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El Santo Padre abordó en su catequesis el hecho de visitar a los enfermos y a los encarcelados. Y lo hizo con la introducción de un pasaje del Evangelio de San Marcos (
Mc 1, 30-34), que relata que curó a la suegra de Simón, además de haber curado a numerosos enfermos, que sufrían de diversos males y de quienes también expulsó a muchos demonios.
Hablando en italiano, el Pontífice comenzó destacando cuántas páginas de los Evangelios narran estos encuentros: con el paralítico, el ciego, el leproso, el endemoniado, el epiléptico, y con numerosos enfermos de todo tipo. Y afirmó que Jesús ha estado cerca de cada uno de ellos a quienes ha curado con su presencia y con el poder de su fuerza sanadora. Por lo tanto – añadió –no puede faltar entre las obras de misericordia, la de visitar y asistir a las personas enfermas, sin olvidar a quienes se encuentran en prisión.
El Papa hizo hincapié en el común denominador de los enfermos y de los encarcelados, cuya libertad está limitada. Libertad que, precisamente cuando nos falta – exclamó – hace que nos demos cuenta de lo preciosa que es. Mientras Jesús no ha dado la posibilidad de que seamos libres a pesar de los límites de la enfermedad y de las restricciones, puesto que nos ofrece la libertad que proviene del encuentro con Él y del sentido nuevo que este encuentro da a nuestra condición personal.
De ahí que el Sucesor de Pedro haya afirmado que con estas obras de misericordia el Señor nos invita a realizar un gesto de gran humanidad, como es la participación que se expresa a través de gestos sencillos como son los contenidos en una visita, una sonrisa o una caricia para hacer sentir al otro que no está solo ni abandonado.
Tras recordar que también Jesús y los Apóstoles experimentaron la prisión, el Santo Padre concluyó su catequesis afirmando que estas obras de misericordia son tan antiguas como actuales. Por eso invitó a no caer en la indiferencia, sino a convertirnos en instrumentos de la misericordia de Dios, para devolver alegría y dignidad a quien la ha perdido.