CAMINEO.INFO.- Buenos Aires/ARGENTINA.- El obispo de Concordia y asesor nacional de la Acción Católica Argentina (A.C.A.), monseñor Luis Collazuol, advirtió que “el peso cultural y político de las ideologías materialistas, subjetivistas y laicistas infiere graves daños a la vida espiritual de la Nación. La tradición cristiana ni siquiera es tolerada por algunos sectores”.
“Cuando sólo se reconocen fragmentos subjetivos de verdad sin verdades absolutas, nace el relativismo. Todo deviene opinión. La convivencia se organiza en torno a la construcción de consensos frágiles y pasajeros, que se reemplazan por otros consensos, a veces incompatibles, según el grupo de pertenencia o los cambios en las modas de pensamiento. ¿Se sustenta una vida sobre opiniones y consensos efímeros? No hay interioridad psicológica que aguante”, subrayó.
En su mensaje a la XLV Asamblea Nacional de la organización laical, que se realizó el pasado sábado en Buenos Aires, el prelado sostuvo que “cuando a un fragmento de intereses se lo separa del bien común, se enfrenta la sociedad en reclamos irreconciliables. Vivimos en una sociedad crispada, de la que se han desterrado las palabras ‘diálogo’ y ‘reconciliación’”.
Familia y partidos políticos
Monseñor Collazuol señaló que “cuando la familia se construye sobre sentimientos epidérmicos, se fragmenta fácilmente. Hay diversos modelos de fragmentos a los que se quiere dar igual valor social y validez legal”. Sin embargo, destacó que “en el alma del pueblo argentino aún subyace la valoración de la familia como un tesoro importante que se resiste a ser saqueado”.
“Cuando en la acción política la alianza de ideas, plataformas y programas se sustituye por la alianza de intereses, poder y potenciales votos, los Partidos terminan cada vez más partidos y la gente más desorientada. Nunca decimos ‘desoccidentada’. Orientar es mirar hacia Oriente, es decir, hacia donde sale el sol, donde nace la luz. Cuando la luz de las ideas desaparece del horizonte político, no hay caminos que orienten las acciones, sino sólo pragmatismo atomizado”, indicó.
Asimismo, consideró que “cuando la religión se fragmenta, se debilita el alma del pueblo. En la vida de nuestro pueblo encontramos muchos fragmentos de experiencia religiosa. Expresan una religiosidad popular, a veces con profundas contradicciones entre lo santo, lo utilitarista y hasta lo supersticioso o mágico. Fragmentación puede ser sinónimo de sectarismo. Pero también podemos encontrar que muchos de esos fragmentos, pulidos, pueden constituir un camino precioso hacia la fe misma”.
Tras reconocer que “frente a la fragmentación una tentación personal y eclesial es la de cerrarnos hacia adentro, buscando las seguridades de una comunidad compacta, no atomizada pero aislada, al abrigo de los ataques externos”, consideró que “por el contrario, el desafío del mundo fragmentado es el de construir una Iglesia más unida, ‘casa y escuela de comunión’, extrovertida, solidaria y misionera. No tener miedo al rol público que el cristianismo y los cristianos podemos tener, desde nuestra identidad de fe, en la promoción del hombre y la construcción del bien común”.
Apostar al Evangelio y a la caridad
El obispo llamó a apostar al Evangelio y a la caridad, y recordó que “la prioridad de la misión eclesial hoy, y por tanto de nuestra misión de Acción Católica, es la nueva evangelización”, a la que definió como “el instrumento gracias al cual es posible enfrentar a los desafíos de un mundo en acelerada transformación, pero sin certezas últimas, dubitativo, desigual, fragmentado y enfrentado”.
También marcó la necesidad del diálogo y el anuncio, sobre todo frente “al embate que quiere llevar al extrañamiento de la religión de la vida social y reducirlo a la esfera privada. La presencia viva y activa de la Iglesia evangelizadora exige de nosotros cristianos convencidos de que el cristianismo no debe perder su fuerza de transformación humana, replegado a la intimidad privada”.
Por último, monseñor Collazuol destacó la figura del beato Juan Pablo II y aseveró que la Acción Católica debe “recoger su testimonio de santidad, diálogo y anuncio, y proponerse, con la gracia de Dios, reproducirlo en los nuevos escenarios del mundo contemporáneo, para habitarlos y transformarlos en lugares de testimonio y anuncio del Evangelio”