Durante estas semanas es frecuente participar en cenas de empresa o en fatigosas sesiones imprescindibles para cuadrar balances o aprobar presupuestos, que van acompañadas de una frugal colación o, en ocasiones, de aperitivos formales en los que se degustan porciones mínimas de novedosas exquisiteces.
También abundan las reuniones para beber o para comer. Las primeras, algunas veces, desembocan en embriaguez, indigestión e insomnio. Las segundas permiten saborear platos tradicionales o exóticos, hechos con primor o con prisa, siguiendo las antiguas recetas familiares, transmitidas de generación en generación, o según los protocolos de las más recientes tendencias culinarias.
Pero hay otro modo reunirse: la concentración de amigos para disfrutar de la compañía, el encuentro entre los miembros de la familia, la unión de vidas, la comunión de vidas. Hay personas que llegan desde lejos para las citas familiares, después de un largo recorrido apresurado por el deseo del encuentro y la convivencia. Han vivido gozosas esperas llenas de afecto. Han realizado viajes soñados con ilusión, cuajados de dificultades y coloreados de sentimientos.
En estos casos, se trata de compartir la vida, la conversación pausada, el intercambio de experiencias y la escucha atenta de la narración que alguien hace de su recorrido vital, de su itinerario personal, de su andadura más íntima. Entonces, la voz expresa emoción en el tono y el timbre. El que narra vive dos veces y produce en los oyentes un efecto vivificante. Es extraordinaria la capacidad del lenguaje para evocar, convocar, provocar, comunicar y persuadir. Los recuerdos pasan de nuevo por el corazón, suscitando nostalgia y gozo, añoranza e impulso para vivir mejor.
En esas horas vividas en común se estrechan y robustecen los vínculos familiares y los lazos de la amistad. Se agolpan en la memoria vivencias compartidas. Se evocan conocidas historias nuevamente actualizadas. El relato mitiga la pena que produce la ausencia de algunos seres queridos y se incentiva el recuerdo agradecido.
Convivir significa compartir la fuerza generadora que poseen las semillas que crecen y dan fruto. Se aprecia más el camino hecho por todos. Convivir significa saber sostenerse recíprocamente, saber soportar juntos la poda de la cruda realidad, saber que no estamos solos y saborear que el invierno es preludio de nuevas primaveras, Convivir quiere decir vivir con y junto a otros, vivir para los demás, buscar y encontrar apoyo y compañía, experimentar consuelo y recibir consejo, orientación y guía. La vida nos ofrece encuentros, reencuentros y desencuentros. De nosotros depende que en torno a la mesa participemos del convite de la vida con los ingredientes preparados en el fogón de la memoria del corazón.
nte la proliferación de ricos manjares y bellos manteles, existe un modo alternativo de celebración que valora otros tiempos caracterizados por la austeridad de las costumbres y la escasez de viandas, en medio de una gran abundancia de amor.
Convivir es mucho más que reunirse; es compartir y compartirse. Es disfrutar juntos del alimento, el afecto, la historia común, la narración de la vida.
Es preciso convertir los encuentros en una fuerza de convivencia. Es entonces cuando se desencadena la complicidad que se manifiesta en un ligero destello en la mirada, una sencilla lágrima o un simple movimiento de cabeza.