En el hermoso Domingo de la Resurrección del Señor todos recuperamos el ánimo, por la victoria de Cristo. Lo más hermoso es que con el triunfo de Nuestro Señor se despiertan en cada uno de nosotros aires de triunfo y vemos con otros ojos, los de la fe, la grandeza de Dios. A partir de ahora, la vida se potencia, adquiere su verdadero sentido y nos hace ser agradecidos.
La Liturgia nos ha ido llevando de la mano para pasar el desierto de nuestra vida de rutinas y lamentos y poder disfrutar de la seguridad de la Palabra de Dios que nos habla de Vida y Esperanza. Escuchemos en este tiempo el anuncio de la Iglesia: ¡JESÚS HA RESUCITADO!, ¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?, leeremos en el Evangelio. Ha Resucitado y con su Resurrección ha vencido nuestros pecados y la muerte, desganas y apatías, Dios ha cumplido su promesa… y ha hecho gloriosas nuestras cruces. Es tiempo de gozo.
La Iglesia nos invita a quitarnos el luto y a que nos vistamos del júbilo de la Pascua, porque la Resurrección de Jesús, es la piedra angular de la fe cristiana: "Si Cristo no hubiera resucitado, sería vana nuestra predicación, sería vana nuestra fe", dice San Pablo (1Cor 15,14). Hemos pasado de la dramática aventura de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo al gozo de verle victorioso sobre la muerte, ¡ha vencido! Esta es la causa de nuestra alegría, el centro de la predicación: "Os transmito lo que a mi vez he recibido, que Cristo ha muerto por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que ha Resucitado al tercer día, según las Escrituras..." (1Cor 15,3-4).
Si anunciamos la Resurrección de Jesucristo, no es porque la conocemos de oídas, sino porque somos testigos y por esta razón nos sentimos empujados a hablar: ¡Ay de mí si no evangelizare! (Cfr. 1Cor 9,16). Somos testigos, hemos visto y hemos creído. Ahora, después del regalo que Dios nos ha hecho, anunciadle a todos vuestra alegría, decidle a todos que ellos también pueden gozar de este don, que Jesucristo también les hace partícipes de su triunfo.