesús proclama, con su manso poder, la llamada a compartir con los últimos el
camino hacia un mundo mas humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni
marginado”. (n. 6). La Navidad, pues, nos propone la consciencia de la
fraternidad universal. Que nuestros gestos navideños pretendan ser no solo
privados y familiares, sino abiertos a la solidaridad y a la bondad,
especialmente con los más necesitados de ellas, como los pobres, los
inmigrantes, los enfermos y los muy mayores, los hambrientos de pan y de amor,
los que viven en soledad o son olvidados y marginados, porque en cuantos
sufren, El también viene, como claramente nos enseñó (Cf. Mt 25, 31-46).
Os deseo, por tanto, una Navidad en
la que cuidemos celebraciones y signos, como el entrañable del mismo belén, y
que sea a la vez, personal y comunitariamente profundamente significativa y
renovadora; una Navidad abierta, solidaria y sensible más allá de nuestros
propios círculos; una Navidad no atrapada en la “mundanidad” estandarizada, sino
liberada por el Espíritu de Jesus: con amor, con Dios.
Para todos, especialmente en estas fechas y para el Año Nuevo, mi afecto
y mi bendición.