Al llegar el día de la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, patrona
de los hombres y mujeres del mar, devoción tan arraigada sobre todo en
las comunidades del litoral de nuestra diócesis, os hago llegar a todos,
especialmente a la familia del mar, mi mensaje de cercanía y comunión.
Dificultades en la vida de la gente del mar
Soy
consciente de las muchas dificultades que las personas que trabajan en
el mar afrontan para procurar a los suyos un futuro mejor, contribuyendo
así, igualmente, al progreso de la sociedad. Dificultades de toda
índole, no siendo las menores las de orden personal y familiar: las
largas ausencias, la soledad, el no poder compartir acontecimientos
importantes con los miembros de la familia para celebrar su gozo o para
confortarlos en los momentos de dolor, también el cansancio, las
agotadoras jornadas laborales y la falta de tiempos adecuados para
descansar en puerto, ya que los avances tecnológicos han reducido
significativamente el tiempo de atraque en los puertos, dificultando
asimismo la labor de los voluntarios que ofrecen asesoramiento laboral o
espiritual.
Memoria en la oración
Tristemente
he de referirme a los diocesanos que, a lo largo de este último año,
han perdido sus vidas en los trabajos del mar: los tres fallecidos en el
Sin Querer 2 de Cambados: Manuel Serén, Bernardino Padín y Teófilo
Rodríguez, así como el desaparecido en dicho naufragio: Guillermo
Casais; igualmente recuerdo al fallecido en Malpica, José Ángel Silvosa,
marinero del A Silvosa. Los encomendamos a la protección materna de
Nuestra Señora del Carmen, en la confianza de que los habrá presentado a
su Hijo, guiándolos al puerto seguro de la salvación. A sus familias,
que sufren su ausencia las animamos a no decaer en la fe y a buscar el
consuelo en el Señor, que nunca nos abandona, y en la comunidad
cristiana, que con su cercanía y oración sabe enjugar las lágrimas de
los que sufren. Al recordar a estos hermanos nuestros y a tantos otros
que, viviendo en condiciones no exentas de riesgo, trabajan por el bien
de nuestra sociedad, en la pesca, en el transporte marítimo o en las
distintas misiones de la Armada, debemos reconocer su esfuerzo en la
construcción de la sociedad, y como cristianos estimarlos como hermanos
queridos y comprender sus dificultades.
Lema de la fiesta del Carmen
Queridas
gentes del mar, el lema que la Iglesia nos ofrece este año para la
fiesta del Carmen, es todo un signo de confianza, de ánimo y de
esperanza en el Señor: “Confía, marinero, dale a Él tu timón”.
Es un grito fraterno, para que cada uno de nosotros, también los
hombres y mujeres de la mar, abramos nuestro corazón a Cristo y le
dejemos dirigir nuestras vidas. Él ilumina nuestras noches y hace que
después de la oscuridad amanezca la luz. Algunas de las dificultades que
señalamos, y otras muchas más presentes en este mundo, suceden porque
no se viven en la tierra los valores del Reino de Dios. Dejando que
Cristo conduzca nuestras vidas, construimos una sociedad nueva: más
transparente, libre y humana. Así lo subraya el papa Francisco cuando
escribe: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la
preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un
desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden
cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su
proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún
posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (Laudato si, 13).
Esa
confianza que se nos pide para dejar el timón de nuestras vidas en
manos de Jesucristo, proviene de la fe en El, que no es una referencia
del pasado, ni algo muerto o ausente de nuestras preocupaciones diarias.
¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en
un desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por
ciclos que se repiten sin sentido! Nuestro final no será el abismo sino
la transformación gloriosa de la inmortalidad. El Creador nos dice a
cada uno de nosotros: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes
de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de
las naciones” (Jer 1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por
eso “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada
uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario” (Laudato si, 39).
Con
esta convicción afrontamos la vida y sus dificultades con esperanza:
Cristo mismo, lleva nuestro timón y Él es el Amigo que nunca falla.
Pidiendo que la Virgen del Carmen os ampare en vuestras singladuras y
vuestro trabajo, y proteja a vuestras familias, os ofrezco mis oraciones
y os bendigo de todo corazón.