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Mn. Gerardo Melgar Viciosa


La corrección fraterna, fruto de la caridad al hermano

Mn. Gerardo Melgar Viciosa, Obispo Prior de Ciudad Real
Sat, 05 Sep 2020 09:41:00

Mn. Gerardo Melgar Viciosa

La corrección fraterna es una exigencia y un fruto de la vivencia del «man­damiento nuevo» de amarnos los unos a los otros como Cristo nos amó. Es uno de los deberes más concretos de la caridad, y a la vez más difíciles de cumplir y vivir como seguidores de Cristo.

La dificultad del cumplimiento y vivencia de la corrección fraterna viene por partida doble: por par­te del que hace la corrección y por parte de quien es corregido.

Por parte de quien corrige, la co­rrección fraterna es siempre difícil, porque nunca se sabe cuál va a ser la reacción que va a tener aquel que es corregido. El que corrige debe hacerlo siempre con verdadera pru­dencia, con delicadeza suma, con auténtica prudencia pedagógica y eligiendo el momento más opor­tuno y propicio para hacerlo. Aun cumpliendo todas esas y otras con­diciones que son muy necesarias, sin embargo, al que corrige siempre le queda la duda de cómo va a reac­cionar aquel a quien se corrige.

Por parte de quien recibe la co­rrección, dada la naturaleza huma­na que siempre actúa sobrada de orgullo y soberbia, le es difícil asu­mir y aceptar aquello de lo que se le corrige y que otro le haga caer en la cuenta y le ayude a reconocer que debe cambiar. Tantas veces, el que es corregido responde con agresi­vidad y enfado, atacando incluso a quien le corrige, porque se dice: «Pero quién se habrá creído que es este». Incluso saca los trapos sucios, como suele decirse vulgarmente, los defectos que tiene la persona que le corrige.

La corrección fraterna, para que sea auténtica y fructífera, requiere de unas actitudes muy importantes a cultivar tanto por parte de quien hace la corrección como por parte de quien es corregido.

 

  1. Por parte de quien corrige, deberá cuidar al máximo estas ac­titudes:
  • Hacerlo cuando está a solas con la persona que va a corregir.
  • Buscar el momento más opor­tuno y propicio para hacerlo.
  • Hacerlo siempre sin tratar de herir para nada al corregido.
  • Hacerlo con suma delicadeza.
  • Buscar únicamente el bien de la otra persona, nunca su humilla­ción o echarle nada en carta.
  • Hacerlo con verdadera miseri­cordia, como lo haría Jesús, y nunca con una actitud de acusación al otro.
  • Que la corrección sea fruto y exigencia del amor que se le tiene a la persona que se quiere corregir y nunca fruto del rencor o la revancha.

 

  1. Por parte de quien recibe la corrección:
  • Aceptar la corrección que al­guien le hace con humildad, nunca con soberbia ni orgullo.
  • No ver segundas intenciones en el que le corrige.
  • Estar dispuesto a hablarlo tranquilamente.
  • Aceptar lo que se le diga, con­vencido de que el otro lo hace como exigencia de la fe.

Aunque es cierto que tanto co­rregir como aceptar una corrección de otro nunca es fácil, sin embargo, como creyentes y seguidores de Je­sús, debemos poner todo el esfuerzo que sea necesario de nuestra parte, para practicarla y vivirla, ya que, en definitiva, cuando la hacemos reali­dad, estamos haciendo realidad la concreción del mandamiento nuevo del amor, un amor que debe llegar a buscar, no solo mi propia conversión y salvación, sino la conversión y sal­vación del hermano.

El Señor, cuando nos examine el último día, nos examinará del amor, pero no solo de lo que hicimos bien o mal en relación a este mandamiento nuevo, sino también de aquello que podíamos haber hecho y no hicimos por el otro, para que también se convirtiera al Señor y fuera capaz de vivir de acuerdo con su mensaje salvador.

Hagamos siempre este esfuerzo de corregir al que vemos equivocado en sus planteamientos y actuacio­nes y pongámonos siempre en disposición de aceptar aquello de lo que alguien nos corrige, buscando siem­pre y solo nuestro bien. Así estaremos haciendo reali­dad la caridad con el hermano, que debo ayudar a que viva su vida por los caminos de Dios y la verdad, no por los del error y la mentira.






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