CAMINEO.INFO.- La esperanza cristiana, que se fundamenta en Jesucristo muerto y
resucitado, emerge en la vida de sus discípulos con especial relieve
durante el tiempo pascual. Tres palabras están particularmente
vinculadas: Jesucristo, su resurrección y nuestra esperanza. El Sanedrín
decidió que Jesús era reo de muerte y el Procurador de Roma, Poncio
Pilato, lo condenó a ser crucificado; pero los apóstoles pocos días
después proclamaron con valor que Dios lo ha resucitado de entre los
muertos (cf. Act. 2, 24-12, 15; 4, 10; 13, 30). La actuación de Dios
Padre glorificó a Jesús injustamente condenado.
Con la victoria de
Jesús sobre el pecado y la muerte está vinculada nuestra esperanza. Os
recuerdo algunos pasajes del Nuevo Testamento. “Dios, por su gran
misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los
muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia
incorruptible, reservada en el cielo” (cf. 1 Ped. 1, 3-4). “Si hemos
puesto nuestra esperanza en Cristo sólo en esta vida, somos los más
desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre
los muertos y es primicia de los que han muerto” (1 Cor. 15, 19-29). La
esperanza en Jesucristo caracteriza a los cristianos: “Hermanos, no
queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis
como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y
resucitó, de igual modo Dios llevará con Él por medio de Jesús a los que
han muerto” (cf. 1 Tes. 5, 13.14). Jesús es el Hijo de Dios hecho
hombre, el Evangelizador que pasó haciendo el bien (cf. Act. 10, 38), el
Crucificado y Resucitado, el Salvador y “nuestra Esperanza” (1 Tim. 1,
1). En el Credo, que es el compendio de la fe cristiana confesamos “la
resurrección de la carne y la vida eterna”, después de haber profesado
que Jesucristo fue crucificado y al tercer día resucitó de entre los
muertos. La resurrección de Jesucristo ilumina la existencia entera del
cristiano; no sólo el itinerario de la vida sino también la oscuridad de
la muerte. Cuando nos envuelven las tinieblas qué importante es
levantar la mirada a la luz pascual.
¿Qué esperamos? ¿En qué se basa
nuestra esperanza? ¿Qué significa para nosotros la esperanza? Sin la
esperanza trascendente el horizonte del hombre queda inmensamente
recortado. Por esto, pedimos al Señor: “Cuando la noche oscura avanza,
concédenos la paz y la esperanza de esperar tu gran día” (himno
litúrgico).
El filósofo francés R. Brague hace poco tiempo ha
afirmado con rigor intelectual y sabiduría humana que si no hay
esperanza más allá de la muerte, se comprende que el nacer no sea motivo
de gozo; por ello el hastío de vivir cuando abundan las dolencias y la
experiencia de vivir “como esclavos por miedo a la muerte” (Heb. 2, 15).
Si la esperanza ilumina la vida, el temor a la muerte la oscurece. Se
comprende que el pagano de ayer y de hoy aspire a gozar a tope de “este
día” (carpe diem), que es “lo único que vamos a sacar”. “Para cuatro
días que vivimos comamos y bebamos que mañana moriremos”. El rostro de
la vida es profundamente distinto cuando creemos que Dios nos ha creado
por amor, que no somos víctimas del azar ni de la fatalidad; y hay
esperanza más allá del muro de la muerte cuando confiamos que nos
aguarda el Padre con los brazos abiertos para que, unidos a Jesucristo
muerto y resucitado, vivamos eternamente felices, porque estar con el
Señor es con mucho lo mejor. San Pablo compara dos situaciones de sus
destinatarios: Antes vivíais “sin Cristo, sin esperanza y sin Dios en el
mundo” (cf. Ef. 2, 12); ahora en Cristo habéis sido perdonados y habéis
recibido la paz. No es lo mismo vivir sin contar con Dios que vivir en
su amor, ni caminar a la luz de la esperanza imperecedera que vivir con
una esperanza que se desvanece y vacía en pocos años.
¿Qué
esperamos? ¿Vivir cien años? ¿Triunfar en la vida por la profesión y la
imagen entre aplausos? ¿Ganar dinero a espuertas, como el rico de la
parábola evangélica? Ante una cosecha espléndida construyó graneros
inmensos y se dijo: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos
años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo:
Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has
preparado?” (cf. Lc. 12, 19-20). Ninguna meta temporal sacia plenamente
el corazón del hombre. En el umbral de la muerte, ¿qué esperas? ¿Ya no
tienes esperanza? ¿La muerte es un apagón de todas las luces y un adiós
definitivo a todos y a todo? ¿Entras en el silencio eterno? ¿Es a causa
de la muerte todo absurdo y nada tiene sentido? Reavivemos en Pascua la
esperanza de la vida eterna con Jesucristo, que nos prepara un lugar
(cf: Jn. 14, 1-3).
La esperanza cristiana valora las pequeñas
esperanzas y da fuerza para cargar con las pruebas. La cruz de la vida
nos une a Jesucristo crucificado y la resurrección de Jesucristo nos
anima. Hay esperanzas pequeñas y grandes en la vida; la esperanza de la
llegada de las vacunas nos alienta en la fatiga de la pandemia. La
solidaridad generosa y sacrificada de muchos nos ayuda a levantar la
mirada en medio de los riesgos, los sufrimientos, la soledad, y la
experiencia de la fragilidad. La ejemplaridad de las personas nos anima;
en cambio, el egoísmo nos desalienta. Las constantes polémicas de los
responsables de la gestión pública en lugar de afrontar unidos las
cuestiones fundamentales y los graves problemas de la sociedad, nos
desalientan. Los insultos, las desavenencias, las medias verdades o las
mentiras enteras añaden aflicción a los dolores de la hora presente. Si
la verdad edifica, las “fake news” siembran desconfianza e incomunican a
unos con otros.
La esperanza cristiana se funda en la comunión
con Jesucristo cuya pasión, muerte y resurrección celebramos. A la luz
de la esperanza, que el Nuevo Testamento califica de “alegre” (Cf. Rm.
12, 12), podemos asumir los trabajos duros, los sufrimientos
inevitables, los fracasos, los obstáculos en el camino. La esperanza
auténtica trabaja por alcanzar una meta ardua pero posible con la fuerza
de Dios.
La esperanza cristiana se hace cargo de las dificultades
de la vida. No es evasión ni huida de la realidad. “Mediante la fe
estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a
revelarse en el momento final. Por ello os alegráis, aunque ahora sea
preciso padecer un poco en las pruebas diversas” (1 Ped. 1, 5-6).
Deseo
a todos, un tiempo pascual impregnado por la esperanza cristiana, en
medio de la pandemia que nos fatiga e inquieta. ¡Que situándonos en la
verdad de nuestra condición humana, finita y frágil, arraigue en
nosotros la esperanza alumbrada en la mañana luminosa de Pascua! ¡Que la
esperanza nos mantenga alegres y serenos! ¡Que seamos servidores de la
esperanza!