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Mn. Jesús Murgui Soriano




NAVIDAD: IR A BELÉN

Fri, 20 Dec 2019 23:06:00
 
Mn. Jesús Murgui Soriano, Obispo de Orihuela-Alicante.
Mn. Jesús Murgui Soriano

En el misterio adorable de la Navidad revivimos nuestra conciencia de que el Hijo de Dios ha venido a nosotros; Dios con nosotros y para nosotros. Dios se ha hecho visible, concreto, asequible. Y, así, recordamos y celebramos el modo en el que históricamente ha querido venir: en pobreza y en la debilidad de un niño.

¿Cómo robustecer nuestra fe ante este Niño? Tomando la decisión de “ir a Belén” también nosotros, como los pastores de los que nos habla el Evangelio. Volviéndonos niños de corazón para descubrir las raíces de nuestra fe; contemplando en ese Niño todo el mensaje de verdad, de autenticidad, de amor que nos ofrece.

Para ayudar a ese “camino a Belén”, papa Francisco nos anticipó un regalo navideño, ofreciéndonos una hermosa Carta, firmada el 1 de diciembre, sobre el significado de “los belenes” que iluminan tantos hogares cristianos y tantos lugares bien diversos; allí en la Carta, recuerda esa decisión de los pastores de “ir a Belén” a ver “lo que ha  sucedido y lo que el Señor nos ha comunicado” (Lc 2,15), y afirma de ellos que se convierten “en los primeros testigos de lo esencial”: “A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre” (n.5).

El Papa en su escrito nos recuerda: “<> (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume el misterio de la Encarnación. El belén nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo.” (n. 8).

Por ello, entre otras muchas consideraciones, destaca: “El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad”. (n. 10). Por esto concluye que “dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos”.

Es un escrito entrañable esta recentísima Carta Apostólica del papa, que os animo a leer y a rezar en estos días navideños. Días únicos, especialmente significativos para nuestras personas, familias y comunidades, y muy necesarios en unos tiempos sedientos de la paz, la sabiduría divina y el amor que nos trae el acontecimiento de Belén, el nacimiento de Jesus, nuestro Salvador.

Que celebrar el acontecimiento de su venida nos recuerde que con su nacimiento, además, nos ha hecho también a nosotros el don de ser hijos: “A cuantos la recibieron, les dio el poder para ser hijos de Dios” (Jn 1,12). La Navidad de Jesús es también nuestra Navidad, la de renacer en una vida nueva. En Él también nosotros hemos sido “destinados a ser hijos adoptivos” del Padre celestial (Ef. 1,5; cf. 1Jn 3,1). Como consecuencia, con claridad afirmó San Cirilo de Alejandría: “Se ha hecho lo que somos, para hacernos participes de lo que Él es”.

No olvidemos, por lo demás, un aspecto apuntado por el Papa en la comentada Carta Apostólica: “Desde el Belén, Jesús proclama, con su manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo mas humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado”. (n. 6). La Navidad, pues, nos propone la consciencia de la fraternidad universal. Que nuestros gestos navideños pretendan ser no solo privados y familiares, sino abiertos a la solidaridad y a la bondad, especialmente con los más necesitados de ellas, como los pobres, los inmigrantes, los enfermos y los muy mayores, los hambrientos de pan y de amor, los que viven en soledad o son olvidados y marginados, porque en cuantos sufren, El también viene, como claramente nos enseñó (Cf. Mt 25, 31-46).

Os deseo, por tanto, una Navidad en la que cuidemos celebraciones y signos, como el entrañable del mismo belén, y que sea a la vez, personal y comunitariamente profundamente significativa y renovadora; una Navidad abierta, solidaria y sensible más allá de nuestros propios círculos; una Navidad no atrapada en la “mundanidad” estandarizada, sino liberada por el Espíritu de Jesus: con amor, con Dios.

Para todos, especialmente en estas fechas y para el Año Nuevo, mi afecto y mi bendición.









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