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Es posible la esperanza

Cardenal Ricardo Blázquez, Arzobispo de Valladolid
Mon, 19 Apr 2021 10:30:00

Cardenal Ricardo Blázquez

CAMINEO.INFO.- La esperanza cristiana, que se fundamenta en Jesucristo muerto y resucitado, emerge en la vida de sus discípulos con especial relieve durante el tiempo pascual. Tres palabras están particularmente vinculadas: Jesucristo, su resurrección y nuestra esperanza. El Sanedrín decidió que Jesús era reo de muerte y el Procurador de Roma, Poncio Pilato, lo condenó a ser crucificado; pero los apóstoles pocos días después proclamaron con valor que Dios lo ha resucitado de entre los muertos (cf. Act. 2, 24-12, 15; 4, 10; 13, 30). La actuación de Dios Padre glorificó a Jesús injustamente condenado.

Con la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte está vinculada nuestra esperanza. Os recuerdo algunos pasajes del Nuevo Testamento. “Dios, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, reservada en el cielo” (cf. 1 Ped. 1, 3-4). “Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo sólo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (1 Cor. 15, 19-29). La esperanza en Jesucristo caracteriza a los cristianos: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con Él por medio de Jesús a los que han muerto” (cf. 1 Tes. 5, 13.14). Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Evangelizador que pasó haciendo el bien (cf. Act. 10, 38), el Crucificado y Resucitado, el Salvador y “nuestra Esperanza” (1 Tim. 1, 1). En el Credo, que es el compendio de la fe cristiana confesamos “la resurrección de la carne y la vida eterna”, después de haber profesado que Jesucristo fue crucificado y al tercer día resucitó de entre los muertos. La resurrección de Jesucristo ilumina la existencia entera del cristiano; no sólo el itinerario de la vida sino también la oscuridad de la muerte. Cuando nos envuelven las tinieblas qué importante es levantar la mirada a la luz pascual.
¿Qué esperamos? ¿En qué se basa nuestra esperanza? ¿Qué significa para nosotros la esperanza? Sin la esperanza trascendente el horizonte del hombre queda inmensamente recortado. Por esto, pedimos al Señor: “Cuando la noche oscura avanza, concédenos la paz y la esperanza de esperar tu gran día” (himno litúrgico).

El filósofo francés R. Brague hace poco tiempo ha afirmado con rigor intelectual y sabiduría humana que si no hay esperanza más allá de la muerte, se comprende que el nacer no sea motivo de gozo; por ello el hastío de vivir cuando abundan las dolencias y la experiencia de vivir “como esclavos por miedo a la muerte” (Heb. 2, 15). Si la esperanza ilumina la vida, el temor a la muerte la oscurece. Se comprende que el pagano de ayer y de hoy aspire a gozar a tope de “este día” (carpe diem), que es “lo único que vamos a sacar”. “Para cuatro días que vivimos comamos y bebamos que mañana moriremos”. El rostro de la vida es profundamente distinto cuando creemos que Dios nos ha creado por amor, que no somos víctimas del azar ni de la fatalidad; y hay esperanza más allá del muro de la muerte cuando confiamos que nos aguarda el Padre con los brazos abiertos para que, unidos a Jesucristo muerto y resucitado, vivamos eternamente felices, porque estar con el Señor es con mucho lo mejor. San Pablo compara dos situaciones de sus destinatarios: Antes vivíais “sin Cristo, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (cf. Ef. 2, 12); ahora en Cristo habéis sido perdonados y habéis recibido la paz. No es lo mismo vivir sin contar con Dios que vivir en su amor, ni caminar a la luz de la esperanza imperecedera que vivir con una esperanza que se desvanece y vacía en pocos años.

¿Qué esperamos? ¿Vivir cien años? ¿Triunfar en la vida por la profesión y la imagen entre aplausos? ¿Ganar dinero a espuertas, como el rico de la parábola evangélica? Ante una cosecha espléndida construyó graneros inmensos y se dijo: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?” (cf. Lc. 12, 19-20). Ninguna meta temporal sacia plenamente el corazón del hombre. En el umbral de la muerte, ¿qué esperas? ¿Ya no tienes esperanza? ¿La muerte es un apagón de todas las luces y un adiós definitivo a todos y a todo? ¿Entras en el silencio eterno? ¿Es a causa de la muerte todo absurdo y nada tiene sentido? Reavivemos en Pascua la esperanza de la vida eterna con Jesucristo, que nos prepara un lugar (cf: Jn. 14, 1-3).

La esperanza cristiana valora las pequeñas esperanzas y da fuerza para cargar con las pruebas. La cruz de la vida nos une a Jesucristo crucificado y la resurrección de Jesucristo nos anima. Hay esperanzas pequeñas y grandes en la vida; la esperanza de la llegada de las vacunas nos alienta en la fatiga de la pandemia. La solidaridad generosa y sacrificada de muchos nos ayuda a levantar la mirada en medio de los riesgos, los sufrimientos, la soledad, y la experiencia de la fragilidad. La ejemplaridad de las personas nos anima; en cambio, el egoísmo nos desalienta. Las constantes polémicas de los responsables de la gestión pública en lugar de afrontar unidos las cuestiones fundamentales y los graves problemas de la sociedad, nos desalientan. Los insultos, las desavenencias, las medias verdades o las mentiras enteras añaden aflicción a los dolores de la hora presente. Si la verdad edifica, las “fake news” siembran desconfianza e incomunican a unos con otros.

La esperanza cristiana se funda en la comunión con Jesucristo cuya pasión, muerte y resurrección celebramos. A la luz de la esperanza, que el Nuevo Testamento califica de “alegre” (Cf. Rm. 12, 12), podemos asumir los trabajos duros, los sufrimientos inevitables, los fracasos, los obstáculos en el camino. La esperanza auténtica trabaja por alcanzar una meta ardua pero posible con la fuerza de Dios.

La esperanza cristiana se hace cargo de las dificultades de la vida. No es evasión ni huida de la realidad. “Mediante la fe estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final. Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en las pruebas diversas” (1 Ped. 1, 5-6).

Deseo a todos, un tiempo pascual impregnado por la esperanza cristiana, en medio de la pandemia que nos fatiga e inquieta. ¡Que situándonos en la verdad de nuestra condición humana, finita y frágil, arraigue en nosotros la esperanza alumbrada en la mañana luminosa de Pascua! ¡Que la esperanza nos mantenga alegres y serenos! ¡Que seamos servidores de la esperanza!






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