“Son éstos días difíciles para nosotros como Iglesia, pues estamos viviendo tiempos en que la sociedad se ve quebrada y la Iglesia de Dios acosada y denunciada; tiempos en el que muchos no quieren mirar el bien espiritual y social que a lo largo de los siglos la Iglesia ha ido esparciendo en medio de la sociedad”, dijo monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, en la homilía de la misa celebrada el domingo 15 de agosto en el santuario de Santa María del Iguazú, con ocasión de la fiesta patronal de la diócesis.
Ante una gran cantidad de fieles que se congregaron en el santuario mariano ubicado a unos 5 kilómetros de la ciudad de Puerto Iguazú, en la selva misionera, el prelado se refirió entre otras cosas a “la atención de los más pobres como el ejercicio propio de la caridad y de su fidelidad al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, muy diferente de otros servicios a los pobres que solamente son acciones momentáneas y pasajeras que tienen como fin la búsqueda de votos y los triunfos electorales”. Y subrayó que “la Iglesia sirve a los pobres con el desinterés del amor de Jesucristo, muy lejos de la utilización y manipulación de los pobres por medio de ideologías que solamente son pantallas para conseguir sus fines políticos”.
Señaló que “asistimos a circunstancias sociales que expresan un gran odio a Jesucristo y a su Iglesia. Hoy se ataca a la Iglesia tratando de restarle credibilidad. Y se lo hace de tal manera que pareciera que un delito o escándalo es delito y escándalo solamente cuando lo comete un sacerdote, el cual es divulgado una y otra vez por los medios de comunicación hasta convertirse en una obvia ridiculez. Pero que no por ridículo deja de hacer daño a la fe de sus hijos”.
CAMINEO.INFO.-Puerto Iguazú/ARGENTINA.- En ese sentido, aclaró que “no se trata de negar la existencia de pecado en la Iglesia”, porque “el pecado ha existido y existirá debido a nuestra naturaleza proclive al pecado, pero si bien la Iglesia conoce el pecado, también conoce la gracia de la conversión que la lleva a expresar como María en el Magnificat que Dios ha obrado y obra maravillas en el mundo y en su historia, pero sobre todo en el corazón de los hombres, transformándolo y haciéndolo capaz de santidad”.
“El Magníficat -explicó- afronta de un modo simple el problema tan nuevo y tan viejo de la pobreza y la riqueza. Y lo afronta desde la ‘fe’. Existen ciertamente otros modos políticos y sociales de enfrentar el problema, a los cuales la Iglesia prestó siempre su colaboración desde el aporte riquísimo de su fe, una fe que debemos predicar y vivir en el ámbito de la conversión y de la fidelidad a Dios y a la Iglesia misma. Solamente desde esta mirada de fe seremos capaces de apoyar todo bien social y construir los valores cívicos y el “Bien Común” en un servicio desinteresado a los hombres y en especial a los más pobres y humildes”.
Tras subrayar lo deseable que sería que “no hubiesen más pobres y que todos estuviéramos saciados”, sin embrago indicó que “en los lugares más ricos de la tierra –y sobre todo en estos lugares- la fe y el amor a Dios van despareciendo, porque desaparecen del corazón de estos hombres el sentido humilde de la necesidad de Dios y de su Providencia. Hoy contemplamos con dolor la descristianización de un Occidente que va detrás de la opulencia y el dinero, sin darse cuenta, que todo bien viene de Dios y que el mismo Dios y Señor es el que da y el que quita”.
“Nuestra misma Patria -destacó- corre el peligro de endiosar las cosas materiales y de perder a Dios de su horizonte. En el orden moral y social hemos visto la injusticia de leyes recientes que la sociedad no desea, y más, hemos visto a los mismos hijos de la Iglesia ‘imponernos’ estas leyes. Debemos orar por ellos para que redescubran que la ‘verdad’ debe ser el objetivo de su vida y de su misión. Por otra parte, los cristianos no olvidemos al momento de votar, quiénes fueron los que de verdad se jugaron por el Evangelio y el Bien Común, especialmente por el bien de las familias y del futuro de nuestros jóvenes y niños”.+