Últimamente estamos hablando mucho del cuidado. Cuántes veces hemos
dicho al despedirnos de otra persona: “¡Cuídate!” Y es normal. No sólo,
porque estemos en tiempos donde la pandemia del Covid-19 sigue haciendo
de las suyas, y familiares, vecinos o amigos, siguen afectado por el
virus, aunque nos vacunemos y se piense en una tercera vacuna. Es normal
que los seres humanos nos cuidemos.
Leía esta mañana en una revista que dedica su número de septiembre de este año al cuidado. Esa es la revista Sal Terrae.
Y comenzaba un artículo diciendo: “Los seres humanos no nos valemos por
nosotros mismos, a pesar de que nos guste creer lo contrario. Tanto el
proceso de crecimiento como en el proceso de envejecimiento, así como en
diversos momentos de adversidad o limitación, e incluso en el día a día
de adulto, todos necesitamos de otros que nos ayuden a cubrir nuestras
necesidades, nos protejan, nos asistan, nos apoyen o nos atiendan en
algún grado. Todos los seres humanos necesitamos ser cuidados en algún
momento de nuestra vida, así como todos somos llamados a cuidar de
otros” (Ana Berástegui Pedro-Viejo, Sal Terrae, septiembre 2021, pág. 706).
El
año pasado en nuestra Diócesis de Palencia entraban acciones que nos
llamaban a buscar tiempos de crear y de cuidar. Una de las iniciativas
que se proponían y que se realizaron en muchas comunidades era cuidar
arropando árboles; todavía veo en algunos pueblos cómo siguen arropados.
El
cuidado debe abarcar desde la cuna a la tumba. Y es fundamental para
desarrollo del ser humano en todos los sentidos, tanto en los procesos
de autonomía, como la individuación, la diferenciación y la capacidad de
hacer frente a las adversidades de la vida, sean del tipo que sean. Lo
necesitamos en el día a día, como en los procesos de enfermedad física, o
mental, en la discapacidad de todo tipo, en los traumas o rupturas
personales y sociales o en el de envejecimiento (cfr. Idem). Y hablar de
cuidado es hablar de atención, de vigilancia, de diligencia, de
precaución, de moderación, etc., por aludir a palabras que pueden ser
sinónimas. En definitiva, son expresiones o deben ser concreciones de
amor.
Lógicamente el cuidado tiene que comenzar por uno mismo.
Cuidarse uno a sí. El cuarto mandamiento de la Ley de Dios no es sólo
“no matarás”, sino, en sentido positivo, defenderás la vida. Y el primer
ámbito es la vida propia, que significa cuidar la salud integral, no
sólo del cuerpo sino también del espíritu, del alma, favoreciendo lo que
nos hace bien y evitando lo que nos puede causar mal. Nos hace bien ir
al médico, hacer ejercicio, pensar y ver el lado positivo de las cosas y
personas, reflexionar, encontrar tiempos de silencio, de reflexión, de
lectura de un buen libro, de meditación, de encuentro con uno mismo
lejos del mundanal ruido; nos hace bien cuidar la fe, orar, leer la
Palabra de Dios que es luz y lámpara en el camino de la vida; también
nos hace bien, mucho bien, mantener las relaciones con los otros,
comenzando con la propia familia, reanudar relaciones, llamar por
teléfono a un amigo o tomar u café con él de vez en cuando, encontrar
con los vecinos, darles los buenos días, etc. También esto nos debe
dejarnos cuidar, no ser orgullosos y prepotentes o altaneros, sino
personales normales.
Pero también nosotros podemos ser cuidadores
de los demás. Salir de nuestro ensimismamiento, muchas veces egoísta, y
abrirnos y preocuparnos sanamente por los demás; ver qué necesitan,
tratarlos como nos gustaría que nos trataran a nosotros, preocuparnos y
ocuparnos de ellos; no solamente el personal sanitario en los hospitales
o en los centros de salud, sino en todos los espacios de la convivencia
social. Ponerse en el lugar del otro, del enfermo que está en el
hospital y desea una visita, si se puede, o en el que está solo o sola
en el pueblo y habla solo porque no tiene sino a las paredes de la casa;
cuidar al otro es también hacer lo que han hecho o hacen nuestros
padres o los mayores, nos dan consejos, fruto de su experiencia y
sabiduría, advertir, corregir fraternalmente. Eso sí, hacerlo no como si
nosotros fuéramos impolutos y santos, sino desde la humildad, la
compasión, la empatía, el sano interés. Y cuidar toda la creación. El
papa Francisco nos llama a hacer no sólo en Laudato Si, sino en
múltiples ocasiones, incluso en documentos con otros responsables
religiosos.
Los creyentes debemos tener una referencia permanente
qué hace Dios en el A. Testamento, cómo cuida de su pueblo y qué hacía
Jesús. Por poner un ejemplo, Él nos cuida como a las niñas de sus ojos
(Cfr. Deut 32, 10), con misericordia y ternura; y Jesús en la parábola del Buen Samaritano, (Lc 10,
25-37) decía a su Padre: “Cuando yo estaba con ellos, yo guardaba en tu
nombre a los que me diste, y los custodiaba… te pido que los guardes
del mal” (Jn 17, 12, y 15).