Cristo ha reconciliado a la humanidad eliminando las barreras y uniendo a todos en un solo cuerpo, leemos en la segunda lectura de este domingo. Eliminar barreras y unirnos en un solo pueblo ha sido obra de la gracia, es cosa de Dios, porque si dependiera del hombre el resultado sería muy otro. Por esta razón entendemos, desde la fe, lo que nos está pidiendo Dios y nos admiramos de cómo lo hace, en esos momentos de intimidad, cuando Jesús habla con los discípulos y les muestra la gracia desbordante de Dios, que sale a nuestro encuentro, y que reclama cada día una permanente conversión. En la intimidad, en un clima de oración, en silencio, controlando cada movimiento de la respiración sientes cómo se te invita a descubrir al autor de tu existencia; a sentirte seducido... ¡a vivir apasionadamente! Esto mismo podrían estar viviendo los discípulos cuando Jesús les invita a descansar, les da la oportunidad, para que valoren que toda su vida está envuelta en el proyecto salvador de Dios. La misma invitación se nos ha hecho a todos los cristianos de todos los tiempos: 'Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad' (Lumen Gentium, 40).
Jesucristo es el Buen Pastor que nos conoce y da la vida por nosotros, es el centro y el modelo de nuestra Vida, es nuestro Salvador y Señor, Él es nuestra paz y nos llama a la unidad. Un cristiano debe tener hecha la opción fundamental por Jesús, sin ningún genero de dudas. Nuestra experiencia cristiana debemos vivirla en fraternidad y en unidad, porque si caemos en los peligrosos individualismos pondremos serios obstáculos a la evangelización de este mundo tan descreído y que necesita testimonios de comunión. Los cristianos necesitamos más que nunca de la COMUNIDAD para afianzarnos más en la fe, para apoyarnos los unos en los otros y crecer en santidad. La unidad de los cristianos es el principal instrumento de evangelización, de ella parten las demás acciones evangelizadoras.
Pidamos al Señor potenciar la espiritualidad de la comunión, «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias.