En esta semana comenzamos la Cuaresma, este miércoles de ceniza nos lo recuerda a todos con la invitación del sacerdote a convertirnos y a creer. La cuaresma es un tiempo especial de conversión y purificación, un tiempo para acercarse más a Dios con los medios concretos que la Iglesia nos propone. En este Año de la Fe podemos aprovechar la oportunidad para renovar nuestro compromiso con el Señor, tanto si estás cerca de Él, como si te alejaste.
En las lecturas de la Palabra de Dios se destaca especialmente la profesión de la fe, desde la fe del pueblo que reconoce cómo ha sido el Señor el que les ha sostenido en los momentos de esclavitud y cómo les ha dado la libertad y la tierra. En la segunda lectura destaca San Pablo que la confesión de la fe en Cristo nos salva, porque es el Señor y porque resucitó de entre los muertos.
En el Mensaje de Cuaresma insiste el Papa en algo fundamental, que para mantenernos en la fe necesitamos las obras de caridad y explica la razón: “El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor -«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)-, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33)”. El amor es la respuesta de la fe y lo que estrecha los lazos con Dios y con los hermanos. La caridad te hace pisar tierra, porque es la primera respuesta de la fe. La Palabra deja claro el itinerario de la Cuaresma, ¿Qué estás dispuesto a hacer este año? ¿Comenzarás, al menos, preguntándote por cómo vivirás la cuaresma? El ayuno que quiere Dios es “desatar los lazos de la maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los oprimidos…” (Is 58,6).
La Palabra de Dios os conducirá necesariamente a la práctica de la caridad fraterna, porque la mayor obra de caridad es precisamente “la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra», nos dice el Papa. Acogedla en esta Cuaresma en vuestro corazón, para anunciarla a los que viven cerca de vosotros, en vuestra casa, en la comunidad parroquial, a los alejados… y veréis cómo surge inmediatamente la pregunta decisiva para la conversión: “¿qué tenemos que hacer?” (Hch 2, 37).