Cada año la celebración del 9 de Julio es motivo de gratitud por el hecho de nuestra Independencia, pero nos debe servir, también, como momento de reflexión y compromiso. La gratitud, para no quedarse sólo en el recuerdo del pasado nos debe llevar a un sincero examen de conciencia en el presente, que nos abra con renovadas fuerzas hacia el futuro. Las dificultades no deben opacar, por otra parte, la realidad de los esfuerzos que personas e instituciones hacen al bien de nuestra Patria.
Hay riquezas que debemos agradecer y alentar, pero debemos tener cuidado de acostumbrarnos a justificar nuestros males y debilidades, como a postergar las soluciones. Hoy el tema de la inseguridad, potenciado por el avance de la droga, se ha convertido en una realidad que reclama una atención y una respuesta que no podemos demorar y nos compromete a todos.
No cabe duda que en una sociedad políticamente organizada, la responsabilidad de la dirigencia es mayor en la búsqueda de caminos que fortalezcan los lazos de pertenencia, como la equidad en el desarrollo de la comunidad. Es propio de la dirigencia, como parte de la virtud de la prudencia, saber crear las condiciones que hacen al bien común, manejar los tiempos de un justo crecimiento para el bienestar de todos los ciudadanos y asegurar el marco de una convivencia en paz. Es normal en la vida de una democracia la diversidad de opiniones, pero es un signo de su madurez la capacidad de generar políticas en las que todos se sientan parte.
Esto significa búsqueda de consensos y no escalada de conflictos. La mayor marginalidad del ciudadano es estar en una comunidad y no sentirse parte de ella. Nos sentimos en nuestra propia vereda, tal vez con alguna cuota de razón, pero nos alejamos de esa verdad más grande que es sentirnos parte de una misma Nación con su historia y cultura. Con dolor escuchamos decir que los argentinos somos rehenes de nosotros mismos, de nuestros enfrentamientos y descalificaciones, y que nos falta encontrarnos en objetivos mayores de crecimiento e inclusión que recreen un clima de amistad social.
Hace 10 años hablábamos de “Recrear la voluntad de ser Nación” y, para ello, decíamos: “queremos convocar a la magnanimidad a toda la dirigencia argentina” (CEA 80° Asamblea Plenaria del Episcopado, 11-11-2000). Aquellas reflexiones siguen siendo actuales. Es magnánimo el que está dispuesto a sacrificios y esfuerzos en pos de grandes causas. La magnanimidad es la virtud propia del dirigente, del que ocupa un cargo de responsabilidad en el marco de la unidad y crecimiento de una comunidad.
Ella necesita de ideales y valores morales que motivan su gestión y nos exige espíritu de diálogo, de austeridad y coherencia de vida, como esa capacidad de reconocer errores que nos abre a una madura disposición de cambio que es expresión de sabiduría política. La magnanimidad del dirigente es causa ejemplar para el crecimiento de una comunidad. Ella ennoblece al dirigente, lo purifica de la tentación del poder y mantiene viva en la sociedad el aprecio por los valores e ideales mayores.
Elevemos en este día una oración por nuestra Patria, para que encontremos como argentinos el camino de la concordia y la solidaridad que nos permita superar enfrentamientos y construir juntos el país que soñaron nuestros mayores y del que estamos en deuda. Danos, para ello, Señor: “la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”. Amén.