CAMINEO.INFO.- El pasado mes de diciembre fue aprobada la enésima reforma de la ley
de educación. Y en el Congreso de Escuelas Católicas la ministra Celaá
había afirmado que la educación de los niños no les corresponde a los
padres y, después, saltaron noticias en las que cuestionaba las escuelas
de educación especial. También había anunciado la ministra que la
asignatura de religión no tendría alternativa, ni valor académico, y que
la nueva ley de educación no tendría en cuenta la “demanda social”,
privilegiando de este modo a la escuela pública de iniciativa estatal
sobre la de iniciativa social. Después conocimos que se van a destinar
2.000 millones de euros a la escuela pública de iniciativa estatal para
afrontar los gastos que genere el covid-19 en el ámbito educativo.
Con
un discurso claramente ideológico, la ministra de educación retomaba
temas que presentaba como modernos y que, sin embargo, son muy antiguos.
Todos estos planteamientos educativos se vienen repitiendo en España
desde hace décadas. Es una constante en España, desde comienzos del
siglo XIX, que casi todos los gobiernos cambien la ley educativa.
Pareciera que los actuales gobernantes se obcecaran en repetir una y
otra vez los mismos errores en la educación. Los intereses ideológicos
priman sobre el verdadero fin de la educación.
Muchos son los
artículos e intervenciones que vienen a recordar a quienes gobiernan que
son ellos quienes han de garantizar el derecho de los padres a que sus
hijos sean educados en sus propias convicciones morales y religiosas.
Ese derecho se concreta en el derecho a elegir colegio, y en el derecho a
elegir clase de religión confesional. Es realmente asombroso que
quienes se autodenominan demócratas y claman por la libertad, actúen de
forma “totalitaria” en el campo educativo.
No deja de llamar la
atención que en la mayoría de los debates abiertos en torno a la
educación las cuestiones controvertidas giran en torno a cuestionar el
derecho de educar de los padres (a lo que nos hemos referido en los
párrafos anteriores) además de los problemas sobre los medios
(didáctica, programaciones, medios informáticos, idiomas…), en vez de
identificar y centrar el problema en el fin primordial de la educación:
guiar a la persona hacia su propio desarrollo y madurez (“sacar de ti tu
mejor tú” diría el poeta P. Salinas).
El gran problema de fondo
de la educación hoy hunde sus raíces en la crisis antropológica actual
(ya lo indicó en sus escritos santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith
Stein, profesora universitaria de filosofía). Benedicto XVI habló
repetidamente de esta cuestión cuando se refirió a lo que él llamó
“emergencia educativa”.
Vivimos una profunda crisis antropológica
que se manifiesta en una crisis educativa. El mismo papa Benedicto XVI
insistía en “la necesidad de un proyecto educativo que brote de una
visión coherente y completa del hombre” (Discurso a la Conferencia
episcopal italiana, 28 de mayo de 2009). Cuanto más honda y certera sea
la visión del ser humano, mejor se podrá desarrollar la acción
educativa. “La antropología cristiana se fundamenta en la grandeza de
la vocación del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, llamado
a la relación con Él, con el mundo y con los seres humanos. Hombre
caído y redimido por Cristo, hijo de Dios hecho hombre. El hombre es
incapaz de comprenderse plenamente a sí mismo y al mundo sin Jesucristo.
Sólo Él ilumina su verdadera libertad, su vocación, su destino último, y
abre su corazón a la esperanza sólida y duradera” (Benedicto XVI).