El gravísimo
deber de transmitir la vida humana» es el punto de partida de la
Encíclica y el motivo de la intervención por parte del
Magisterio de la Iglesia. La transmisión de la vida humana es un
acto de tanta transcendencia que no puede quedar al margen de
los criterios morales, ni expuesta al capricho de los
individuos o a las conveniencias de grupos ideológicos.
Recientemente los medios de comunicación se han hecho eco de
investigaciones científicas que plantean en toda su crudeza
el alcance y la gravedad de intervenir artificialmente en
los procesos y en las estructuras mismas de la vida. Por eso las
reacciones han sido de preocupación
y mayoritariamente negativas.
San Pablo VI se encontró en su tiempo con otros debates y
controversias. En base a argumentos de carácter sociológico y
filosófico eran muchas las opiniones que justificaban los
métodos artificiales del control de nacimientos o la
interrupción directa del proceso generador de la vida ya
iniciado: «El hombre, dice la Encíclica, ha llevado a cabo
progresos estupendos en el dominio y en la organización
racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a
extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida
psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la
transmisión de la vida» (HV, 2).
El Papa era consciente, como él mismo indica, del rechazo que
iba a provocar su toma de postura en amplios sectores de la
opinión pública. No obstante, consciente de que la transmisión
de la vida no puede ser banalizada, reafirma las normas
morales que la Iglesia ha mantenido desde siempre sobre el
matrimonio y la familia y afirma que, «al defender la moral
conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la
instauración de una civilización verdaderamente humana» (VH,
18). Estos principios morales afectan a la concepción de la
vida y del ser humano: la generación de una nueva vida no es una
simple efusión del instinto o del sentimiento. El amor
conyugal, porque es fecundo, está abierto a la vida, al
surgimiento de nuevas vidas; debe, por ello, ser entendido y
vivido a la luz de Dios, que es Amor, como colaboración de los
esposos para que se realice en la humanidad ese
designio de amor.
Los esposos, por tanto, deben respetar la naturaleza y la
finalidad del acto matrimonial, en coherencia con la intención
creadora de Dios, sin alterar artificialmente el ritmo
natural de fecundidad. Los debates actuales sobre la
«producción artificial de vida humana» advierten de los
riesgos y peligros que ello lleva consigo. La generación de
vida humana en el seno del matrimonio no puede tampoco quedar
al margen. La paternidad responsable ha de asumir estos
criterios y hacer de la familia una intimidad conyugal de
vida y amor.
El Papa Francisco, reconociendo que la acción pastoral debe
estar muy atenta a la situación de cada persona, nos anima a
redescubrir hoy el mensaje de la Humanae Vitae, y
reconoce en Pablo VI su «genialidad profética», pues tuvo el
coraje de ir contracorriente y de alertar sobre las
consecuencias que tendría el uso de métodos anticonceptivos:
abrir el camino a la infidelidad conyugal, a la degradación
general de la moralidad, al desprecio de la disciplina, al
sometimiento ante «colonizaciones ideológicas que buscan
destruir la familia».
La Humanae Vitae suscitó en su momento fuertes
incomprensiones, polémicas y hasta rechazos. Ahora, en un
escenario distinto pero con nuevas amenazas contra la vida
humana y contra la familia, debe ser releída y repensada con
mayor serenidad. Su interpelación profética debería
ayudarnos a comprometernos en la defensa de la vida humana, de
la paternidad responsable, del amor conyugal, de la educación
afectivo-sexual de los hijos, y de la vivencia de la familia
como comunicadora y cuidadora generosa de la vida según el
plan de Dios.