Jóvenes: la alegría de la fe

Las jóvenes tenían anillos de colores y una sonrisa que se multiplicaba idéntica en cientos de rostros. Chicos y chicas, apostados desde la tarde en los alrededores de la Nunciatura Apostólica, con sus polos morados en los que se leía “voluntario”, con sus celulares haciéndose selfies, entonaban, a ritmo de batucada, a voz en cuello, aquello que retumbaba en la avenida Salaverry: “¡Cómo no te voy a querer, si eres el papa Francisco, vicario de Cristo que nos viene a ver!”.

–¿Dónde está la Guardia del Papa? –preguntaba el músico de turno desde el entarimado. Y la multitud elevaba las manos. La felicidad parecía tocarse.

“Nunca había tenido la oportunidad de ver de cerca a alguien tan importante”. Gabriel Flores, de 10 años, junto a sus tres compañeros del colegio Raimondi, vestidos de guardias suizos, estuvieron cerca del primado de la Iglesia católica. La espera de más de tres horas valió la pena. “El papa se quedó hablando a mi lado. Me sentí muy contento”, dice Gabriel.

Dilma Huincho, del Cercado de Lima, jura que la suerte la acompañó porque sin tarjeta pudo estar muy cerca de la Nunciatura, desde ayer hogar del papa Francisco, y vio el espectáculo en las pantallas gigantes, desde la esquina de Salaverry y Nasca. Llevaba en una silla de ruedas a su hijo Elías, de 48 años, quien es discapacitado y “se portó bien”, dice Dilma.

Vocación religiosa

“Vamos a ir a mochilear para poder ver al papa”, así animaba el sacerdote Alan Valdivieso a su comunidad en las homilías, allá en Los Olivos.

Cumplirá cuatro años como sacerdote, tiene 33 años y ha venido con dos diáconos, cinco seminaristas, las monjas de dos congregaciones y algunos vecinos.

Aunque pasó muy de prisa, vieron a Francisco en el papamóvil en la avenida Brasil, y caminaron hasta la Nunciatura con la esperanza de repetir la experiencia.

¿Por qué es importante ver al papa? “A los seminaristas los reconforta en su formación. La visita del santo padre les da esperanza para hacer la vida de santidad que nos pide Jesucristo”.

Fiesta de jóvenes

A las ocho de la noche, el nuncio apostólico, Nicola Girasoli, sale y explica que el Santo Padre necesita descansar. Les da la bendición y ora con la multitud. Comienza la diáspora, la gente empieza a irse lentamente, en orden.

La hermana Gloria es chilena, pero lleva la bandera peruana junto con la de la orden de los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo, del Cusco. Ellos vienen con 13 niñas de los orfanatos. Se retiran alegres: pudieron ver al papa, a cierta distancia.

Pero los jóvenes siguen cantando al unísono. Danzan. Gritan. Saltan. Son pura energía sin edad, adolescentes, adultos, solteros, casados, gente de 14 a 70 años. Hacen un gran círculo. El papa debe escucharlos.

Las letras son retazos de salmos, me explica Santiago Villafuerte. Como su padre, sus cinco hermanos y las decenas de personas que bailan alrededor integran el movimiento Camino Neocatecumenal.

La Policía pide con respeto dejar libre la Salaverry. Los jóvenes hacen planes; algunos pernoctarán el domingo en la base de Las Palmas. Son días de fe. (José Vadillo Vila)