En este tiempo de Adviento que precede la Navidad nos preparamos para vivirla, y poner el Belén en familia es uno de los modos mejores de hacerlo. Esta tradición nos ayuda a recordar el verdadero sentido de la navidad.
El belén y el árbol son dos «iconos» de la Navidad,
que contribuyen a crear una atmósfera favorable para vivir con fe el
misterio del nacimiento del Redentor y son un signo de esperanza. En
España la tradición de montar Belenes es muy popular. Muchos pueblos y
ciudades españolas hacen los Pesebres en Iglesias,
ayuntamientos o salas de exposiciones, y en muchos hogares se reserva un
lugar de la casa para montar el Belén, o, al menos se pone “el Misterio”, es decir, la Sagrada Familia con el Niño Jesús.
Con los belenes navideños,
los adultos y los niños se familiarizan con la historia de la infancia
de Jesús, contemplándola y fijándola en sus mentes para toda la vida,
además de divertirse mucho poniendo las figuras y la decoración, que
también es ilusionante y motivo de convivencia. Solamente con tenerlo
presente nos ayuda a pensar que no estamos solos, que Dios ama al mundo y
no lo abandona, que seguimos a Cristo en la historia personal de cada
uno, que los personajes allí representados son como los de hoy, siempre
necesitados, siempre ocupados, pero siempre buscadores de Dios y del
bien, de la gloria de Dios que anuncian los ángeles a los hombres de
buena voluntad.
Quien comenzó con la costumbre de poner el belén fue San Francisco de Asís en 1223, que pidió permiso al Papa Honorio III para
representar la imagen del nacimiento de Jesús. Esta solución le sirvió
para explicar el significado de la Navidad ante el gran número de
personas que no sabían leer ni escribir en su época. Inicialmente fue
una representación viviente y no un nacimiento con figuras, y sólo
estaba el Niño, el buey y el asno. Años después se representó con
figuras y esta tradición de poner el Belén en Navidad se fue trasladando
al resto de Europa y hoy se extiende por el mundo entero. San Francisco realizó
una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo que
suscita tanto asombro y nos conmueve porque manifiesta la ternura de
Dios y nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos.
Hoy sigue teniendo tanta fuerza el Pesebre o Belén (quizá por eso algunos quieren evitarlo) que el papa Francisco publicó una carta sobre el significado y valor del Belén que se titula «El hermoso signo del pesebre».
El Santo Padre habla de los significados que evocan esas imágenes del
pesebre para la vida de los creyentes, haciendo especial énfasis en la
presencia de los pobres, para plantear que “ellos también están
cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o
alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no
desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de
este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la
presencia de Dios en medio de nosotros”. La pobreza evangélica,
la humildad y la disponibilidad de María y José a la hora de acoger al
Niño nos preparan a todos los cristianos para conmemorar este
acontecimiento, y recibir a Jesús como nuestra paz, alegría, fuerza y
consuelo. En estos tiempos de pandemia un niño pequeño e indefenso es el
«signo» que Dios da al mundo (cf. Lc 2,12), porque es Dios hecho hombre quien se nos da.
Os invito a poner el Belén en
vuestras casas, en los escaparates de los comercios, en las parroquias y
colegios. En cualquier lugar y de cualquier manera que se instale, el
Belén habla del amor de Dios, del Dios que se ha hecho niño para
decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su
condición. En esta escuela de vida podemos aprender el secreto de la
verdadera alegría, que no consiste en tener muchas cosas sino en
sentirse amado por el Señor, en hacerse don para los demás y en
amarse. La Virgen María y San José han tenido su hijo
en medio de grandes dificultades, pero están llenos de profunda alegría,
porque se aman, se ayudan, y sobre todo están seguros de que en su
historia está la obra Dios. Quien se ha hecho presente es el pequeño
Jesús. No perdamos esta costumbre. Dispongámonos a cantar villancicos ante
el Belén y, en ocasiones, a orar juntos, y veremos crecer la unidad y
la fraternidad entre nosotros haciéndonos portadores de su paz.