Siguiendo la hermosa y entrañable costumbre que nuestras generaciones
aprendieron de pequeños, de vivir el «Mes de María», dedicándole el mes
de mayo, y siguiendo también las indicaciones que nos ha hecho hace
pocos días el papa Francisco en una carta que nos acaba de dirigir,
acogemos la propuesta que nos hace de «redescubrir la belleza de rezar
el Rosario en casa durante el mes de mayo». Es una invitación a rezarlo
juntos o de manera personal. Lo hacemos en un momento de emergencia,
cuando todavía está extendida la pandemia del coronavirus. Además —dice—
«las restricciones de la pandemia nos han «obligado» a valorar esta
dimensión doméstica, también desde el punto de vista espiritual».
El
rezo del Rosario es una oración sencilla, de los sencillos y para los
sencillos. Esto se entiende bien cuando vemos que Jesús pone de relieve
el valor de la pobreza en la primera de las bienaventuranzas y da
gracias a Dios porque son precisamente los sencillos los que más lo
entienden. Repetir en un ritmo pausado de serenidad cincuenta veces el
Avemaría, al tiempo que se meditan los misterios de la vida de Jesús, y
con la implicación de su Madre, nos ayuda a tomar conciencia de la
necesidad de orar con insistencia, como el mismo Jesús nos pide.
Tengamos presente que los pobres tienen que repetir muchas veces las
cosas para que se les escuche… Pensemos que la oración beneficia sobre
todo al que la hace, ayuda a entrar en la intimidad de la confianza al
que abre su corazón a Dios con sencillez, y crea un espacio persistente
de solidaridad entre todos los que en red la comparten.
El rezo
del Rosario nos coloca en el corazón del Evangelio, y por eso nos puede
hacer tanto bien. Contemplando los misterios de gozo, de dolor, de luz y
de gloria, hacemos un repaso meditativo a lo que es esencial para la
vida cristiana y lo llevamos a la oración del brazo de la Madre y con la
implicación que ella tiene. Esta referencia es clave para entender el
Rosario y nos conecta con los acontecimientos fundamentales de nuestra
fe.
En este sentido, también iremos haciendo camino sintiéndonos
unidos, implorando juntos la protección maternal de la Virgen María
sobre los enfermos y otras personas —las más vulnerables— que ya sufren
precariedad económica grave. Si oramos así es para ser más solidarios
con hechos concretos y estar al lado de los que más sufren. Pensemos que
el esfuerzo de unidad es ya una victoria sobre el mal que nos aqueja y
un signo evidente de que el bien siempre será más fuerte y ganará.