Para responder a esta vivencia que todo bautizado debe tener con la
comunidad cristiana que le acoge recuerdo algunos textos que iluminan
la importancia y el fundamento de la vinculación.
El
Concilio Vaticano II afirma: “La Iglesia santa, por voluntad divina,
está ordenada y se rige con admirable variedad. Pues a la manera que en
un solo cuerpo tenemos muchos miembros… cada uno está al servicio de los
otros (Rom 12, 4-5). El pueblo elegido de Dios es uno: Un Señor, una
fe, un bautismo (Ef 4,5). Ante Cristo y ante la Iglesia no existe
desigualdad alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o
sexo… Aunque no todos en la Iglesia marchan por el mismo camino, sin
embargo, todos están llamados a la santidad. (LG 32).
El
último documento de los obispos de Cataluña con motivo de los 25 años
del Concilio Provincial Tarraconense decía en el número 2.4: “La misión
(de la Iglesia) es responsabilidad de todos y, por tanto, los
itinerarios de la acción eclesial deben llevar el sello de la
corresponsabilidad” y en el número 2.5: “ En efecto, uno de los puntos
fuertes de la conversión pastoral y misionera tiene que ser la
integración de los laicos en la construcción de la comunidad
cristiana….”.
Las ponencias y el sentir general del
Congreso de Laicos, celebrado en Madrid en febrero del año pasado,
indicaban las mismas intenciones de implicarnos todos, pastores y
fieles, en la renovación permanente de la Iglesia y en la aplicación
constante de la corresponsabilidad en el testimonio personal y en la
función que cada uno tiene asignada en la comunidad.
Es
un tema muy recurrente pero fundamental en el discurrir de la comunidad
cristiana. Todos debemos participar en nuestras parroquias, en las
comunidades religiosas y en los movimientos apostólicos de los trabajos y
de las decisiones que conforman la comunidad y que hacen más creíble la
presencia de la Iglesia de Jesucristo en el mundo de hoy. Todos
aportamos el conocimiento, las facultades y las cualidades personales
para beneficio de los demás; todos estamos llamados a que nuestras
propias comunidades y parroquias se presenten amables, acogedoras, sin
desigualdades, con permanentes modos de fraternidad en todos los campos;
a todos nos obliga el anuncio del mensaje de Jesucristo en el ámbito
familiar, profesional o social.
La comunidad
cristiana no es una empresa de empleados y empleadores, de amos y
siervos, de responsables de decisiones y de los ignorados para todo. La
Iglesia es una familia donde tenemos asignada una función que nos llena
de orgullo por el servicio a los demás y donde somos considerados como
responsables de los efectos de nuestras acciones. Nuestra forma personal
de ser y nuestras propias actuaciones repercuten, para bien o para mal,
en la marcha de la comunidad.
Hemos recurrido
muchas veces a nuestro Plan Diocesano de Pastoral (2020-2024) para
insistir machaconamente cómo queremos que nuestra diócesis de Lleida se
presente limpia y transparente ante nuestra sociedad, caritativa y
solidaria, alegre y esperanzada, preocupada por los problemas que
agobian a nuestro hermanos. Y eso es una obra de todos y cada uno de los
bautizados. Nadie puede permanecer al margen de su responsabilidad. Es
una cuestión de coherencia. También es una exigencia de la fe que
profesamos y que nos ayuda a crecer y a comprometernos con la estructura
comunitaria. Depende de la dedicación de cada uno en los distintos
ámbitos pastorales.
Que cada uno piense cómo puede
ayudar más y mejor a su parroquia, a su diócesis; que nadie deje este
asunto en manos de otro. Desarrollemos nuestra misión en la Iglesia de
hoy.
Con mi bendición y afecto.