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Mons. Manuel Herrero Fernández




El cuidado

Wed, 22 Sep 2021 22:28:00
 
Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA Obispo de Palencia
Mons. Manuel Herrero Fernández, Obispo de Palencia

Últimamente estamos hablando mucho del cuidado. Cuántes veces hemos dicho al despedirnos de otra persona: “¡Cuídate!” Y es normal. No sólo, porque estemos en tiempos donde la pandemia del Covid-19 sigue haciendo de las suyas, y familiares, vecinos o amigos, siguen afectado por el virus, aunque nos vacunemos y se piense en una tercera vacuna. Es normal que los seres humanos nos cuidemos.

Leía esta mañana en una revista que dedica su número de septiembre de este año al cuidado. Esa es la revista Sal Terrae. Y comenzaba un artículo diciendo: “Los seres humanos no nos valemos por nosotros mismos, a pesar de que nos guste creer lo contrario. Tanto el proceso de crecimiento como en el proceso de envejecimiento, así como en diversos momentos de adversidad o limitación, e incluso en el día a día de adulto, todos necesitamos de otros que nos ayuden a cubrir nuestras necesidades, nos protejan, nos asistan, nos apoyen o nos atiendan en algún grado. Todos los seres humanos necesitamos ser cuidados en algún momento de nuestra vida, así como todos somos llamados a cuidar de otros” (Ana Berástegui Pedro-Viejo, Sal Terrae, septiembre 2021, pág. 706).

El año pasado en nuestra Diócesis de Palencia entraban acciones que nos llamaban a buscar tiempos de crear y de cuidar. Una de las iniciativas que se proponían y que se realizaron en muchas comunidades era cuidar arropando árboles; todavía veo en algunos pueblos cómo siguen arropados.

El cuidado debe abarcar desde la cuna a la tumba. Y es fundamental para desarrollo del ser humano en todos los sentidos, tanto en los procesos de autonomía, como la individuación, la diferenciación y la capacidad de hacer frente a las adversidades de la vida, sean del tipo que sean. Lo necesitamos en el día a día, como en los procesos de enfermedad física, o mental, en la discapacidad de todo tipo, en los traumas o rupturas personales y sociales o en el de envejecimiento (cfr. Idem). Y hablar de cuidado es hablar de atención, de vigilancia, de diligencia, de precaución, de moderación, etc., por aludir a palabras que pueden ser sinónimas. En definitiva, son expresiones o deben ser concreciones de amor.

Lógicamente el cuidado tiene que comenzar por uno mismo. Cuidarse uno a sí. El cuarto mandamiento de la Ley de Dios no es sólo “no matarás”, sino, en sentido positivo, defenderás la vida. Y el primer ámbito es la vida propia, que significa cuidar la salud integral, no sólo del cuerpo sino también del espíritu, del alma, favoreciendo lo que nos hace bien y evitando lo que nos puede causar mal. Nos hace bien ir al médico, hacer ejercicio, pensar y ver el lado positivo de las cosas y personas, reflexionar, encontrar tiempos de silencio, de reflexión, de lectura de un buen libro, de meditación, de encuentro con uno mismo lejos del mundanal ruido; nos hace bien cuidar la fe, orar, leer la Palabra de Dios que es luz y lámpara en el camino de la vida; también nos hace bien, mucho bien, mantener las relaciones con los otros, comenzando con la propia familia, reanudar relaciones, llamar por teléfono a un amigo o tomar u café con él de vez en cuando, encontrar con los vecinos, darles los buenos días, etc. También esto nos debe dejarnos cuidar, no ser orgullosos y prepotentes o altaneros, sino personales normales.

Pero también nosotros podemos ser cuidadores de los demás. Salir de nuestro ensimismamiento, muchas veces egoísta, y abrirnos y preocuparnos sanamente por los demás; ver qué necesitan, tratarlos como nos gustaría que nos trataran a nosotros, preocuparnos y ocuparnos de ellos; no solamente el personal sanitario en los hospitales o en los centros de salud, sino en todos los espacios de la convivencia social. Ponerse en el lugar del otro, del enfermo que está en el hospital y desea una visita, si se puede, o en el que está solo o sola en el pueblo y habla solo porque no tiene sino a las paredes de la casa; cuidar al otro es también hacer lo que han hecho o hacen nuestros padres o los mayores, nos dan consejos, fruto de su experiencia y sabiduría, advertir, corregir fraternalmente. Eso sí, hacerlo no como si nosotros fuéramos impolutos y santos, sino desde la humildad, la compasión, la empatía, el sano interés. Y cuidar toda la creación. El papa Francisco nos llama a hacer no sólo en Laudato Si, sino en múltiples ocasiones, incluso en documentos con otros responsables religiosos.

Los creyentes debemos tener una referencia permanente qué hace Dios en el A. Testamento, cómo cuida de su pueblo y qué hacía Jesús. Por poner un ejemplo, Él nos cuida como a las niñas de sus ojos (Cfr. Deut 32, 10), con misericordia y ternura; y Jesús en la parábola del Buen Samaritano, (Lc 10, 25-37) decía a su Padre: “Cuando yo estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba… te pido que los guardes del mal” (Jn 17, 12, y 15).









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