CAMINEO.INFO.- CHILE.- La misionera catalana en Chile desde hace 23 años Montserrat Calderó, ha visitado la Delegación diocesana de Misiones de Lleida, quienes nos mandan un resumen de la conversación mantenida con esta religiosa de las Misioneras del Sagrado Corazón.
En Chile existen dos comunidades de misioneras del Corazón de María, una en la capital, Santiago, y otra en el pueblo de Andacollo, al norte del país, un pueblo minero, duro y frío en invierno. Montserrat, que vive en comunidad con dos misioneras más chilenas, dirige desde hace un montón de años una de las mejores escuelas de la zona. La titularidad de la escuela es del obispado y está ubicada justo al lado de la única parroquia del pueblo. En Andacollo conviven la iglesia católica, la protestante, la evangélica y la mormona. A esta misionera de Lleida le preocupa la falta de relevos. A estas alturas se ve claro que su comunidad no tiene vocaciones que puedan llevar a término la labor que ella ha hecho durante tantos años. Tampoco hay sacerdotes ni laicos que puedan hacerse cargo. Por esto la solución, según Montserrat, está en formar a personas del pueblo para que continúen la misión dentro de la escuela en vinculación con la parroquia.
La gente de Andacollo siente la fe del minero, una piedad popular expresada puntualmente en forma de sacrificios, muchas veces vacíos de sentido. En este lugar la misión de la parroquia y la escuela es dar sentido a los signos externos, acompañar al crecimiento personal y espiritual de la persona hacia la madurez. Montserrat nos ha explicado que los inicios de su misión fueron muy difíciles. Miara, escuchar, es lo primero que hay que hacer cuando uno llega a un lugar nuevo lugar donde todo es diferente: las costumbres, el ritmo de vida, la nación del tiempo... Poco a poco, con la fuerza del Señor que Montserrat sentía dentro de si, fue adaptándose al país, a la gente, proponiendo un modelo de escuela que con los años ha dado sus frutos y que todos reconocen como un modelo a seguir.
Escuchándola nos hace conscientes que, incluso teniendo en cuenta la distancia, somos comunidades dentro de una misma Iglesia universal, que aquí y allí intentamos esparcir el Reino de Dios, nos sentimos unidos a sus dificultades y a sus éxitos; nos sentimos hermanos.
Para terminar, Montserrat comparte con nosotros su secreto: dar el máximo de uno mismo en aquello que hemos estado llamados a ser.