En este tiempo de Pascua, próximos a la solemnidad de la Ascensión del Señor, la Iglesia quiere que veamos cómo el Señor fortalece nuestra fe y nos sintamos seguros y no perdidos. Jesús Resucitado también se manifiesta en medio de nosotros, como lo hizo con sus discípulos después de la Resurrección; nos sentimos participes del don de la alegría; nos ha regalado el mandamiento del amor, como estilo de ser y de vida; y ahora nos está preparando para recibir el don del Espíritu Santo. La pedagogía de Dios es admirable siempre, progresiva y directa, lleva el ritmo necesario para que cale en lo hondo del corazón, y al final todos tenemos noticia de la mano salvadora, misericordiosa y paterna de Dios.
Este texto del Evangelio nos ayuda a meditar sobre la importancia que tiene el saber permanecer en Dios y que el camino no es otro que el amor: “el que me ama guardará mi palabra” y Dios hará morada en él. Estas cosas son tan bellas, que con sólo oírlas nos hacen saltar de alegría, pero, a la vez, nos dan criterio para la vida cristiana. Jesús habita en el corazón de cada hombre y lo hace capaz de amar de verdad y cuando ama de verdad se abre totalmente a la Trinidad. Dios mismo habita en quien vive esta experiencia de amor. El incrédulo no puede tener esta experiencia, porque se ha separado de la fuente de la vida, porque se ha negado a escuchar a quien le ofrece gratuitamente la salvación, cerrándole las puertas, eso mismo les impidió a fariseos y escribas, reconocer el amor de Dios.
Con esta palabra que escuchamos hoy tenemos la seguridad de que se cumple la promesa que tantas veces nos dice la Escritura, “no tengáis miedo”. No podemos tener miedo porque Dios no nos abandona, no nos hemos quedado huérfanos. Jesucristo nos dice que se marcha pero que vuelve a nuestro lado, además nos adelanta que contaremos con la acción del Espíritu Santo y con el don de su Paz, así que “no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. La paz de Cristo es la que pone serenidad a nuestra vida, estos son los motivos más importantes para nuestra alegría y para ocuparnos con tranquilidad de las tareas de un apóstol, de un testigo, dar a conocer a los demás la salvación que nos da Dios.