En su catequesis de este miércoles 2 de febrero, Día en el que la Iglesia celebra la Vida Consagrada, el papa Francisco
reflexionó sobre el tema de la comunión de los santos, y recordó que
gracias a ella, la relación de amistad que uno puede construir con las
personas en la tierra, también puede ser establecida con aquellos que
están en el Cielo.
El miércoles 2 de febrero, el papa Francisco
celebró su Audiencia General en el aula Pablo VI del Vaticano acompañado
por fieles y peregrinos procedentes de Italia y de tantos países del
mundo.
Tras haber concluido, la semana pasada, su ciclo de catequesis centrado en la figura de San José,
en esta ocasión el Santo Padre reflexionó sobre la comunión de los
santos, una importante noticia que da los Evangelios, y que la Iglesia a
lo largo de los siglos ha podido evidenciar a través de la oración y la
devoción.
Para responder a la cuestión fundamental sobre qué es la comunión de los santos, el Papa señaló que el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia» (n. 946).
Esto -continuó explicando el Pontífice– no significa que la Iglesia está reservada a los perfectos, sino que es la comunidad de los pecadores salvados.
En
este sentido, Francisco recordó que nuestra santidad es el fruto del
amor de Dios que se ha manifestado en Cristo, el cual nos santifica
amándonos en nuestra miseria y salvándonos de ella:
«Siempre
gracias a Él nosotros formamos un solo cuerpo, dice San Pablo, en el que
Jesús es la cabeza y nosotros los miembros (cfr 1 Cor 12,12). Esta
imagen del cuerpo nos hace entender enseguida qué significa estar unidos
los unos a los otros en comunión: «Si sufre un miembro – escribe San
Pablo – todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos
los demás toman parte de su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de
Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1 Cor 12,26-27)».
Asimismo,
el Papa subrayó que la alegría y el dolor «que tocan mi vida concierne a
todos», así como la alegría y el dolor «que tocan la vida del hermano y
de la hermana junto a nosotros me concierne a mí»:
De esta manera -añadió el Obispo de Roma- también el pecado de una única persona concierne siempre a todos, y el amor de cada persona concierne a todos.
En virtud de la comunión de los santos, cada miembro de la Iglesia está
unido a mí de forma profunda, y esta unión es tan fuerte que no puede
romperse ni siquiera por la muerte. De hecho, la comunión de los santos
no concierne solo a los hermanos y las hermanas que están junto a mí en
este momento histórico, sino que concierne también a los que han
concluido la peregrinación terrena y han cruzado el umbral de la muerte.
Por otra parte, Francisco indicó que en «Cristo
nadie puede nunca separarnos verdaderamente de aquellos que amamos;
cambia solo la forma de estar junto a ellos, pero nada ni nadie puede
romper esta unión. La comunión de los santos mantiene unida la comunidad
de los creyentes en la tierra y en el Cielo».
El Papa
profundizó aún más el tema de la fuerte unión que se da gracias a la
Comunión de los Santos y destacó que la relación de amistad que puedo
construir con un hermano o una hermana junto a mí, puedo establecerla
también con un hermano o una hermana que están en el Cielo:
«Los
santos son amigos con los que muy a menudo tejemos relaciones de
amistad. Lo que nosotros llamamos devoción es en realidad una forma de
expresar el amor a partir precisamente de este vínculo que nos une. Y
todos nosotros sabemos que a un amigo podemos dirigirnos siempre, sobre
todo cuando estamos en dificultad y necesitamos ayuda».
Para
el Papa es siempre gracias a la comunión de los santos «que sentimos
cerca de nosotros a los santos y a las santas que son nuestros
patronos», ya sea por el nombre que tenemos, por la Iglesia a la que
pertenecemos, por el lugar donde vivimos, etc. Y esta es la confianza
que debe animarnos siempre al dirigirnos a ellos en los momentos
decisivos de nuestra vida.
Otros de los puntos que observó Francisco en su alocución, fue el hecho de que todos necesitamos amigos:
«Todos necesitamos relaciones significativas que nos ayuden a afrontar la vida.
También Jesús tenía a sus amigos, y a ellos se ha dirigido en los
momentos más decisivos de su experiencia humana. En la historia de la
Iglesia hay constantes que acompañan a la comunidad creyente: sobre todo
el gran afecto y el vínculo fortísimo que la Iglesia siempre ha sentido
en relación con María, Madre de Dios y Madre nuestra. Pero también el
especial honor y afecto que ha rendido a San José. En el fondo, Dios le
confía a él lo más valioso que tiene: su Hijo Jesús y la Virgen María».
Precisamente
invocando a San José, al cual está particularmente unido, el Papa
concluyó su catequesis con una oración que le recita cada día desde hace
muchos años:
Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe
hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos
de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan
graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi
amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te
haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María,
muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén
(Ciudad del Vaticano, Vaticannews.va)