No estamos demasiado acostumbrados a un lenguaje así, que se nos
hable de los últimos días, especialmente de la venida futura del Señor
con imágenes tan impactantes. Se habla de un porvenir que supera
nuestras categorías, de unas fuerzas de la naturaleza que asustan, pero,
no temáis, que no cierran la puerta a la esperanza, porque detrás de
todo esto está el Señor, que nos salvará. No os quedéis en la
descripción de los acontecimientos finales, en las desgracias y
catástrofes, más bien en lo que significa eso, que el único que
permanece es el Señor. En el Evangelio, la esperanza es más visible,
porque se nos ofrece un camino de serenidad y de paz al contemplar la
imagen del Hijo del Hombre, Jesucristo, que vendrá entre las nubes con
gran poder y gloria. Jesucristo es para nosotros el centro de nuestra
atención, que dará cumplimiento a las antiguas profecías. Este es el
verdadero acontecimiento que, en medio de los trastornos del mundo,
permanece como una noticia que nos da serenidad y estabilidad. Ahora,
antes de continuar, conviene detenerse ante las palabras de Jesús,
porque nos ayudarán a mantenernos seguros: «El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán» (v.31).
Jesús no se
comporta como un vidente, que se dedica a asustarnos con mensajes y
palabras de acontecimientos apocalípticos, no, precisamente todo lo
contrario. Es verdad que este tema sí que era una preocupación para los
primeros cristianos, que cundió la preocupación por el final del mundo,
que pensaban que iba a ser inmediato, pero al ver que se iba retrasando
llevó a la primitiva comunidad a ciertos problemas, a la falta de
tensión. El factor tiempo jugó un papel negativo en la expectativa de la
primera comunidad cristiana y el evangelista san Lucas se enfrentó a
esta realidad explicándoles que el tiempo es relativo, que es algo
secundario en el marco general de la historia de la salvación y, como
solución a esas preocupaciones, san Lucas enfrenta al cristiano
directamente con su historia, con su hoy de cada día. La parusía ha
dejado de ser un hecho inminente y la transforma en una realidad
transcendente, capaz de manifestarse en cualquier momento insospechado
de futuro. Esto quiere decir que hay que estar preparados siempre para
el encuentro con el Señor.
En la primera venida se hizo nuestro en
el tiempo, nos trajo su gracia, su Palabra y la esperanza de la
salvación. En su segunda venida nos ofrece el Señor la eternidad, nos
juzgará del uso que hemos hecho de su gracia, y de si hemos escuchado y
cumplido su Palabra. En el espacio que se crea desde nuestro hoy hasta
la parusía es también tiempo de salvación. El Señor es el alfa y la
omega, el principio y el fin; es la fuente de todo lo bueno. Toda
nuestra vida está orientada a Él, hacia su venida suprema al fin del
mundo, nuestra historia va al encuentro del Señor Jesús, caminamos,
fatigosamente algunas veces, pero atraídos por Él hacia la eternidad.
Después
de haber escuchado la Palabra de este domingo, es necesario cargarnos
de la virtud de la paciencia, no precipitar los acontecimientos y
confiar en la fuerza del Espíritu Santo, porque no nos faltará nunca,
además tenemos a la Iglesia, que es necesaria para la Salvación. Pues,
mucho ánimo, a seguir con ilusión, que Jesús es el único Salvador y por
esto debemos entregarnos más a la comunidad fraterna.