El mes de octubre es un mes tradicionalmente dedicado al Rosario en la piedad mariana y también misionero, ya que el domingo penúltimo celebramos el Domund, es decir la Jornada Mundial de las Misiones. Acompañados por María reavivamos el espíritu y el empeño misioneros. Este año subrayamos la evangelización, ya que nos ha convocado el Papa Francisco a un Mes Misionero Extraordinario de octubre, con el lema “Bautizados y enviados. La Iglesia de Cristo en misión en el mundo”. El mes de octubre es una oportunidad para asumir con vigor renovado la dimensión misionera de nuestra vida cristiana. Somos “Iglesia en salida”, es decir enviados para anunciar con obras y palabras el Evangelio. A lo largo de este mes tanto en cada Diócesis, como en la Iglesia en España y en la Iglesia universal hay preparadas diversas acciones. Yo pido a todos que participemos en estas convocatorias que nos irán llegando desde la Delegación Diocesana de Misiones.
¿Por qué celebramos este año un Mes Misionero Extraordinario? ¿Por qué a lo largo de este tiempo desarrollaremos numerosas actividades, comenzando por el Congreso Nacional de Misiones que ha tenido lugar en Madrid del 19 al 22 de septiembre y ha sido como un aldabonazo para abrir una puerta? La razón es la siguiente: Este año celebra la Iglesia, el centenario de la publicación por el Papa Benedicto XV (el 30 de noviembre de 1919), de la Carta Apostólica Maximum illud sobre las misiones.
¿Cuál es el contenido central de la Carta del Papa Benedicto XV, y por qué encontró tanto eco en la Iglesia? Los primeros cuidados misioneros, dice el Papa, deben “ser dedicados a la preparación del clero indígena, sobre el cual se hallan depositadas las mejores esperanzas de las nuevas cristiandades”. “Como la Iglesia de Dios es universal, no se siente extranjera en medio de ningún pueblo”. El Papa enseña que la Iglesia se aclimate en las diversas regiones del mundo y sean asumidas las peculiaridades de cada pueblo. Los misioneros no deben considerarse a sí mismos como colonizadores, sino como predicadores del Evangelio. “Recordad, refiriéndose a los misioneros, que no debéis propagar el reino de los hombres, sino el de Jesucristo, y no es deber vuestro el añadir ciudadanos a la patria terrena, sino a la celestial”. Perderían autoridad los misioneros ante los indígenas si no se insertaran vitalmente en el lugar adonde han sido enviados. Entre otras exigencias se les pide conocer bien la lengua, la historia y las costumbres del pueblo en el que desarrollan su misión.
Esta carta apostólica de Benedicto XV merece la pena ser releída; por supuesto aconsejo la lectura del decreto conciliar “Ad gentes” y de la encíclica del Papa Juan Pablo II “Redemptoris missio” (7 de diciembre de 1990) sobre la permanente validez del mandato misionero de Jesús.
Acerca del sentido de la misión y de las misiones han surgido algunas interrogaciones, que es bueno que percibamos su alcance y las clarifiquemos doctrinal y pastoralmente. El derecho a la libertad religiosa, que los cristianos respetamos, no debe amortiguar el celo evangelizador que arranca del corazón del Evangelio. La evangelización no debe nunca caer en proselitismo, ni forzar por ningún motivo la libertad de la persona ni para que le sea impuesta la fe ni le sea impedida su manifestación. Creer es un regalo de Dios, no un privilegio social. Respetar la libertad religiosa no significa silenciar el Evangelio ni ocultar la salvación que el Señor nos promete. Anunciamos con gratitud a Jesucristo el Salvador del mundo. Respetar la libertad religiosa no significa recluir a la intimidad personal la fe y sus expresiones. Los valores religiosos personales y sociales forman parte del bien común de la sociedad.
Los cristianos debemos evangelizar porque creemos que Jesús es el Hijo de Dios encarnado y el Salvador de todos los hombres (cf. Act. 4, 12; cf. Cor. 8, 5-6); por esto, deseamos que todos sean salvados por medio del Señor Jesucristo. La salvación no equivale al progreso económico y social. Los cristianos queremos anunciar al Salvador de todo el hombre (cuerpo y alma) y de todos los hombres. La esperanza es posible también en el umbral de la muerte, porque Jesús nos promete la vida eterna.
Todo cristiano, todo bautizado, es por naturaleza misionero. Misioneros no son únicamente quienes marcharon a países distantes, antes nos parecían exóticos, como unos héroes. Unos cristianos son misioneros en su familia, en su parroquia, en su ambiente de vida; y otros son enviados a pueblos distantes, como el Concilio Vaticano dice “ad gentes”.
La misión está en el centro y fundamento del Evangelio. Jesús es el Hijo de Dios enviado al mundo; es el primer Evangelizador y el Misionero por excelencia. Jesús envió a los apóstoles tanto en su actividad pública como de cara al futuro. “Jesús llamó a los que quiso, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (cf- Mc. 3, 13-15). Tres acciones que en todo misionero, en nosotros también, se concatenan: Hemos sido llamados, no somos espontáneos; somos discípulos en la convivencia con Jesús, y somos enviados para anunciar el Evangelio con palabras y obras. Jesús ya resucitado envió a los apóstoles: “Id, yo os envío, haced discípulos de todos los pueblos. Yo estoy con vosotros hasta el fin de la historia”. (cf. Mt. 28, 19-21).
Es un indicador de la llamada dirigida por Dios a que todo bautizado sea apóstol el hecho de que patronos de las misiones son un misionero San Francisco Javier y una monja carmelita Santa Teresa del Niño Jesús. La fe es por su misma naturaleza apostólica, ya que se profesa y se encarna en la vida. La oración es en sí misma misionera, ya que es un diálogo que no se cierra en la relación entre Dios y el orante, sino que se abre a las dimensiones del mundo haciendo memoria de los hombres ante Dios e intercediendo por todos ante Él.
La misión continúa, su duración es coextensiva al tiempo de la Iglesia, sin misión la comunidad cristiana no se renueva.