Pasados cinco años de la publicación de la encíclica “Laudato
si”, que como declara Papa Francisco escribió inspirada por S. Francisco de
Asís, se ha sentido motivado también por él “para dedicar esta nueva encíclica
a la fraternidad y a la amistad social”. Muchos “hermanos” del mundo le han
influido para asumir semejante empresa, sobre todo el Gran Imán Ahmad
Al-Tayyeb, con quien se encontró en Abu Dabi en febrero de 2019. “Fratelli
Tutti” recoge y desarrolla los temas del “Documento sobre la fraternidad humana
por la paz y la convivencia común”, que selló aquel encuentro.
Más allá del decidido compromiso en el diálogo interreligioso
que este documento representa, la Encíclica lo trasciende profundizando en un
camino que la Iglesia Católica ha ido recorriendo desde el Concilio Vaticano II,
para la construcción de la fraternidad y la defensa de la dignidad humana, la
justicia y la paz en el mundo.
En sus inicios, la Encíclica hace una muy clara descripción
de las “Sombras de un mundo cerrado”
(n. 9-53), analizando las tendencias actuales que no favorecen a la
fraternidad, e indicando cómo muchos sueños de integración y pacificación de
las últimas décadas se desintegran, resurgiendo conflictos anacrónicos. Apunta,
entre otras “sombras”, a la pérdida
de conciencia histórica, a la desfiguración de las grandes palabras
–democracia, libertad, justicia- , a la siembra de desesperanza y desconfianza como
mecanismo de dominación política, a la cultura del descarte: de alimentos y
bienes, y de personas y grupos –pobres, discapacitados, no nacidos o ancianos-,
sacrificables en función del bienestar
de otros, descarte que también se expresa en el racismo, en la cultura de la
creación de muros para la autopreservación y la falta de humanidad ante los
movimientos migratorios. En definitiva nos encontramos en tiempos de una globalización
y un progreso sin un rumbo común y no realmente humano. La misma encíclica,
escrita durante la pandemia,
recuerda como estas circunstancias de emergencia sanitaria han puesto en
evidencia hasta qué punto la insolidaridad reinante es una triste realidad, y
cuán urgente es superar el virus del individualismo radical.
Concluye esta desalentadora panorámica reivindicando la esperanza, basándose en dos razones:
“Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien”; y en el corazón
humano existe “una sed”, “un anhelo de plenitud, de vida lograda” que “eleva el
espíritu” más allá de la comodidad personal, para abrazarse “a grandes ideales
que hacen la vida más bella y digna” (n. 54-55).
Propone, en un segundo momento, una clara interpelación y una
salida desde la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10, 25-37). Un extraño en el camino: el buen samaritano
como interpelación. En esta enseñanza del mismo Jesús, en forma de parábola,
se nos propone una cultura diferente orientada a superar las enemistades y a
cuidar unos de otros. Todos somos responsables de este empeño, ser “parte de la
rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas (…) en vez de acentuar
odios y resentimientos”. Concluyendo con una referencia a Mt 25,35: “Fui
forastero y me hospedasteis”. La interpelación del forastero. Para
nosotros, cristianos, estas palabras tienen una “dimensión transcendente: implican
reconocer a Cristo en cada hermano abandonado o excluido” (n.85).
Pensar y gestar un modo
abierto solo es posible desde el amor, que nos permite trascendernos a nosotros mismos y nuestro
grupo de pertenencia. Así, Papa Francisco propone una antropología del encuentro
frente a una concepción individualista de la persona. Sin la entrega de sí
mismo a los demás, el ser humano no puede desarrollarse ni encontrar su plenitud.
El destino universal
de los bienes y la función social de la
propiedad son abordados. El Papa Francisco entra en uno de los temas que más
revuelo ha causado en la Encíclica, aunque se trata de un principio básico de la
Doctrina Social de la Iglesia; afirmando, entre otras cosas, que éste “derecho
a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural
secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes
creados” (n.120).
Un corazón abierto al
mundo entero. Igualmente
Papa Francisco, al plantear la puesta en práctica de afirmaciones anteriores,
se ocupa en primer lugar de las migraciones, sintetizando la Doctrina Social de
la Iglesia sobre esta cuestión en los últimos años; aborda la relación entre
Oriente y Occidente, y destaca la importancia de la ayuda mutua entre los
países. Realiza unas interesantes reflexiones sobre la tensión entre lo global
y lo local, el amor a la propia tierra y el horizonte universal de la familia
humana, así como la importancia de mantener ambas perspectivas.
La mejor política. Para el desarrollo de una comunidad
mundial es indispensable una política puesta al servicio del bien común. Señala que el “desprecio a los
débiles”, la falta de respeto a las diversas culturas, y la dificultad para pensar
en términos de un mundo abierto, contaminan la política actual. Estas actitudes
están condicionadas por el populismo, y por el liberalismo individualista.
Hace una clara reivindicación de la política como expresión de la caridad, indispensable para hacer
efectiva la fraternidad humana. La buena política piensa en el bien común y en
modificar las condiciones que provocan sufrimiento. Señalando así: “Las mayores
angustias de un político” deberían ser “el fenómeno de la exclusión social y económica” y sus consecuencias y “todo lo que
atenta contra los derechos fundamentales”
(n. 177-197). Sin olvidar, como destaca Papa Francisco, que el “gran tema es el trabajo (…) es asegurar a todas las
personas la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada
uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un
pobre, el mejor camino hacia una existencia digna” (n.162).
El diálogo social hacia
una nueva cultura. Papa
Francisco reivindica el diálogo como una herramienta indispensable para mantener
unidas a las personas y a los pueblos y ayudarles a vivir mejor. Destacando
que: “entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una
opción posible: el diálogo”.
Además, en un mundo paralizado, tensionado hasta el límite,
contaminado por una hiperinformación globalizada que aturde al navegante digital,
Papa Francisco evoca el valor del silencio y de la escucha. Y se agradece su
llamada a recuperar la amabilidad; y
ésta con “esfuerzo, vivido cada día es capaz de crear esa convivencia sana que
vence las incomprensiones y previene los conflictos (…). Facilita la búsqueda
de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes”
(n.224).
Con todo ello aborda los Caminos
de Reencuentro, los procesos de pacificación, en los que son indispensables
el reconocimiento de la verdad histórica de los hechos, la escucha y la memoria
de las víctimas, y el compromiso con la verdad, la justicia y la misericordia.
Es importante notar que, en el apartado “La
arquitectura y la artesanía de la paz”, afirma: “Hay una arquitectura de la
paz, donde intervienen las distintas instituciones de la sociedad, cada una
desde su competencia, pero hay tambien una “artesanía” de la paz que nos
involucra a todos” (n.231). La paz es una tarea que no da tregua, y pide poner
en el centro el bien común, huir de la tentación de la venganza y de los
intereses particulares.
Son de gran interés sus reflexiones con las que culmina esta
parte de su Encíclica: el valor y el sentido del perdón; la reivindicación de la memoria y el perdón sin olvidos; así
como el rechazo total y la más absoluta condena de la injusticia de la guerra y
de la pena de muerte.
Termina su documento con la valoración de las distintas religiones como “aporte
valioso para la construcción de la
fraternidad y para la defensa de la justicia
en la sociedad”; y se remite a la “apertura al Padre de todos”, como
“fundamento último” para “la fraternidad”, y precisa la valoración que hace la
Iglesia de “la acción de Dios en las
demás religiones”, así como de la injustificable justificación de cualquier
forma de violencia revestida de motivaciones religiosas, afirmando: “La verdad
es que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas
fundamentales sino en sus deformaciones” (n.282).
Concluye la Encíclica con la declaración que selló el encuentro
con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, un llamamiento en el que asumen “la cultura
del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento
recíproco como método y criterio” (n.285).
Con estas palabras en el final de su declaración, concluimos
esta sucinta panorámica de esta Encíclica rica y variada, con innumerables y
diversos aspectos, que dará mucho que hablar, discutir y profundizar. Una
Encíclica que es fruto maduro del magisterio social del Papa Francisco
desplegado a lo largo de sus años de pontificado, elaborado a la escucha de los
gozos y los sufrimientos de nuestros contemporáneos, empezando por los últimos.
Un magisterio que refleja sus preocupaciones como Pastor universal, y que
expresa el servicio de la Iglesia a la Humanidad.