“Que la justicia y la paz fluyan”, es el lema que se propone este año para la Jornada Mundial de oración por el cuidado de la creación, que la Iglesia celebra el 1 de septiembre. El departamento de Ecología Integral, dentro de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social, hace público su mensaje para esta jornada.
Para que la justicia y la paz confluyan
La Iglesia en España se une así al mensaje del papa Francisco para celebrar el Tiempo de la Creación, que comienza el 1 de septiembre, con esta Jornada, y se cierra el 4 de octubre, día de san Francisco de Asís, patrón de la ecología.
De este modo, los obispos españoles quieren transmitir la necesidad de concienciarnos como creyentes del vínculo indisoluble entre el cuidado y la justicia, como únicos caminos de paz y, posiblemente, de felicidad.
Destacan que la sobreexplotación de los recursos conduce a un escenario
de escasez y de pobreza, que se traduce en desastre y dolor para
comunidades enteras de personas. Por eso, insisten en que si la gloria
de Dios es que el hombre viva (S. Ireneo), las personas deben favorecer
el cuidado del prójimo para ser cocreadores y partícipes de esa gloria
divina.
Que la justicia y la paz fluyan (Texto íntegro)
El día 1 de septiembre celebramos la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la Creación bajo el lema “Que la justicia y la paz fluyan”.
Ese día se inicia el Tiempo de la Creación, que finaliza el 4 de
octubre, día de san Francisco de Asís. En su mensaje para esta Jornada,
el papa Francisco nos regala esta bella imagen eclesial: “La Iglesia
es una comunión de innumerables Iglesias locales, comunidades
religiosas y asociaciones que se alimentan de la misma agua. Cada
manantial añade su contribución única e insustituible, para que todas
confluyan en el vasto océano del amor misericordioso de Dios. Como un
río es fuente de vida para el ambiente que lo circunda, así nuestra
Iglesia sinodal debe ser fuente de vida para la casa común y para todos
aquellos que la habitan”[1].
Para lograr “que el derecho corra como el agua, y la justicia como un torrente inagotable” (Am 5, 24), se hace preciso responder a lo que San Juan Pablo II, ya en el año 2001 formulaba como conversión ecológica [2], que no es otra cosa que realizar “una
renovación de nuestra relación con la creación, de modo que no la
consideremos como un objeto del que aprovecharnos, sino por el
contrario, la custodiemos como un don sagrado del Creador” [3].
Vivir este Tiempo de la Creación es vivir en ese convencimiento de
que nuestras acciones son oportunidades de construir modos de existencia
respetuosos con la preciosa obra de Dios que nos rodea y con los
hermanos y hermanas que comparten con nosotros la casa común. La gozosa sobriedad
a la que se nos llama no es otra cosa que saber vivir en comunión con
las necesidades de los demás, convencidos de que la Tierra es suficiente
para todos y en esa virtud de compartir nos felicitamos. Por eso, la
conversión ecológica es un asunto de todos y cada uno de nosotros, no
solo por urgencia planetaria, sino también como camino de plenitud,
felicidad y sentido.
Al igual que proponemos esa mirada personal hacia lo común, también
somos conscientes de que existen, como dice el papa Francisco, “políticas económicas que favorecen riquezas escandalosas para unos pocos y condiciones de degradación para muchos” [4]. Estas acciones producen verdaderas deudas ecológicas
que deben constituir el centro del debate público y que nos urgen a
modificar estructuralmente nuestros modos de funcionar como sociedad. Es
necesario habilitar medidas nuevas, valientes y audaces, que reorienten
las decisiones y las iniciativas que nos afectan globalmente bajo el
prisma de la justicia humana, la sostenibilidad global y la ecología
integral.
Queremos transmitir la necesidad de concienciarnos como creyentes del
vínculo indisoluble entre el cuidado y la justicia, como únicos caminos
de paz y, posiblemente, de felicidad. Los cristianos sabemos que el
mensaje de Jesús es una Buena Noticia para todos, y que el deseo del
Señor es que todas las personas tengan vida, y vida en abundancia (Jn
10,10). En el contexto y coyuntura histórica en la que hoy estamos, no
nos cabe duda de que esa vida pasa por entender que detrás de gran parte
del sufrimiento humano se intuye una cosmovisión utilitarista del mundo
y de su riqueza. La sobreexplotación de los recursos conduce a un
escenario de escasez y de pobreza, que se traduce en desastre y dolor
para comunidades enteras de personas. Si la gloria de Dios es que el
hombre viva (S. Ireneo), nosotros debemos favorecer el cuidado del
hermano para ser cocreadores y partícipes de esa gloria divina.
No habrá paz sin justicia. Cada rostro, víctima del deterioro de la
creación no cuidada, es una acusación de pecado que tendremos que
enfrentar como sociedad, y de lo que tendremos que dar razón a las
futuras generaciones. La pregunta de Caín “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”
(Gén 4, 9) tiene hoy sentido entre padres e hijos. Porque además de
aquellos que ahora están en los márgenes de la historia, los grandes
perdedores y las víctimas de este modo de explotar la Tierra que nos ha
sido dada serán nuestros hijos. Nos unimos al clamor del papa Francisco y
“levantamos la voz para detener esta injusticia hacia los pobres y
hacia nuestros hijos, que sufrirán las peores consecuencias del cambio
climático” [5].
La exigencia evangélica de fraternidad y solidaridad se cifra hoy en
un nuevo modo de entender nuestra relación con el resto de los seres
vivientes, expresión y belleza de Dios en el mundo. Por eso denunciamos
las prácticas que atentan y pervierten el vínculo sagrado de las
personas con el planeta. Un ejemplo es la realidad sangrante y doliente
de la migración por causas climáticas. Poblaciones enteras, sometidas a
condiciones de vida inequívocamente injustas, están pagando en sus vidas
las transformaciones rápidas y extremas de los fenómenos naturales que
aparecen por la emisión de gases con efecto invernadero. Esto nos causa
gran dolor y lo denunciamos como una de las mayores injusticias de la
historia.
En nuestro país vemos que la gestión del agua está dibujando un
futuro claro de carestía, escasez y conflicto. Con un clima cada vez más
seco y caluroso, en determinados territorios va a ser imposible fijar
población y pervivir. El agua que nos provee de vida es un bien común
que debe ser preservado y compartido. Rogamos a los poderes públicos y a
nuestros gobiernos que integren la mirada de lo comunitario, del valor
intrínseco del agua y de sus múltiples ramificaciones en lo social, para
el diseño de planes hidrológicos, agrícolas y de gestión que sean
sostenibles y responsables con todas las dimensiones de este preciado
recurso. No se puede hacer política con el agua de todos sin tener en
cuenta a las personas y comunidades que enraízan sus historias y sus
proyectos vitales en ella: desde la realidad rural de la España vaciada
hasta la preservación de nuestros recursos hídricos y agroforestales. El
agua y su manejo atraviesa todas estas dimensiones. Por eso pedimos una
gestión del agua a la medida de las personas y del medio ambiente,
diseñando, influyendo y propiciando políticas agropecuarias,
urbanísticas e industriales que sean socialmente justas y ambientalmente
sostenibles. Vemos con preocupación que son los principios de lucro los
que sustentan las grandes iniciativas empresariales, los que están
definiendo nuestras realidades productivas en el ámbito agrícola y
ganadero. Apelamos a que los afectados por estas situaciones críticas
asuman un papel participativo en la toma de decisiones propias del
compromiso cristiano en la vida pública y social.
Los retos que aparecen desde la amenaza ambiental y sus implicaciones
socioculturales, transgeneracionales quizá por primera vez en la
historia, nos hacen plantearnos también el papel de la educación. Que la
escuela incluya la preocupación por formar ciudadanos con conciencia
sostenible, amplia y firme, que puedan acometer los desafíos del mañana
desde el conocimiento y la sensibilidad. Por nuestra parte, llamamos a
las comunidades cristianas de nuestro país a incluir también esta
conciencia ecológica en los procesos catequéticos de los niños y
jóvenes, pues el cuidado de la Creación es sin ninguna duda un elemento
central en la formación cristiana.
La conversión que hoy se nos pide alcanza al vínculo y la comunión
con la tierra, el aire, el agua y las criaturas. Una comunión que solo
será posible desde el respeto, el conocimiento y la certeza profunda de
que nuestro destino, y especialmente el de los débiles y frágiles (los
preferidos de Dios), se encuentra entretejido en el hermoso tapiz de su
Creación.
+ Obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social
[1] FRANCISCO. Mensaje para la Jornada mundial de oración por el cuidado de la Creación, 13 de mayo de 2023.
[2] SAN JUAN PABLO II. Audiencia General, 17 de enero de 2001.
[3] FRANCISCO. Mensaje para la Jornada mundial de oración por el cuidado de la Creación, 13 de mayo de 2023.
[4] Ibidem
[5] Ibidem
14/08/23