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Hemos vivido una Semana Santa desacostumbrada. No habíamos previsto
que este año sería así. Y no solo nosotros, es toda la humanidad a quien
se está poniendo a prueba, confinada a una situación que cada día se
hace más larga y, para algunos, insoportable. La pandemia del COVID-19
todavía nos está amenazando y no se eliminan las nieblas que nos impiden
ver el estallido de la luz pascual. Sin embargo, ¡la Pascua ha llegado!
Lo ha hecho en medio de una mezcla agridulce donde se mezclan
sentimientos de todo tipo, la de quienes padecen la enfermedad y la de
los que han salido de ella y ahora ya están seguros y disfrutando de ese
estado de salud que es valorado más que nunca.
Aparentemente,
parece que el árbol aún esté seco, pero si contemplamos las puntas de
sus ramas a contraluz, veremos que, gracias a esta luz, ya apuntan
nuevos brotes de vida. La percepción es lenta y un tanto difuminada,
pero aumenta poco a poco en intensidad a medida que el día sube y va
desapareciendo la noche. Danos, Señor, un corazón limpio para ver y para
verte en aquellos y aquellas que aman y se entregan como Tú.
El
anuncio de Pascua encuentra todavía la resistencia de la oscuridad que
esparce la enfermedad del coronavirus por toda la humanidad e impide ver
más allá. Pero la luz está, el sol ha salido, la Pascua da noticia de
que la muerte es vencida porque Jesús ha resucitado. También los
primeros discípulos y las mujeres que fueron a acercarse al sepulcro
tenían la mente ofuscada, el miedo los tenía helados, los sentimientos
de fracaso les impedían vislumbrar una salida luminosa.
¡La Pascua
está aquí! Por la fe creemos, sabemos y proclamamos que Jesús ha
resucitado, que lo han visto vivo, que el primer saludo ha sido «la paz
esté con vosotros!» y ha comunicado la consoladora advertencia de «no
temáis». Hoy recogemos con gozo este anuncio y manifestamos el firme
deseo de que haremos todo lo posible para descubrir que el dolor que
todavía está ocasionando el coronavirus, muy pronto sea transformado con
una nueva bocanada de vida y resplandezca definitivamente Jesucristo,
salud de los enfermos, luz que nunca se acaba.
Es a partir de Él
que nos viene la capacidad para descubrirlo en estos brotes de vida que
van apareciendo en medio de nosotros a través de gestos sencillos llenos
de humanidad, de innumerables muestras de solidaridad, de afecto, de
ayuda y de servicio hacia los que lo pasan peor. Hagamos todo lo posible
para que Jesucristo sea reconocido en ellos, verdaderos testigos de
resurrección y de vida, para que les llegue el consuelo de la esperanza y
la fuerza de la caridad que los restablezca y les dé la plena salud del
cuerpo y del espíritu.