CAMINEO.INFO.-
Eminentísimo Sr. Cardenal metropolitano, Excelentísimo Sr. Nuncio, Excelentísimos Sres. Arzobispos y Obispos, sacerdotes, diáconos, miembros de la vida religiosa y seminaristas. Representantes de la Iglesia Luterana y de la iglesia Copta.
Ilmo. Sr. Alcalde y miembros de la Corporación Municipal de la ciudad de Orihuela. Sres. Alcaldes de Alicante y venidos de diferentes municipios de la Vega Baja. Autoridades civiles, Militares y de los Cuerpos de Seguridad del Estado. Autoridades académicas. Instituciones y asociaciones religiosas, civiles y culturales. Medios de comunicación social. Hermanos todos.
Tengo que comenzar diciendo que estoy admirado, impactado y conmovido, al ver la acogida que esta Diócesis ofrece al pastor que llega en nombre de Cristo. Y soy muy consciente de esto último, que esta acogida se la hacéis a Cristo, a quien represento ante vosotros.
El cariño, la ilusión y el sentido de fe con el que habéis preparado y estáis/estamos viviendo este acto eclesial, es una expresión patente de que las raíces religiosas de nuestra fe están más vivas de lo que pudiera parecer a simple vista. La llegada de Jesucristo al mundo hace dos mil años ha sido a lo largo de estos dos milenios, y sigue siendo a día de hoy, la gran novedad que llena de esperanza el devenir de nuestra historia. Todo cuanto queremos decir hoy al mundo se resume en una palabra que es un nombre propio: ¡JESÚS, JESÚS, JESÚS!
Por ello, recordando la palabra evangélica “Si estos callasen gritarían las piedras” (Lc 19, 40), comienzo esta homilía pidiéndoos que compartáis conmigo estos tres gritos de fe: ¡Viva Jesús!, ¡Viva la Madre de Dios!, ¡Faz Divina!…
Con estas tres jaculatorias que hemos elevado al cielo, bien podría dar por concluido esta homilía, ya que es imposible que diga nada que pueda mejorar el grito de gozo y gratitud por el misterio del amor de Dios al mundo. Aun así, voy a compartiros unas reflexiones a modo de programa de vida para todos nosotros. Lo hago comentando un mensaje que envié a redes sociales recientemente, en el que se expresaba la siguiente triada: “Baila como si nadie te estuviese mirando. Ama como si nunca te hubiesen herido. Trabaja como si no necesitases dinero.”
1º.- “Baila como si nadie te estuviese mirando”:
¿Quién es mi público, quién es tu público? ¿Ante quién nos levantamos por las mañanas y nos esforzamos en el día a día? ¿A quién esperamos agradar y de quién confiamos obtener la aprobación de cuanto hacemos? ¿Acaso nos condiciona sobre manera que hablen bien o mal de nosotros? ¿Aspiramos a obtener el reconocimiento de este mundo? ¿Bailamos o dejamos de hacerlo, tal vez, dependiendo de quién nos mire o nos deje de mirar en cada momento?
Por ello, me atrevo a proponeros este ideal, y le pido a Dios la gracia de vivirlo yo mismo: ¡Baila como si nadie te estuviese mirando! En realidad, lo único importante es la mirada de Dios… ¡Las cosas son lo que son para Dios, y nada más!
En última instancia, actuar en conciencia es lo mismo que vivir en presencia de Dios, ya que nuestra conciencia no es otra cosa que la mirada latente de Dios en nuestra vida…
Bien podríamos hacer nuestra la conocida expresión del poeta Juan Ramón Jiménez, el autor de “Platero y yo”: “Ni el elogio me conmueve ni la censura me inquieta. Soy como soy. Nada me añade el aplauso y nada me quita el insulto”.
Pues bien, la experiencia nos demuestra que solo viviendo en presencia de Dios se puede actuar en conciencia. De lo contrario, la vanidad acaba siendo el motor de nuestra vida, o los miedos y temores al fracaso nos terminan por paralizar, o incluso nuestra propia autoestima se resiente gravemente, hasta el punto de hacernos entrar en profundas crisis de identidad.
Decía Santa Teresa de Calcuta aquello de: “Yo solo soy un lápiz con el que Dios escribe una carta de amor al mundo”. Esta gran verdad, solo puede decirla quien vive en la presencia de Dios.
2º.- Ama como si nunca te hubiesen herido:
Nuestra cultura arrastra muchas heridas, provocadas por habernos fallado profundamente los unos a los otros, y también por motivo de que nuestra fragilidad interior nos hace muy vulnerables a las faltas de delicadeza y de caridad de cuantos nos rodean…
Pero el Evangelio nos aporta una gran noticia: El corazón no es de quien lo rompe, sino que el corazón es de quien lo repara. Por lo tanto, nuestro corazón tiene dueño, y es el Corazón de Jesús.
Y por ello, nosotros no podemos quedar atrapados por las heridas del pasado, o por tantos episodios desgraciados que hayan sembrado la decepción y la desconfianza en nuestros corazones. No podemos actuar desde un amor propio herido. Estamos llamados a empezar de nuevo. El amor y la esperanza cristianas son capaces de reiniciarlo todo desde cero, sin permitir que las heridas del pasado nos descarrilen en el momento presente; más aún, abriendo nuestro corazón para dar una oportunidad a la sanación.
Amar a fondo perdido no es de tontos, sino que es de sabios. Jesús nos dijo aquello de: “no devolváis mal con mal, al contrario, venced el mal a fuerza de bien” y “amad a vuestros enemigos”, y ha llegado el momento de ponerlo en obra…
Soy consciente de que esto no será fácil, ya que vivimos en una cultura crispada… ¡Baste asomarse a Twitter! Hay poco espacio para el diálogo y para el encuentro de diferentes. A quien no piensa como nosotros hay que silenciarlo… Es la cultura de la cancelación que, por cierto, el Papa Francisco ha puesto al descubierto en su discurso de inicio de año ante el cuerpo diplomático internacional acreditado en la Santa Sede.
Por poner un ejemplo, recuerdo que en mi juventud solíamos repetir una máxima que por aquel entonces se consideraba revolucionaria: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. O, dicho de otra forma, aunque yo no piense como tú, daría mi vida para que tú pudieses disfrutar de libertad de expresión…
A la vista está que aquel ideal quedó en el olvido, ya que en la actualidad se pretende imponer el pensamiento único de lo que se considera políticamente correcto… Y, por ello, pienso que estamos ante una oportunidad histórica única para mostrar ante el mundo que la Iglesia es un espacio de encuentro y diálogo en el que todo el mundo tiene cabida, tal y como estamos subrayando en la fase diocesana del Sínodo sobre la sinodalidad, sin que ello suponga ceder al relativismo; sino haciendo del encuentro entre diferentes un seudo ‘sacramento’ para la expresión del mandamiento cristiano del amor al prójimo.
¡Este es nuestro ideal!: Amar a todas las personas incondicionalmente, al mismo tiempo que creemos y predicamos la verdad revelada por Cristo.
3º.- Trabaja como si no necesitases dinero:
La tarea de la Iglesia se encuadra más en la categoría de la vocación que en la de la profesión… (Y dicho lo anterior, tengo que matizar diciendo que todas las profesiones están llamadas a vivirse de forma vocacional). Pero una prueba inequívoca de que la evangelización es una vocación que está muy por encima de los parámetros socio económicos, es la invitación de Jesús a que llevemos a cabo nuestra labor en la pobreza evangélica.
Los medios materiales serán necesarios solamente en la medida en que nos ayuden a visualizar los valores del Reino de Dios. Estamos llamados a presentarnos ante el mundo, no apoyados en los medios humanos, sino en la fuerza del Espíritu Santo. No en vano la primera de las bienaventuranzas subraya la pobreza evangélica (“Bienaventurados los pobres de espíritu”), y es clave para poder vivir el primero y principal de todos los mandamientos (“Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”).
La pobreza evangélica no se refiere solamente al dinero –que también— sino a todo apego que nos impida tener un corazón desprendido para poder amar a Dios. Por ejemplo, es clave que vivamos la pobreza de ambiciones y de honores humanos.
La tarea de la evangelización requiere de nosotros que compitamos por ocupar el último puesto… De pelearnos –si tuviésemos que ‘pelearnos’ por algo—, lo haremos por ocupar el último puesto. Competiremos por coger la escoba y por servir a los más humildes. Cuando los pobres, los enfermos, los ancianos, los presos, los solitarios, los depresivos…llegan a cambiar nuestros horarios, planes, previsiones, el estado de nuestra cuenta corriente, entonces habrá entrado Jesús en nuestra vida. Dios nos libre de los criterios mundanos que hacen infecunda la tarea de la evangelización.
Termino como he comenzado: ¡JESÚS, JESÚS, JESÚS! Podéis olvidar todo lo que he dicho en esta homilía, menos la invocación del nombre de Jesús, que es el único que puede salvarnos (cfr. Hch 4, 12).
Encomiendo este ministerio que se me ha confiado al cuidado maternal de la Virgen María y al cuidado paternal de San José, al tiempo que pido la intercesión de San Ignacio de Loyola y de San Vicente Ferrer.
¡Gracias de todo corazón! Cor unum et anima una!