La corrección fraterna es una exigencia y un fruto de la vivencia del
«mandamiento nuevo» de amarnos los unos a los otros como Cristo nos
amó. Es uno de los deberes más concretos de la caridad, y a la vez más
difíciles de cumplir y vivir como seguidores de Cristo.
La
dificultad del cumplimiento y vivencia de la corrección fraterna viene
por partida doble: por parte del que hace la corrección y por parte de
quien es corregido.
Por parte de quien corrige, la corrección
fraterna es siempre difícil, porque nunca se sabe cuál va a ser la
reacción que va a tener aquel que es corregido. El que corrige debe
hacerlo siempre con verdadera prudencia, con delicadeza suma, con
auténtica prudencia pedagógica y eligiendo el momento más oportuno y
propicio para hacerlo. Aun cumpliendo todas esas y otras condiciones
que son muy necesarias, sin embargo, al que corrige siempre le queda la
duda de cómo va a reaccionar aquel a quien se corrige.
Por parte
de quien recibe la corrección, dada la naturaleza humana que siempre
actúa sobrada de orgullo y soberbia, le es difícil asumir y aceptar
aquello de lo que se le corrige y que otro le haga caer en la cuenta y
le ayude a reconocer que debe cambiar. Tantas veces, el que es corregido
responde con agresividad y enfado, atacando incluso a quien le
corrige, porque se dice: «Pero quién se habrá creído que es este».
Incluso saca los trapos sucios, como suele decirse vulgarmente, los
defectos que tiene la persona que le corrige.
La corrección
fraterna, para que sea auténtica y fructífera, requiere de unas
actitudes muy importantes a cultivar tanto por parte de quien hace la
corrección como por parte de quien es corregido.
- Por parte de quien corrige, deberá cuidar al máximo estas actitudes:
- Hacerlo cuando está a solas con la persona que va a corregir.
- Buscar el momento más oportuno y propicio para hacerlo.
- Hacerlo siempre sin tratar de herir para nada al corregido.
- Hacerlo con suma delicadeza.
- Buscar únicamente el bien de la otra persona, nunca su humillación o echarle nada en carta.
- Hacerlo con verdadera misericordia, como lo haría Jesús, y nunca con una actitud de acusación al otro.
- Que
la corrección sea fruto y exigencia del amor que se le tiene a la
persona que se quiere corregir y nunca fruto del rencor o la revancha.
- Por parte de quien recibe la corrección:
- Aceptar la corrección que alguien le hace con humildad, nunca con soberbia ni orgullo.
- No ver segundas intenciones en el que le corrige.
- Estar dispuesto a hablarlo tranquilamente.
- Aceptar lo que se le diga, convencido de que el otro lo hace como exigencia de la fe.
Aunque
es cierto que tanto corregir como aceptar una corrección de otro nunca
es fácil, sin embargo, como creyentes y seguidores de Jesús, debemos
poner todo el esfuerzo que sea necesario de nuestra parte, para
practicarla y vivirla, ya que, en definitiva, cuando la hacemos
realidad, estamos haciendo realidad la concreción del mandamiento nuevo
del amor, un amor que debe llegar a buscar, no solo mi propia
conversión y salvación, sino la conversión y salvación del hermano.
El
Señor, cuando nos examine el último día, nos examinará del amor, pero
no solo de lo que hicimos bien o mal en relación a este mandamiento
nuevo, sino también de aquello que podíamos haber hecho y no hicimos por
el otro, para que también se convirtiera al Señor y fuera capaz de
vivir de acuerdo con su mensaje salvador.
Hagamos siempre este
esfuerzo de corregir al que vemos equivocado en sus planteamientos y
actuaciones y pongámonos siempre en disposición de aceptar aquello de
lo que alguien nos corrige, buscando siempre y solo nuestro bien. Así
estaremos haciendo realidad la caridad con el hermano, que debo ayudar a
que viva su vida por los caminos de Dios y la verdad, no por los del
error y la mentira.