Agosto ha pasado dejando tras de sí una estela de calor y sequía que nos será difícil de olvidar y con él se han ido las vacaciones, el tiempo de descanso, el olor a mar y a pueblo. Los que habéis tenido la ocasión de salir y de visitar otras regiones, de pasear por otras calles y reconocer la hermosa herencia que existe en nuestros pueblos, fruto de una historia exuberante, habréis podido tener la experiencia de visitar sus iglesias y de sentir la presencia Dios en sus silencios envolventes; contemplar las imágenes de especial devoción, que te transportan al misterio; apreciar el lejano olor a incienso y los rayos de sol a través de sus centenarias vidrieras que evocan la paz; la temblorosa lámpara roja del Sagrario diciéndote que Dios está aquí… En esos momentos comprendes la escena del desierto, cuando Dios le habló a Moisés diciéndole: “descálzate, que pisas tierra sagrada”. Y ahí, sólo, delante de Dios, te imaginas a la comunidad que se reúne todos los domingos cantándole a Nuestro Señor, con una sola voz: “somos la Iglesia que camina y juntos caminamos…”
Somos la Iglesia que camina, que estamos en el mundo, aunque no le pertenecemos, porque somos del Señor, y Él cuida bien de sus hijos, tanto, que en la segunda lectura de este domingo nos dirá el apóstol Santiago: que Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino, que prometió a los que le aman. ¿Qué queremos más?
Nuestra Diócesis tiene claro cuales son las necesidades y sale al encuentro de los hermanos que las padecen, dentro de nuestras posibilidades, porque así lo hemos aprendido del Señor. Como Él nos ha amado primero, por eso, el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor. Porque Dios nos puede hacer ricos en la fe, al comenzar un nuevo curso pastoral, os propongo centraros “en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste”, como decía el Beato Papa, Juan Pablo II.
Os adelanto que para este año debemos tomar conciencia de ese gran regalo de la fe, que tendremos oportunidades para actualizarla, para hacerla nuestra y para que la vivamos dando testimonio de ella a un mundo cada vez más necesitado de conocer el bello rostro de Jesucristo.