Saludo fraterno del Papa Francisco, con su cordial bienvenida, en el encuentro con e
l Sínodo Patriarcal de la Iglesia Armenia Católica, que se coloca en la inminencia de la celebración del Domingo de la Divina Misericordia en la Basílica Vaticana:
«Elevaremos la oración del sufragio cristiano por los hijos e hijas de su amado pueblo, que fueron víctimas hace cien años. Invocaremos a la Divina Misericordia para que nos ayude a todos, en el amor a la verdad y a la justicia, a sanar toda herida y a impulsar gestos concretos de reconciliación y de paz, entre las naciones, que aún no logran alcanzar un razonable consenso sobre la lectura de tales tristes acaecimientos».
Recordando con profunda gratitud a cuantos se esmeraron en aliviar el drama de sus antepasados, el Papa Bergoglio evocó a Benedicto XV, - que intervino ante el Sultán Mehmet V, para que cesara la masacre de los armenios. Pontífice que fue gran amigo del Oriente cristiano y que en 1920 inscribió a San Efrén el Sirio, entre los Doctores de la Iglesia Universal, gesto que se renueva con el Papa Francisco, el 12 de abril, con la gran figura de San Gregorio de Narek:
«A su intercesión encomiendo especialmente el diálogo ecuménico entre la Iglesia Armenia Católica y la Iglesia Armenia Apostólica, recordando que hoy - como hace cien años - el martirio y la persecución han realizado ya el ‘ecumenismo de la sangre’»
Saludando a través de ellos a los sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y fieles laicos de la Iglesia Armenia Católica y abrazando también a los que se han unido espiritualmente desde los países de la Diáspora, como Estados Unidos, América Latina, Europa, Rusia, Ucrania y la Madre patria, el Obispo de Roma recordó con tristeza, en particular aquellas zonas, como la de Aleppo:
«El Obispo me ha dicho ‘la ciudad mártir’ que hace cien años fueron lugar seguro para los pocos supervivientes. Regiones que, en este último periodo, han visto puesta en peligro la permanencia de los cristianos, no sólo armenios».
Destacando que su pueblo - que la tradición reconoce como el primero que se convirtió al cristianismo el año 301 - tiene una historia bimilenaria y custodia un admirable patrimonio de espiritualidad y de cultura, unido a una gran capacidad de volverse a levantar, después de tantas persecuciones y pruebas, el Papa Bergoglio expresó una exhortación:
«Los invito a cultivar siempre un sentimiento de reconocimiento al Señor, por haber sido capaces de mantener su fidelidad a Él, aun en las épocas más difíciles. Es importante, además, rogar a Dios el don de la sabiduría del corazón: la conmemoración de las víctimas de hace cien años nos pone en efecto ante las tinieblas del misterio de iniquidad».
«Como dice el Evangelio, desde lo íntimo del corazón del hombre pueden desencadenarse las fuerzas más oscuras, capaces de llegar a programar sistemáticamente la aniquilación del hermano, a considerarlo un enemigo, un adversario, incluso como a un individuo que no tiene su misma dignidad humana» - recordó el Papa Francisco -, haciendo hincapié en que para los creyentes la pregunta sobre el mal perpetrado conduce al misterio de la participación redentora:
«¡No pocos hijos e hijas de la nación armenia fueron capaces de pronunciar el nombre de Cristo hasta la efusión de la sangre o la muerte por inedia en el éxodo interminable al que fueron obligados!»
Las páginas sufridas de la historia de su pueblo siguen en cierto sentido la pasión de Jesús, con la semilla de Resurrección, sufrir por Cristo y resucitar en Él, reiteró el Santo Padre destacando que «es importante hacer memoria del pasado, para encontrar la linfa nueva para alimentar el presente con el anuncio dichoso del Evangelio y con el testimonio de la caridad».
(CdM – RV)
Traducción del discurso del Santo Padre al Sínodo patriarcal de la Iglesia Armenio Católica
Beatitudes, Excelencias,
Les saludo fraternamente y les agradezco por este encuentro, que se realiza en la proximidad de la celebración del próximo domingo en la Basílica Vaticana. Elevaremos la oración del sufragio cristiano por los hijos y las hijas de su amado pueblo, que fueron víctimas hace cien años. Invocaremos la Divina Misericordia para que nos ayude a todos, en el amor por la verdad y la justicia, a resanar cada herida y a acelerar gestos concretos de reconciliación y de paz entre las naciones que todavía no consiguen alcanzar un razonable consenso sobre la lectura de tales tristes acontecimientos.
En ustedes y a través de ustedes saludo a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los seminaristas y los fieles laicos de la Iglesia Armenia-Católica: sé que son muchos los que les han acompañado en estos días aquí en Roma, y que muchos más estarán unidos espiritualmente a nosotros, desde los países de la diáspora, como los Estados Unidos, Latinoamérica, Europa, Rusia, Ucrania hasta la Madre patria. Pienso con tristeza en particular a aquellas zonas, como la de Alepo, el obispo me ha dicho la ciudad mártir, que hace cien años fueron puerto seguro para los pocos sobrevivientes. Tales religiones, en este último periodo, han visto amenazada la permanencia de los cristianos, no solo armenios.
Su pueblo, que la tradición reconoce como el primero en convertirse al cristianismo en 301, tiene una historia bimilenaria y custodia un admirable patrimonio de espiritualidad y de cultura, unido a una capacidad de recuperarse después de las tantas persecuciones y pruebas a las cuales ha estado sometido. Les invito a cultivar siempre un sentimiento de reconocimiento al Señor, por haber sido capaces de mantener la fidelidad a Él también en las épocas más difíciles. Es importante, además, pedir a Dios el don de la sabiduría del corazón: la conmemoración de las víctimas de hace cien años nos coloca de hecho delante al obscuro mysterium iniquitatis -misterio de la iniquidad-. No se entiende si no es con esta actitud.
Como dice el Evangelio, desde el íntimo del corazón del hombre puede desencadenarse las fuerzas más obscuras, capaces de alcanzar a programar sistemáticamente la aniquilación del hermano, a considerarlo un enemigo, un adversario, o incluso individuo privado de la misma dignidad humana. Pero para los creyentes la pregunta sobre el mal hecho por el hombre introduce también al misterio de la participación a la Pasión redentora: no pocos hijos e hijas de la nación armenia fueron capaces de pronunciar el nombre de Cristo hasta el derramamiento de la sangre o la muerte por inanición en el éxodo interminable al cual fueron obligados.
Las páginas dolorosas de la historia de su pueblo continúan, en cierto sentido, la pasión de Jesús, pero en cada una de estas ha sido puesta el retoño de su Resurrección. No disminuya en ustedes pastores el compromiso de educar los fieles laicos a saber leer la realidad con ojos nuevos, para alcanzar a decir cada día: mi pueblo no es solamente aquel de quienes sufren por Cristo, sino sobre todo el de los resucitados en Él. Por este motivo es importante hacer memoria del pasado, pero para extraer savia nueva para alimentar el presente con el anuncio alegre del Evangelio y con el testimonio de la caridad.
Les animo a sostener el camino de formación permanente de los sacerdotes y de las personas consagradas. Ellos son sus primeros colaboradores: la comunión entre ellos y ustedes será reforzada por la fraternidad ejemplar que podrán ver en el Sínodo y con el Patriarca.
Nuestro reconocimiento se dirige en este momento a aquellos que trabajaron por llevar un poco de alivio al drama de sus antepasados. Pienso especialmente a Papa Benedicto XV que intervino con el sultán Mehmet V para detener las masacres de armenios. Este Pontífice fue gran amigo del Oriente cristiano: él instituyó la Congregación para las Iglesias Orientales y el Pontificio Instituto Oriental y en 1920 inscribió a San Efrem el Sirio entre los Doctores de la Iglesia Universal. Tengo el gusto de que este encuentro se realice en la vigilia del análogo gesto que el domingo tendré la alegría de realizar con la grande figura de San Gregorio de Narek.
A su intercesión, confío especialmente el diálogo ecuménico entre la Iglesia Armenia-Católica y la Iglesia Armenia-Apostólica, quienes recuerdan el hecho de que hace cien años como hoy, el martirio y la persecución han realizado “el ecumenismo de la sangre”. Sobre ustedes y sus fieles invoco ahora la bendición del Señor, mientras que les pido de no olvidarse de rezar por mí. Gracias.
Para Radio Vaticano, MTC.