Hay realidades cristianas que debemos descubrir
de nuevo para comprender su originalidad, su sentido y su
alcance para la vida de los cristianos. Probablemente una de
ellas es la Cuaresma, ya que ha perdido presencia en la sociedad
y siempre halla en nosotros resistencia interior lo que
implica penitencia. Cuando pierde relieve, en lugar de ceder a
la corriente debemos hacer un esfuerzo para preguntarnos,
¿qué es realmente la Cuaresma). ¿Por qué en el Año Litúrgico
ocupa varias semanas? ¿En qué consiste propiamente este tiempo
que tiene un origen en los primeros siglos y que la
Iglesia pondera tanto?
Cuaresma”
etimológicamente es la abreviación de “diesquadragesima”,
es decir, es un tiempo que dura cuarenta días; comienza el
Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo por la mañana;
la imposición de la ceniza es como un aldabonazo para
despertarnos de la indolencia y ponernos en camino de
conversión; y la reconciliación de los pecadores con la
Iglesia es culminación del proceso cuaresmal de penitencia.
La
Cuaresma, los cuarenta días de purificación y renovación
para celebrar la Pascua del Señor, los misterios se su pasión,
muerte y resurrección, recuerda el rico simbolismo de los
cuarenta días frecuente en la Sagrada Escritura. Cuarenta es
el número de plenitud, de concentración de una oportunidad
salvífica, de “sacramento” como ha recuperado la nueva
traducción del misal romano, que comienza a ser utilizado el
domingo primero de Cuaresma.
Cuarenta días y cuarenta
noches (cf. Gen. 7,4) duró el Diluvio, que anegó el mal y abrió un
nuevo comienzo de la humanidad custodiada por la alianza de
Dios (cf. Gén. 9, Iss). Moisés permaneció en el monte Sinaí
cuarenta días y cuarenta noches en la presencia de Dios (cf. Ex.
24, 18). Durante cuarenta años peregrino el pueblo de Israel
desde Egipto, la casa de la esclavitud, hasta la Tierra de la
promesa, guiado por la nube protectora de Dios (cf. Deut. 8,2. 4.
Núm. 14, 34). Elías caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta
el monte de Dios Horeb (cf. 1 Re. 19,8). Jonás de proclamó en
Nínive durante cuarenta días la oferta del perdón de Dios (cf.
Jn. 3,4); la conversión salvó a los ninivitas. Jesús
permaneció en el desierto durante cuarenta días y cuarenta
noches (cf. Mt. 4, 2). Cuaresma es tiempo de camino hacia la
pascua, de búsqueda de la fidelidad primera, de purificación
y renovación, de conversión y gozo (cf. Salmo 50). El
“miserere”, así llamado a veces, es un salmo eminentemente
cuaresmal, con el reconocimiento humilde de los pecados con
el perdón de Dios que crea un corazón nuevo, con la alegría de la
salvación y con el don de un corazón humilde.
En el tiempo
de Cuaresma, durante cuarenta días que Dios nos otorga como
tiempo de gracia, enlazamos con el hondo sentido de esos
acontecimientos de la historia de la salvación. Con
Jesucristo entramos en el desierto de la oración y del ayuno
para escuchar la Palabra de Dios, superar las pruebas y
tentaciones, para ponernos en el camino de una vida nueva y de
fidelidad a la misión que el Señor nos confía. “Por las
prácticas del sacramento cuaresmal Dios nos concede conocer
el misterio de Cristo” (Oración Colecta del Domingo
I de Cuaresma).
La Cuaresma tiene una meta, a saber, la
celebración de la Pascua. De Esta meta recibe sentido el
itinerario cuaresmal; caminamos al encuentro con Jesucristo
salvador y liberador. La mortificación no es expresión de
una persona rara que goza sufriendo, sino signo de participación
en el ministerio pascual “padecemos juntamente con Cristo,
para ser también con Él glorificados” (Rom. 8, 17). A través de la
Cuaresma entramos en el desierto con Jesús y como discípulos
subimos a Jerusalén para compartir su muerte, resurrección y
ascensión al cielo (cf. Lc. 9, 51 ss. Act. 1, 3).
El
desarrollo de la Cuaresma se ha caracterizado por dos líneas
de fondo; en primer lugar por la penitencia para la
reconciliación de los pecadores, y en segundo lugar por la
preparación de los catecúmenos para recibir el bautismo en la
noche de Pascua. Tanto las lecturas de Cuaresma como las
oraciones de la Misa manifiestan constantemente la doble
preparación, al sacramento de la reconciliación
y el bautismo.
El Concilio Vaticano II, en la
Constitución sobre la liturgia ha subrayado estas dos
dimensiones de la Cuaresma, con la actuación para el cristiano y
cada comunidad, en la interioridad espiritual y en la
manifestación exterior. La Cuaresma es al mismo tiempo
personal y eclesial, va la conversión por dentro y debe tener su
expresión social en el amor y en las obras de misericordia.
“Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles,
entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la
oración, para que celebren el ministerio pascual, sobre todo
mediante el recuerdo o la preparación al bautismo y mediante
la penitencia, se dé particular relieve a la liturgia y en la
catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo
(cf. Sacrosanctum 109).
Permitidme que recuerde algunas
actividades que son particularmente adecuadas para la
celebración del tiempo litúrgico de Cuaresma.
Intensifiquemos la lectura de la Palabra de Dios y la oración.
Organicemos charlas de formación para las comunidades
cristianas. Es tradicional el ejercicio del “Via-crucis” y
provechosa la lectura reposada de la Pasión del Señor (Sto.
Tomás de Aquino). Recomendamos alguna iniciativa de
privación voluntaria, uniéndonos al Señor sufriente, que
despertará nuestro espíritu y lo mantendrá alerta; no solo por
salud e higiene vamos a mortificarnos. Nos acerquemos todos
al sacramento del perdón y de la reconciliación; y los
sacerdotes facilitemos a los demás la entrada en la
fiesta del perdón.
Cuaresma es un tiempo propicio para
abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él el
rostro de Cristo. Cada vida que encontramos es un don y merece
acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los
ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil”.
Deseo
a todos un tiempo de Cuaresma intenso y fecundo.
Celebraremos la Pascua, que es meta de la Cuaresma, con la
alegría que es también culminación de este tiempo de
gracia y salvación.