Ante alguien que necesita ayuda, me tendría que preguntar: ¿Qué le
puede pasar si yo no lo ayudo?» Esta es la pregunta contraria a la que a
menudo nos hacemos cuando ante una persona necesitada solemos pensar
más en un mismo y no en el otro, y entonces puede más el egoísmo y me
digo: «¿Qué me pasará a mí si lo ayudo?» ¿Qué puedo hacer para que el
corazón deje de ser de piedra y llegue a ser de carne, un corazón
compasivo, misericordioso? El secreto está en la voluntad de afectarse
por la situación «miserable» del otro y no quedar pasivo, sin hacer
nada. Pensar en el otro o en un mismo, ahí está la alternativa, la
propuesta de elección que en cada momento se nos presenta para que
lleguemos a amar de todo corazón.
La propuesta viene de Jesús y
nos sitúa ante la posibilidad de elegir entre la indiferencia o la
acción caritativa. Amar a Dios y amar a los demás plantea la pregunta:
¿Y para mí, quién es? O ¿quién es el otro a quien he de amar como amo a
Dios? El otro no es solo aquel o aquella a quien elegimos para amar; el
otro es también aquel o aquella que no he elegido y me molesta o me
estorba; aquel o aquella que no siempre está de acuerdo conmigo; aquel o
aquella que en algún momento me ha hecho daño, incluso al que puedo
considerar «enemigo». La radicalidad de Jesús llega a decir que «debemos
amar a los enemigos y orar por los que nos persiguen» (Mt 5,44).
San
Juan Pablo II propuso para el siglo XXI lo que él llamaba
«espiritualidad de comunión», la cual, partiendo de la comunión con Dios
que es amor y nos ama, la proyecta hacia el otro para descubrir en su
persona todo lo que hay de positivo. El papa Francisco, refiriéndose a
la santidad normal que podemos vivir los cristianos dice que «el santo
es capaz de hacer silencio ante los defectos de sus hermanos y evita la
violencia verbal que arrasa y maltrata…» (GE 116). El otro es toda
persona en la que he de ver la imagen y la semejanza de Dios. La fe,
empapada por el amor, nos cambia la mirada.
La manera de hacerlo
nos la da Jesús cuando explica la parábola del buen samaritano y nos
muestra con qué delicadeza, misericordia y cariño trató al herido del
camino: Lo vio, tuvo compasión de él, se acercó, le vendó las heridas,
lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada, se ocupó de él y pagó
los gastos… Jesús nos invita a hacer lo mismo.