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PREPARACIÓN DE LA SEMANA SANTA

P. Javier Muñoz-Pellín
Fri, 27 Mar 2015 17:02:00

El próximo día, 29 de marzo celebramos el Domingo de Ramos. Es un tiempo especial para pedir perdón a Dios y recibir su perdón. Siendo Novelda un pueblo católico, escribo estas líneas, en NOVELDA DIGITAL, para ayudar a sus habitantes a plantearse seriamente “volver” al Señor.

Para quien ha ofendido a Dios con culpa mortal, no hay otro remedio que oponer a su condenación, que confesar el pecado. ¿Y si me duelo de él de corazón? ¿Si hago de él penitencia por toda mi vida? ¿Si voy a un áspero desierto a alimentarme de yerbas y a dormir sobre la dura tierra? Podrás hacer cuanto quieras; si no confiesas el pecado de que te acuerdas, no puedes ser perdonado.

¡Maldito rubor! ¡Cuántas almas por este rubor se van al infierno! Esto era lo que inculcaba Santa Teresa a los predicadores: Predicad, (decía) predicad, Sacerdotes míos, contra la mala confesión, pues por las malas confesiones se pierden la mayor parte de los cristianos.

Cierto discípulo de Sócrates había entrado un día en casa de una prostituta, y estando para salir de ella advirtió que pasaba su maestro, y se volvió a meter dentro para no ser visto. Pero Sócrates, que ya le había atisbado, acercándose a la puerta le dijo: Vergüenza es el entrar en esta casa, pero el salir no debe causar vergüenza. Esto mismo digo yo a los que han cometido ya el pecado, y se avergüenzan después de confesarlo. Hijo mío: la vergüenza está en cometer el pecado, pero no es vergonzoso el librarse de él por medio de la confesión

¿Vergüenza decís? ¿Vergüenza? ¿Tuvo vergüenza nuestra querida Patrona, Santa María Magdalena en confesar sus pecados? Su confesión le hizo alcanzar el paraíso, en donde ahora están gozando de Dios en aquel reino inmortal, y lo gozará por toda una eternidad, ayudando a los hijos de Novelda a llevar una vida cara a Dios.

San Agustín, cuando se convirtió a Dios, no solo confesó su mala vida, sino que compuso un libro en el cual escribió sus pecados para que los supiese todo el mundo (Las confesiones).

Hijo mío, ¿no has cometido ya el pecado? ¿Por qué no quieres confesarle? Me da vergüenza, dices. ¡Ay de tí, dice S. Agustín, piensas solo con la vergüenza y no piensas en que si no te confiesas estás condenado! ¿Te causa rubor? Y ¿cómo? replica el mismo Santo, no te has avergonzado de darte está herida en el alma, ¿y ahora te avergüenza de ponerle el vendaje que puede curarla?

Ahora pues, es más que cierto, que si no confiesas aquel pecado oculto, tendrás que arder en el infierno por toda una eternidad, y después, en el día del juicio, aquel tu pecado lo habrán de saber, no solo tus parientes y paisanos, sino todos los hombres del mundo

Si quieres pues salvarte, lo has de confesar una vez. Y si le has de confesar una vez, ¿Por qué no lo confiesas ahora, en estos días santos? ¿Quieres esperar que te tome la muerte, después de la cual no podrás ya confesarte más? Y has de saber, que cuanto más difiere el confesarse y más se multiplican los sacrilegios, tanto más crecer la vergüenza y la obstinación para confesarlos. Hay sucesos que hacen pensar: los 149 muertos del avión siniestrado en los Alpes franceses ¿estaban preparados para un encuentro con Jesús?

¡Cuántas infelices almas, habiéndose acostumbrado a callar la culpa diciendo, cuando me veré cerca de la muerte, entonces la confesaré, se han visto después en el trance mortal, y ni aun la han confesado!

Sabes además, que si no confiesas el pecado cometido, no tendrás nunca paz en toda tu vida. ¡Oh Dios y qué infierno siente dentro de sí misma un pobre penitente, que sale del confesonario sin haber dicho su pecado!

Aliento, hermanos míos; si alguno de vosotros hubiese caído en semejante desgracia, de no confesar algún pecado por vergüenza, cobre valor y resolución para confesarlo tan pronto como pueda. Basta que diga al confesor: Padre, tuve vergüenza de declarar un pecado, o bastará que diga solamente: Padre, tengo un cierto escrúpulo de mi vida pasada.

Esto basta, porque después el confesor ya procurará ayudarnos para arrancar la espina que nos ha herido, y tranquilizara nuestra conciencia. ¡Y qué alegría sentiremos después de haber arrojado aquella víbora de vuestro corazón!

¿A cuántas personas has de descubrir este tu pecado? basta que lo digas una sola vez a un solo confesor, y todo tu mal queda remediado. Y para que no te engañe el demonio has de saber que no estamos obligados a confesar sino los pecados mortales; y así, si aquel tu pecado no hubiese sido mortal, o cuando lo cometiste no le tenías por pecado mortal, no estás obligado a confesarlo. Por ejemplo, no faltarán personas que en su infancia habrán cometido algún acto impúdico; pero si entonces no lo tenían por pecado, y ni aun dudaban que lo fuese, no están obligadas a confesarlo.

Pero si, al contrario, cuando lo cometieron, tenían ya el escrúpulo de si era pecado grave, ahora ya no hay medio, preciso es que lo confiesen, y si no, están condenadas.

Pero padre, puede ser que este confesor descubra a otros mi pecado.

¿Pero qué dices? ¿Qué has dicho? ¡Has de saber que si el confesor por no descubrir un solo pecado venial que escuchó del penitente hubiese de ser quemado vivo, está obligado a dejarse quemar antes que descubrirle! Ni aun con el mismo penitente, puede hablar el confesor de las cosas que oyó en confesión.

Pero temo que el confesor me reprenda ásperamente al oír el pecado que he cometido.

¿Qué dijiste? ¡Qué delirio! estos son vanos fantasmas de que llena el demonio nuestra imaginación. Para esto se ponen los confesores en el confesonario, no para escuchar éxtasis y revelaciones, sino para escuchar los pecados del que viene a confesarse; y no pueden sentir mayor consuelo, que cuando viene un penitente que les descubre todas sus miserias. Si tú pudieras sin daño tuyo librar de la muerte a una persona querida y mortalmente herida, ¿Qué consuelo, qué gozo no sintieras en librarla con tu cooperación? Esto mismo hace el confesor cuando está en el confesonario; viene un alma penitente a decirle los males que ha hecho; él entonces, con la absolución que le da, libra aquella alma de la herida del pecado, librándola así mismo de la muerte eterna del infierno.

Se acerca la Semana Santa, decíamos al principio. Recordarás el consejo que se hace en los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia: confesarse, al menos una vez al año; y comulgar por Pascua florida. Pido a Dios que éste, su pueblo de Novelda, tradicionalmente católico, se prepare, con la confesión y la Comunión, a vivir una Pascua muy feliz en compañía de Santa María Magdalena, nuestra penitente Patrona, y de la Virgen, la Madre del Señor.





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