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Presunción de inocencia también en la Iglesia

Fri, 20 Feb 2015 19:01:00

Viene de lejos la lucha de la Jerarquía contra los delitos torpes cometidos por eclesiásticos. San Juan Pablo II hizo mucho cuando aparecieron, aunque parece que no estuvo siempre bien informado; Benedicto XVI ha dado un paso de gigante reforzando los mecanismo para erradicar los casos de abusos; el Papa Francisco continúa y aumenta el esfuerzo desarrollado por sus predecesores con verdadero ahínco, hasta la tolerancia cero. No están solos pues no podemos olvidar el trabajo callado y eficaz de las diversas Congregaciones de la Santa Sede.

Otra cosa es que desde el principio hubo personas e instituciones, secretas o no secretas, empeñadas en destruir a la Iglesia: su prestigio moral, sus tareas de educación y misión, su economía; algo que han conseguido en buena parte, por ejemplo, en Estados Unidos e Irlanda. Porque no se airea tanto los numerosos casos de pederastia en el mundo deportivo, sanitario, educativo y político. Sólo algunos casos que pareen aislados pero no lo son. Y no por ello debemos juzgar a todo un colectivo profesional o vocacional.

La sensibilidad actual sobre esos tremendos casos fuera y dentro de la Iglesia lleva a destapar cualquier caso incluso sin las garantías debidas a la presunción de inocencia. Según las informaciones recientes un sacerdote de la diócesis de Sevilla ha sido denunciado por otro sacerdote sobre abusos a un joven por la información recibida de una mujer que parece no estar equilibrada. El miedo de la autoridad eclesiástica a ser fulminado (ya ha ocurrido en Uruguay) y a la pena de telediario (lo sabe el obispo de Granada), ha llevado a suspenderle de sus funciones sacerdotales.

Sin embargo no parece que haya fundamento para semejante acusación de pederastia. Y aun en el caso de que más adelante se comprobada su fundamento el fondo de la presunción de inocencia sigue siendo válido. Hasta ahora, patinazo del señor Obispo, chivatazo timorato de un compañero, y una historia no probada. El resultado triste es que el sacerdote acusado e investigado después ha perdido su fama. Si el delito de pederastia es horrible, y más cometido por una persona consagrada, también lo es la calumnia.

Dice el Catecismo que «La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y la caridad» (2479), y añade que «Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no pude ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de reparación concierne también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia» (2487).

Y no solo la maledicencia es un grave pecado que exige reparación sino que constituye una violación del derecho a la buena fama recogido en el Código de Derecho Canónico como derecho fundamental en la Iglesia, aunque a veces cueste verlo realizado en el pasado y en el presente. Dice así: «A nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que alguien goza ni violar el derecho de cada persona a proteger su propia intimidad», y «1.Compete a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la Iglesia, y defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del derecho. 2 Si son llamados a juicio por la autoridad competente, los fieles tienen también derecho a ser juzgados según las normas jurídicas, que deben ser aplicadas con equidad. 3 Los fieles tienen derecho a no ser sancionados con penas canónicas, si no es conforme a la norma legal» (Cánones 220 y 221).

En resumen luchemos contra los pecados de la carne y del espíritu; practiquemos la justicia frente a los delitos horrendos contra la libertad sexual y la buena fama; y huyamos de las historias no comprobadas. El Papa Francisco exige tolerancia cero y dice también que la Iglesia no condena para siempre. Eso.

Jesús Ortiz López

Doctor en Derecho Canónico





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